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Tribuna
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Paisanos

Los gallegos de las Rías Bajas tienen la moral dividida. Unos increpan a los presuntos traficantes de droga, otros se angustian porque la droga crea puestos de trabajo, incluso niveles de prosperidad nunca vistos. "Primero, el estómago, y luego, la moral", cantaba un personaje de Brecht. Además se conocen de toda la vida y les parece imposible que las actividades comerciales del Pepiño o del Evaristo o del Celso, por decir tres nombres abundantes en Galicia, sean la causa de que la humanidad se pudra. No establecen una relación causa y efecto entre el salario de la droga y los montones de juguetes rotos que causa la droga.

La economía sumergida ha sido saludada como un mal necesario que aliviaba las estadísticas del paro y relajaba las tensiones sociales. Pero una cosa es fabricar corchetes sin licencia o practicar la prostitución sin control fiscal y otra meter en las venas o por las narices paraísos infernales o infiernos paradisiacos. Los asalariados de la droga tienen una ideología sobre el asunto hecha a la medida de sus intereses materiales y en los capos sólo ven paisanos que les dan trabajo, y en los poderes públicos, intrusos que irrumpen en un territorio delimitado por una larga tradición de economía clandestina. Intrusos, además, sospechosos de meter las narices por cuestiones políticas, bien sea nacionales, bien sea porque Estados Unidos presiona para que España no se convierta en el puerto franco de la droga europea.

La cultura del paisanaje fue una respuesta lógica al nada espléndido aislamiento de los gallegos; mala cosa si ahora sirve de coartada para una de las peores especies de malhechores. Negro asunto. Y para blanquearlo se me ocurre que junto a los paisanos culpables aparezcan los banqueros que han blanqueado tan negro dinero. Y no sólo los suizos. También los banqueros paisanos.

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