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Un torero colombiano

Pérez / Campuzano, Morenito, Rincón

Cuatro toros de Antonio Pérez Tabernero y 1º y 5º (sobrero) de Pérez Angoso, en general bien presentados, con temperamento, desiguales de juego. José Antonio Campuzano: pinchazo hondo caído (silencio); media estocada trasera y rueda de peones (silencio). Morenito de Maracay: pinchazo y otro hondo (palmas y saludos); estocada perdiendo la muleta (escasa petición, ovación y también fuertes pitos cuando sale a saludar). César Rincón: pinchazo muy tendido y estocada corta tendida caída (silencio); estocada ladeada (oreja).

Plaza de Valencia, 26 de julio. Quinta corrida de feria. Cerca de tres cuatros de entrada.

César Rincón se presentó ayer en España como matador de toros. Lo hizo en la quinta corrida de la Feria de San Jaime, y la expectación que había en Valencia por este debú era ninguna; para que nos vamos a engañar. De César Rincón se sabía que es colombiano, dato que no motivaba prácticamente a nadie, pues la afición ya está escarmentada de diestros colombianos en particular, americanos en general, que llegan a España con supuesto cartel y novelada biografía, y luego, en el ruedo, no dicen prácticamente nada. Así que, antes de empezar la función, César Rincón era uno de tantos. Pero sucedió lo que sucedió en la lidia, César Rincón hizo lo que hizo en ella y, al terminar, los aficionados valencianos ya le estaban apuntando en su agenda-índice, letra T, apartado "toreros".

A todos cuantos se visten de torero se les llama así, faltaría más, pero no todos los que se visten de torero lo son a carta cabal. No siempre el hábito hace al monje; no en tauromaquia, por lo menos. Ser torero de verdad es otro asunto. De los Bienvenida, por ejemplo, se solía decir que lo eran hasta en pijama, y algunos otros tendrán el mismo predicamento. No muchos, francamente. Hay coletudos actuales, incluso figuras, que no ya en pijama sino incluso vestidos de grana y oro parecen defensas derechos del Osasuna, dicho sea sin ánimo de ofender ni a los defensas derechos del Osasuna ni a los coletudos actuales.

César Rincón, que a lo mejor va mañana y parece el utillero -aquí, de profetas, nada-, ayer demostró torería y, además, fue una torería de la mejor ley. Con toros serios y temperamentales estuvo serio y temperamental también, mandando en las embestidas, pasándoselos cerquita de los alamares, aguantando los gañafones que pudieran caer (cayeron bastantes, por cierto) y, por el mismo precio, parando, templando, mandando.

Y sin concesiones a la galería, sin excesos tremendistas de tipo alguno. Lo que se jugaba César Rincón en cada pase -la femoral, por ejemplo- se lo jugó conscientemente, con toda la generosidad del mundo. Y ya que hacía el esfuerzo, cuando los toros dieron la menor oportunidad ligó los pases, bien asentadas las zapatillas en la arena, sin cesión de terrenos ni utilización de las restantes triquiñuelas habituales.

Para todos hubo toros ásperos y menos ásperos. De los menos ásperos, dos correspondieron a José Antonio Campuzano y Morenito de Maracay en sus respectivas primeras comparecencias, y en realidad no acabaron de aprovecharlos. José Antonio Campuzano perdió la oportunidad de acoplarse en las embestidas iniciales y cuando quiso emplearse a fondo, el toro ya tardeaba. Morenito de Maracay -eficaz banderillero, desde luego- con la muleta templaba poco, continuamente estuvo cortando las tandas de pases y acabó poniéndose pesadísimo. En sus otros toros, más correosos -probón el de Campuzano, violento el de Morenito- ambos diestros trastearon con pundonor, lo que tiene su mérito, naturalmente.Hizo un calor sofocante, el cielo estaba cubierto, cayó ceniza. De los numerosos incendios que asolan la comarca valenciana el viento trajo humo y lo dejó a manera de toldo sobre la ciudad. El coso tenía un extraño color escarlata en la media plaza que abrasa el sol, pardo en la de sombra, y ambas mitades componían una escenografía propia de lejanos tiempos. El albero se levantaba en polvareda al arañarlo los toros, y las láminas de la tauromaquia romántica que Daniel Perea llevó a la estampa, se reproducían en todos los lances de la lidia. Al caer la tarde y entrar la noche, el toreo bravo de César Rincón adquiría singular grandeza bajo el oro-viejo de los focos, el grisáceo toldo de humo, la sutil lluvia de ceniza, envuelto en las ráfagas de espeso polvo que levantaba un torazo castaño, carifosco y cornalón con sus fieras embestidas.

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