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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cumbre antigua

TAL VEZ la cumbre de presidentes de Centroamérica y Panamá celebrada en Antigua, vieja sede de la Capitanía General española en Guatemala, durante el pasado fin de semana consagre finalmente la integración panameña en el reducido club del istmo. No se entiende bien su apartamiento del resto de sus vecinos; su inclusión en el concepto geopolítico Centroamérica sería el mayor logro de una reunión que ha sonado a rutina y que no parece haber pasado de la enunciación de píos propósitos de futuro.El nuevo presidente de Costa Rica afirmó en la sesión de clausura que Centroamérica "no tiende la mano pidiendo caridad". Pues, disfrácese como se disfrace, eso es a lo que suena el comunicado final. La postración económica de la región, provocada por círcunstancias que son familiares en el Tercer Mundo -deuda exterior agobiante, caída de los términos de intercambio, explotación de la riqueza de cada país por unas cuantas familias, colonización económica por Estados Unidos, situaciones de guerra civil-, requiere para su saneamiento una ayuda decidida de los países ricos, que debe ser generosa y que no puede entenderse si no es en términos de generosidad distributiva.

Ése es el punto central de la oferta planteada por James Baker, secretario de Estado norteamericano, llegado a Guatemala para reunirse con los presidentes centroamericanos: la ayuda sería canalizada a través de un grupo de países industrializados similar al creado el año pasado por 24 países para ayudar a la reconstrucción de Polonia y Hungría. El grupo para Centroamérica estaría compuesto por EE UU, la CE, Japón y cuantos países latinoamericanos más desarrollados quieran sumarse. ¿Funcionará? Hace años que se celebran, sin resultados verdaderos, reuniones, llamadas de San José, entre Centroamérica y la CE para discurrir alguna forma de asistencia al desarrollo similar a la prevista por los acuerdos de Lomé para el África francófona.

Hace años que Washington, prometiendo y reteniendo su ayuda, juega sin demasiado convencimiento a la consolidación del respeto a los derechos humanos, reiteradamente vulnerados por los Gobiernos centroamericanos más reaccionarios -Guatemala y El Salvador, y hasta hace poco Panamá-, o a la manipulación en su favor de las situaciones más explosivas -léase Panamá y Nicaragua- Hace años que los centroamericanos pugnan por establecer con dignidad una paz regional sin ayudas exteriores. Acaso este último sea el resultado más palpable de sus esfuerzos; en ese sentido, tal vez las cumbres centroamericanas, tan insatisfactorias para la mentalidad europea, son los pasos de tortuga que necesita la región.

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Efectivamente, la cumbre del pasado fin de semana, cuyas conclusiones han quedado incorporadas a una Declaración de Antigua, no pasa de ser un llamamiento rutinario a los beneficios de un futuro garantizado por el convencimiento de que la paz y el desarrollo son inseparables", y por la constatación de que sólo la integración regional en un mercado común -cuya ineficaz estructura languidece desde hace años- lo hará posible.

Lo más importante del documento, sin embargo, es el respaldo que prestan los presidentes al diálogo entre los Gobiernos y las guerrillas en Guatemala y El Salvador; y es que, si no quedan despejados estos escollos, malamente podrá abordarse la reconstrucción que tan urgentemente necesita y merece toda la región.

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