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39º FESTIVAL INTERNACIONAL DE SANTANDER

Julio Bocca abrió el festival de Santander

El bailarín argentino Julio Bocca, de 22 años, a quien los críticos italianos atribuyen el virtuosismo ruso, la elegancia de línea de los franceses y la pasión y teatralidad de los latinos, inauguró el lunes el 39º Festival Internacional de Santander, que abandonará el próximo año el espacioso escenario de la plaza Porticada para ir al nuevo teatro construido en la zona de San Martín, según un controvertido y espectacular proyecto del arquitecto Sáenz de Oiza.

Ante una plaza Porticada llena hasta la bandera dieron comienzo los espectáculos del 39º Festival Internacional de Música y Danza. Tienen estos ciclos santanderinos, desde los días fundacionales, a comienzo de la década de los cincuenta, una larga tradición de buen ballet. Que el gusto del público no decae en este aspecto se ha demostrado el lunes una vez más. Bien es verdad que la figura del joven y excelente danzarín Julio Bocca posee gran tirón, aumentado por la actuación con él del Ballet Argentino y la atractiva estrella Eleonora Cassano.La coreografía de Plissteski-Laurosky para La noche de Walpurgis, sobre la música de Fausto de Gounod, nos mostró, de entrada, lo que quizá es característica general del Ballet Argentino muy definida en el programa que comentamos: hacer danza moderna sin romper los hilos de la tradición.

La flexión más evolucionada apareció en un ballet de estreno absoluto, montado por encargo del festival santanderino y titulado Dos mundos. Se trata de juntar en una síntesis ideal, en la que juega tanto el contraste como la herencia, aspectos estéticos tan dispares en la manera y el tiempo como el del barroco Vivaldi y el actual Astor Piazzolla. El coreógrafo Julio López ha trabajado con arte refinado y afán descubridor hasta lograr soluciones de mucha belleza que estuvieron magníficamente defendidas por la ligereza, la precisión técnica y la expresividad de Julio Bocca con la Cassano, Jorge Amaranto y todo el conjunto. La acogida por parte del público fue clamorosa, quizá porque supo ver en el intento un conocimiento profundo de los estilos, un afán renovador y una búsqueda de la belleza plástica unida a la organización coreográfica y a una música grabada y acaso servida con exceso de decibelios.

La noche debía terminar y terminó en punta con ese gran clásico del ballet que es Don Quijote, música de Minkus y coreografía del celebérrimo Marius Petipa. Estamos ante los danzarines convertidos en divos gracias al gran virtuosismo de aliento romántico impuesto por el coreógrafo. Las estrellas encarnaron esa figura en esta ocasión divista y lo hicieron con elegancia y naturalidad, rasgos decisivos en el arte de Julio Bocca.

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