_
_
_
_
Entrevista:

Ministro de Cultura "Este gobierno discute poco de política"

Mezcla de intelectual y hombre di acción, hace dos años se hizo carg( del Ministerio de Cultura decidid( a subirse de nuevo al tren de la política. Jorge Semprún, de 67 años, ya advirtió entonces -después de reconocer que no sabía muy bien qué pintaba en la foto de familia del nuevo Gobierno- que venía a hacer política, no sólo a encargarse de la gestión cultural. Veinticuatro meses después cree haber descubierto ya cuál es su papel, aunque lamenta que en torno a la mesa rectangular del Consejo de Ministros no se discuta lo bastante de política.

Jorge Semprún tiene clara al menos una cosa: dentro o fuera del Gobierno, no renunciará a ser un actor de la política española.Pregunta. ¿Cuál es su balance de estos dos años?

Respuesta. En primer lugar tengo que decir que este Consejo de Ministros no es monolítico. Lo que más me ha llamado la atención es el origen tan diverso de los ministros: del antiguo FLP, del tronco histórico del PSOE renovado en los sesenta, del viejo partido comunista, de grupos cristianos y trotskizantes, del PSP. Eso demuestra la capacidad que ha tenido este partido, y que ojalá siga teniendo, de aglutinar fuerzas de izquierda. Ahí juega un papel fundamental Felipe González, no sólo en el Gobierno, sino en el equilibrio de los diferentes tonos que puede haber en el discurso político. Mi segunda observación es que este Gobierno no discute bastante de política. La gestión de un país es compleja y siempre tiene una carga política, pero creo que no se discute bastante. Sólo en casos muy especiales: antes o después de la huelga del 14 de diciembre, en vísperas de las elecciones o ante algunas decisiones clave de Consejos europeos. Las grandes opciones no se debaten suficientemente. La tercera conclusión es que en el Consejo existen dos almas o dos ideas del socialismo democrático.

P. ¿Tienen nombre esas almas?

R. Las almas siempre tienen nombres y apellidos, pero prefiero no personalizar. Además, aquí no ocurre como en Francia, donde las corrientes están adosadas a un nombre. Aquí pueden desaparecer algunos de los que encarnan esa corriente que en los años 30 hubiera llamado largocaballerista y que ahora llamaría...

P. ¿Guerrista?

R. ...Oportunista de izquierdas. Oportunista en el sentido de que sin una línea clara tiene la tentación de situarse siempre retóricamente a la izquierda de la izquierda, con rasgos populistas y demagógicos. Al margen de quién la personifique, esa corriente es una tradición en el partido. No es algo que se impone desde arriba. Luego hay otra corriente dispuesta a asumir a fondo las consecuencias de la socialdemocracia moderna: son los herederos de aquellos que en los años 20 decidieron no entrar en la Internacional Comunista y que hoy han optado por ajustarse a la realidad de la economía de mercado. En los años 30 ningún socialdemócrata la aceptaba, hay libros enteros sobre eso. La dictadura del proletariado ha formado parte de la ideología socialdemócrata hasta hace semanas, históricamente hablando. Esas dos corrientes aparecen aun en las discusiones de gestión.

P. ¿Habrá libro de todo esto?

R. No habrá autobiografía de ministro. Saldrá quizá mediatizado, de forma conceptual, en algún ensayo, pero no en forma de novela ni de libro de retratos Eso se ha terminado.

P. Hablemos de ese déficit de debate político.

R. Desde hace año y medio han entrado en crisis, en periodo de fiebre, casi todos los mecanismos hegemónicos del sistema socialista. Esto se vio el 14 de diciembre. Dicho sea de paso, la contradicción que entonces estaba en primer plano era la de partido-sindicato, que no vengan ahora con cuentos. Fue el partido el que subió el listón del enfrentamiento. Y no me parece mal que el sindicato deje de ser correa de transmisión. También entra en crisis la relación partido-Gobierno. Había una división del trabajo que funcionaba, presidente-vicepresidente, secretario general-vice secretario general, que en parte deja de funcionar. Todo eso debe ser discutido. Un ejemplo: es evidente que el PSOE tiene y va a tener un frente delicado en las grandes ciudades

Rurales y urbanos

P. Algunos hablan ya de una corriente rural y otra urbana.

R. Calificar los votos es una tontería, pero qué duda cabe de que el voto de las grandes ciudades y de las clases medias es decisivo para la estrategia de un partido que tiene vocación hegemónica. El éxito de la política económica crea en parte estos problemas. Ya no se puede aglutinar a los militantes ni a los votantes en torno a algunos valores del pasado. ¿Qué inventamos entonces? Ahí hay un problema serio. Los alcaldes de grandes ciudades lo saben muy bien.

P. Vamos, que a las grandes ciudades no se puede ir con el discurso de los descamisados.

R. No se puede ir con ese discurso porque no están descamisados. Tienen coches, vídeo, casas de fin de semana... Exagero un poco, porque no todos tienen eso, pero hay muchos que lo tienen y quieren disfrutarlo. La línea de apoyo a un partido que ha conseguido que puedan vivir así ya no puede ser la misma.

P. ¿Pueden convivir esas dos corrientes?

R. Hay que abrir el debate. Forzar la síntesis no sería bueno.

P. Algunos socialistas españoles se escandalizan ante el espectáculo de división del Partido Socialista Francés.

R. Sin ser piedra de escándalo, sí me parece inquietante la extrema personalización del debate de ideas. No aparece en primer plano si la corriente de Fabius tiene tal o cual rasgo político sino si hay que estar en contra para quitarle toda posibilidad de suceder al presidente. Ese aspecto sucesorio, de batalla de herederos que se reparten una herencia sin conocer el testamento de dios padre, es desagradable. Cada vez que la política se hace sucesoria entramos en una etapa desagradable.

P. Aquí hemos vivido algo de eso recientemente...

R. En esas situaciones las ideas pasan a segundo término. Eso puede ser criticable, pero no el que haya corrientes.

El talante de González

P. En el PSOE todo parece depender de lo que diga el dios González...

R. Eso se debe a que en dos o tres casos fundamentales, el abandono del marxismo o el referéndum de la OTAN, ha jugado un papel decisivo para que triunfe la corriente socialdemócrata, que asume a fondo los riesgos y el compromiso de un proyecto con vocación europea y de modernidad. Yo espero que sea transitorio, hasta que se consolide el proyecto socialdemócrata, pero para eso debe haber más debate. Yo me interesé por la socialdemocracia española por lo que vi hacer y decir a Felipe González. En ese sentido soy felipista, pero eso no me impide expresar que un partido no puede depender sólo de un liderazgo personal.

P. Hay quien sostiene que las hegemonías se asientan sobre liderazgos muy fuertes...

R. Felipe González aporta un mérito muy especial a la política española y es su talante liberal. No en el sentido liberal thatcheriano, como algunos dicen estúpidamente de él, sino de talante. En el Consejo de Ministros se esfuerza en lograr consensos y no zanja las discusiones con la autoridad que todo el mundo le reconoce. Por supuesto no se vota, no hay mayorías, pero no fija su decisión hasta que hay suficiente consenso.

P. Ese talante no parece tener un reflejo en el partido.

R. Yo creo que una de las cosas que ha entrado en crisis es precisamente la división de trabajo que ha habido entre partido y Gobierno. El presidente tiene que utilizar su talante liberal y su liderazgo para provocar debate y pluralizar las cosas.

P. Parece que entre la concepción socialdemócrata y la leninista, en el partido triunfa la leninista, y no hablo de ideología, sino de aparato.

R. El leninismo no sale de la nada, sale de la socialdemocracia. Es la exageración, la falsificación en fin de cuentas, pero no es ajeno a las prácticas de aparato de la socialdemocracia europea. Lenin lleva a sus últimas consecuencias los principios de los partidos obreros" de finales del XIX y comienzos del XX, entre ellos ese de la conciencia externa que se impone a la clase por un aparato de profesionales. Es una extrapolación falsificadora. Es lo que he dicho en Valencia: los aparatos existen, son necesarios, no hay gran partido sin aparato ni democracia sin partidos, pero los aparatos tienen sus rutinas, sus culturas, y hay que estar siempre haciendo la revolución contra los aparatos.

P. ¿Cómo explica la reacción que ha provocado la demanda de más pluralismo por parte de Solchaga?

R. No entiendo tanto asombro) por algo tan elemental. Puede tener razón o no, en este caso da igual, con tal de que se discuta. Ha sido sorprendente ver que todo el mundo daba por hecho que el leninismo, por utilizar su metáfora, aplastaría a Solchaga. No, se trata de que nadie aplaste a nadie, sino de abrir un debate. Y es evidente que el debate se va a abrir, que el próximo congreso va a ser abierto. O si no, será un congreso de haraquiri, pero no lo creo probable.

P. Usted es un ministro que quiere hacer política sin entrar en un partido. ¿Cómo se cocina esto?

R. Es un problema que pienso solucionar próximamente. No voy a estar en el partido, ni tengo intención de pedir un puesto en la ejecutiva, pero voy a seguir en la política. Como intelectual se puede hacer política; también como ministro. Por poner un ejemplo, cuando entrego el premio Cervantes a Roa Bastos y al final, con el conocimiento y la autorización M presidente, aludo último dictador de América Latina sin nombrar a Fidel Castro y pido que se escriba el último capítulo del otoño del patriarca caribeño, hago política. Pero es necesario buscar nuevas formas intervenir en política al margen de los aparatos.

P. Eso significa que seguirá viviendo en este país.

R. Cuando salga del Gobierno seguiré viviendo en este país y segiré todavía más metido en política que hasta ahora.

El fantasma de la huelga

¿Cómo vivió desde el Gobierno esa experiencia traumática para el socialismo español que fue la huelga general del 14 de diciembre de 1988

R. En las semanas anteriores tuve la impresión de que era equívocada la opinión que transmitía el partido de que aquello iba a ser un fracaso. Había muchos descontentos parciales que podían, por Fin, expresarse juntos y luego había el gran fantasma de la huelga antifranquista que nunca se había hecho. Aquella estupenda frase freudiana de Gerardo Iglesias en el Congreso: "España, al fin, se ha paralizado". Pero era errónea la idea estratégica de acabar con el Gobierno a través de esa gran movilización sindical. Eso me hacía ver, y no sólo a mí, que la huelga iba a triunfar, pero que iba a ser más fácil para nosotros gestionar esa derrota que para ellos gestionar su victoria, si sabíamos sacar consecuencias. Supimos hacerlo en parte, no en todo. Ahora bien, la idea de aceptar el enfrentamiento para reafirmar hegemonías en la dialéctica partido- sindicato venía de Ferraz, no de Moncloa. Yo viví aquello de forma un poco surrealista. Estaba imaginariamente con los organizadores en la medida en fue estaba con la tradición de la gran huelga, pero al mismo tiempo estaba enfurecido, porque pensaba: "Esto no es". El éxito fue, de todos modos, mayor de lo que pensaba. No creía que el componente imaginario del pasado tuviera tanta fuerza.

P. Pero había también un componente de irritación acumulada ante el poder socialista.

R. Había irritación ante lo que se ha llamado la arrogancia socialista, pero también la atentativa de la izquierda comunista y de la derecha de utilizar esa coyuntura para decirle al Gobierno que se fuera. Después de todo, con algo de concertación y la sucesión de elecciones europeas, legislativas y andaluzas, se ha demostrado que esa estrategia era falsa. No se acaba así con este Gobierno.

P. Pero el 14-D les obligó a rectificar.

R. Obligó al Gobierno a hacerse una idea del país distinta le la que tenía. Le llevó a asumir fue hay bolsas de descontento a as que hay que dar respuestas políticas. Así empezó a hacerse risible la crisis del sistema hegenónico, que obliga a replantear as relaciones Gobierno-partido-sindicato-sociedad.

P. Solchaga apareció como el ,Tan culpable del 14-D y luego ha, ido el padrino de la concertación...

R. Solchaga estaba ahí el 14D, en primer plano, como responsable de la política económica, y es lógico que esté también haciendo la concertación. Esa es una decisión política y Solchaga no es un mero gestor, es un político, vaya a tener o no un cargo en la ejecutiva. Conociendo como él conoce la fragilidad de la economía española, que funciona bien pero es muy vulnerable todavía, y sabiendo los retos del mercado único, es consciente de que hay que llegar a pactos. Demuestra ser un buen político al tomar una de las iniciativas más positivas de los últimos meses, al margen de que haya acuerdos en todo o en parte.

P. ¿Qué se buscaba con el adelanto de las elecciones?

R. Confirmar la existencia de un bloque hegemónico con capacidad de gobernar y, ante la vecindad del 93, crear las bases de un consenso más amplio. Se consiguió, aunque con matices. Ferraz insistió tanto en la mayoría, absoluta que al final todo se falseó un poco. Otro factor imprevisible fue la impugnación de resultados. Eso aplazó la decisión de Felipe González de crear un Gobierno fuerte, con los cambio, que estimara convenientes, que eso es algo que le corresponde z él. Y en esas estamos todavía.

P. ¿Cómo se incrusta en su proceso el caso Juan Guerra?

R. De la peor manera posible. Es cierto que ha habido una atención privilegiada de los medios hacia ese caso, pero el caso existe, no ha sido inventado, á hay una conspiración. Y el case existe porque hay una coincidencia de tres factores: hermano de] vicepresidente, despacho oficial y enriquecimiento rápido. La cuestión se agrava por una reacción le aparato lenta, arrogante, con una explicación inicial confusa. Las cosas salían porque los medios iban sacándolas. Tocqueville m teorizó en La democracia en América que los sistemas democráticos son aquellos en que se corrompe a los gobernantes y los aristocráticos aquellos en los que se corrompe al pueblo. No debe corprender que existan estos casos, pero hay que cortarlos rápidamente. Lo que ha interferido políticamente no es el hecho en sí, por desagradable que sea, sino a tardanza en tomar distancias.

El derrumbe del Este

P. ¿Qué conclusiones ha sacado del derrumbe comunista?

R. Los resultados electorales demuestran hasta qué punto ha sido un fracaso el socialismo real; hasta qué punto ha herido la sensibilidad nacional, obrera y ciudadana de esos países; hasta qué punto encarnaba la mentira, el privilegio, la corrupción. En Occidente creyeron algunos que al menos no había analfabetos y había austeridad. La verdad es que no había austeridad y había analfabetos. La izquierda europea fue muy tímida y eso se paga. Una de las últimas preocupaciones de Fernando Claudín era qué precio pagaría la socialdemocracia por esa timidez.

P. ¿Qué papel le queda a esa socialdemocracia que debe moverse dentro de las leyes del capitalismo?

R. Eso es lo fundamental. A eso me refiero cuando hablo del debate de la socialdemocracia, que ha vivido durante decenios contra el capitalismo y el comunismo. Una de esas referencias se ha caído. El único marco que queda es un mercado mundial con predominio capitalista. A veces se dice que España necesita un giro a la izquierda. ¿Qué giro? Es la izquierda la que necesita un giro a la realidad.

P. Ante la evolución del Este, ¿era necesario el pasaje de la OTAN?

R. Totalmente necesario. Uno de los grandes errores de la izquierda europea ha sido la idea implícita de que no estaba bien eso de la OTAN. Lo que ha pasado demuestra que, aparte de otros factores, el sistema soviético no ha podido enfrentarse al desafío tecnológico y militar que representaba el mantenimiento por Occidente de un nivel apenas suficiente de disuasión. Eso ha sido decisivo. Uno de los grandes méritos de Felipe González es haber impuesto esa novedad en la cultura del partido.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_