Un año de peseta europea
HOY SE cumple un año de la asunción por el Gobierno español de la disciplina cambiarla del Sistema Monetario Europeo (SME). Anunciada una semana antes de la cumbre comunitaria de Madrid con la que se puso fin al periodo de presidencia española, la incorporación de la peseta al mecanismo de cambíos del SME ha sido la más trascendental de las decisiones económicas adoptadas desde la aodhesión a la CE. El compromiso de flotación limitada del tipo de cambio de la peseta respecto a las monedas que forman parte del SME (6% en torno a los tipos de cambio centrales, que frente al marco alemán es de 65 pesetas) constituyó una profesión de fe en las políticas económicas practicadas por los países con mayor peso específico en ese sistema y una decidida apuesta a la convergencia de resultados con sus economías. La renuncia por las autoridades españolas a la manipulación del tipo de cambio de nuestra moneda, como herramienta con la que influir eventualmente sobre la competitividad y el crecimiento de la economía, tendría, entre otras contrapartidas no menos eventuales, la de dotar de credibilidad a la política económica antiinflacionista que esa decisión implicaba.Las consecuencias de ese regimén cambiario exceden en su alcance a los 12 meses transcurridos, y en todo caso, su valoración ha de partir de una doble constatación: la decidida voluntad de convergencia con esa disciplina, que las actuaciones de las autoridades monetarias españolas venían definiendo desde dos años antes de que la decisión se adoptara, y la ineludible vinculación de cualquier país comunitario al proceso de unión monetaria en la región, del que el SME es hoy el vehículo fundamental. El 19 de junio de 1989 se formaliza el comportamiento que el tipo de cambio de la peseta había mantenido desde que en 1987 iniciara su tendencia apreciadora, como uno de los más evidentes resultados del signo de la política antiinflacionista adoptada; en ese rodaje previo ya estaba implícita la cesión de importantes grados de autonomía en la definición de las opciones de política económica, propia de un régimen de tipos de cambio cuasi fijos. En el proceso hacia la unión monetaria europea, por su parte, la estabilidad cambiarla constituye una precondición, tanto más necesaria cuanto mayor sea el volumen de intercambios intracomunitarios. La reducción de la banda de fluctuación de la lira italiana el pasado enero y la probable incorporación en este año de la libra esterlina al SME constituyen pasos significativos en esa dirección.
La compatibilidad de la disciplina cambiaría con los objetivos básicos de la política económica española no garantiza, sin embargo, su fácil concreción en una economía sujeta a un ritmo de crecimiento de la demanda difícil de satisfacer internamente y, por tanto, propiciador de tensiones inflacionistas y aumentos en nuestro desequilibrio exterior. Los intentos de reducción del diferencial de inflación frente a los principales países miembros del SME mediante actuaciones en solitario de política monetaria han conducido la peseta a niveles próximos a sus límites de apreciación frente al resto de las monedas del sistema, sin que esa paradójica condición de "moneda más fuerte de Europa" haya contribuido, sino muy parcialmente, a la contención de los precios de algunos productos españoles, y sí, por el contrario, a dificultar la reducción del déficit por cuenta corriente.
La más evidente consecuencia que ha deparado este primer año de pertenencia al SME no ha sido otra, por tanto, que la ilustración del agotamiento de una política económica casi exclusivamente basada en decisiones monetarias y crediticias. Una conclusión que, aunque fácil de anticipar hace un año, puede disponer hoy de pedagógicas influencias sobre el proceso de concertación social abierto. El futuro estrechamiento de la banda de fluctuación de que disfruta la peseta en solitario y la completa libertad de los movimientos de capital intracomunitarios reforzarán esa disciplina, y con ella, la necesidad de renovar la credibilidad entonces pretendida mediante actuaciones distintas a las vueltas de tuerca de nuestras autoridades monetarias.
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