Un proyecto continental
EL PRESIDENTE de Estados Unidos, George Bush, ha propuesto la creación de una gran zona panamericana de libre comercio, que se extendería desde Canadá a Argentina. Su plan, presentado el pasado 28 de junio, incluye como paso previo un programa para devolver a la arruinada Latinoamérica las constantes económicas mínimas. Tal programa es por ahora muy vago: habla de condonación parcial de la deuda externa (algo imprescindible, pero muy difícil de poner en práctica por la presencia de intereses privados, según se ha podido constatar con el frustrado Plan Brady) y de imprecisos planes de ayuda financiera en los que colaborarían la Comunidad Europea y Japón. Si Bush logra aplicar el proyecto no sólo hará un gran favor a sus vecinos del Sur y a sus aliados canadienses, sino que defenderá con realismo los actuales intereses de su país y consolidará el futuro.El desmoronamiento unilateral de uno de los dos imperios, el soviético, ha coincidido con la reaparición de potencias como la Alemania unida o Japón -enemigos hasta 1945, aliados desde 1946- que se expanden por la fuerza del dinero. Los arsenales nucleares, argumento último que justificaba la división en dos grandes potencias, ven reducida su importancia por la distensión que se instaura en las relaciones internacionales. Riqueza o pobreza, felicidad o angustia personal y colectiva dependen cada vez en mayor medida de las sutiles corrientes monetarias.
La Administración de Bush se encuentra con el umbral de una necesaria redefinición de su área de influencia. Los más conspicuos de entre sus enemigos-aliados (la República Federal de Alemania y Japón) le están arrebatando el control de las dos zonas económicas más pujantes del planeta, las que EE UU más apetecía: Europa y el Pacífico. La propia supervivencia financiera de Estados Unidos, un país agobiado por un enorme déficit presupuestario que este año rebasará con largueza los 180.000 millones de dólares, depende de que siga fluyendo hacia Wall Street un potente caudal de marcos y yenes dispuestos a absorber su ingente deuda pública.
El presidente Bush no puede descuidar los intereses norteamericanos en ningún rincón de un mundo cada vez más pequeño, especialmente en la convulsa Europa. Pero resulta imperioso conceder la máxima atención hacia Latinoamérica, la zona más cercana. Washington redescubre Latinoamérica y Canadá tras varias décadas de sucesivos embelesos con Europa, en los años sesenta; el petróleo árabe y el potencial chino, en los años setenta, y la competencia japonesa, en los ochenta. Pero el reencuentro no va a ser fácil. Canadá es un vecino cómodo y amigable. Latinoamérica, por el contrario, es hoy un continente exhausto por la deuda externa, la inestabilidad social y la incapacidad administrativa, todo ello en gran parte propiciado por las torpes políticas emanadas desde Washington. Es difícil olvidar que la Casa Blanca respaldó las más repugnantes dictaduras y dio por bueno un descabellado vertido en masa hacia Latinoamérica de deuda en petrodólares.
George Bush propugna ahora la libertad comercial en Latinoamérica, y la razón le respalda: sólo el comercio crea auténtica riqueza, y vale la pena recordar este principio en el bicentenario de la muerte de quien lo acuñó, Adam Smith. Pero para lograr una zona franca panamericana, que conceda a Estados Unidos el espacio vital que le falta y posibilite el despegue económico de Latinoamérica, Washington deberá resolver problemas profundamente arraigados en economías subdesarrolladas: proteccionismo, monocultivos en manos de compañías norteamericanas, abaratamiento de las materias primas, deuda externa y una amplia herencia de la falta de escrúpulos e imprevisión. Un plan que exige tenacidad para poder conseguir, a largo plazo, los resultados apetecibles.
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