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Sin perversión no hay vida erótica

La perversidad se instala en la infancia mediante mecanismos ignorados por los psicoanalistas

Los psicoanálistas lacanianos sostienen que la perversión forma parte de la sexualidad normal hasta el punto de que su ausencia determina la falta de vida erótica. Este rasgo reglamenta el motor de la atracción para cada individuo: un color, una forma, un aroma, un oscuro objeto de deseo. Que constituya un problema es cuestión de grados entre la tímida sugerencia de un liguero hasta la puesta en práctica de la máxima perversa del marqués de Sade: "Dame esa parte de tu cuerpo y usaré de ella como me plazca".

La perversión aparece definida en el Diccionario de la Lengua como "un estado de inmoralidad o corrupción de costumbres". A principios de este siglo Freud intentó demostrar lo contrario, describiendo la presencia de este rasgo en la sexualidad infantil normal. Noventa años después sus seguidores dan un paso adelante, asegurando que la vida erótica se basa siempre en un signo de perversión distinto para cada individuo. Es la conclusión más relevante de los trabajos realizados durante dos años por 48 grupos analíticos de 18 países y recogidos en un volumen titulado Rasgos de la perversión en las estructuras clínicas, que anoche fue presentado en Madrid. En este estudio han participado 15 grupos españoles.Carmen Gallano, psicoanalista y secretaria para España del Campo Freudiano, insiste en que todos los sujetos tienen su particular objeto de deseo. "Hay hombres que exigen a sus mujeres hacer el amor con ropa interior como condición indispensable para llegar al orgasmo". Cierta mujer joven no podía depilarse las pantorrillas por temor a dejar de atraer sexualmente a su marido. Es conocida en la literatura universal la obsesión de algunos autores por los tobillos o los pequeños pies de sus amadas. "En general", dice Carmen Gallano, "el fetiche masculino es la ropa interior femenina, mientras que las mujeres se fijan más en lo que no es corporal, fundamentalmente en la palabra".

Furor del Minitel

Las formas de perversión en la sociedad moderna aparecen cada vez más relacionadas con los objetos que propone la técnica. Así, las fantasías sexuales relacionadas con el masoquismo, homosexualidad o fetichismo cuentan hoy con la inestimable ayuda del teléfono erótico, los videos o el ordenador. Según la psicoanalista, el Minitel -terminal telemático conectado al teléfono- está causando verdadero furor en Francia. Propone programas que recrean historietas perversas a la carta, según las preferencias del cliente. La realización de la perversión se muestra aquí más que nunca como un problema de consumo relacionado con el poder adquisitivo. "Hoy está demostrado que no existen diferencias sociales en este aspecto, aunque Freud pensara que las clases populares fueran más libres en la medida en que mostraban menos ascos hacia ciertas prácticas", explica Carmen Gallano. Es importante para esta especialista destacar que tampoco las mujeres son más masoquistas que los varones, como tradicionalmente se viene argumentando. "Esto y, la supuesta pasividad femenina son fantasmas masculinos".

El rasgo perverso se instala en la infancia por mecanismos todavía desconocidos por los psicoanalistas, y muy relacionados con la figura de la madre, como se puede comprobar cuando la perversión se convierte en un problema clínico.

"Aquel sujeto tenía como práctica perversa la promiscuidad homosexual, hasta el punto de que sólo le excitaba el no poder contabilizar el número de compañeros ni de orgasmos, fueran suyos o del otro. En ese momento de clímax abandonaba su destino en manos de sus innumerables conquistas, adoptando una posición masoquista. Tenía también deudas y se agotaba contando sin fin lo que tanto le costaba ganar para ayudar a su madre".

Es un caso clínico más de los expuestos en el volumen psicoanalítico, en el que también se hacen varias referencias a la relación entre la pederastia del escritor francés André Gide y la seducción de que fue objeto por parte de su tía cuando era casi un niño. "El perverso", apostilla Carmen Gallano, "goza y sabe mejor que nadie hacer gozar a los demás. De ahí que ejerzan un atractivo especial". La conclusión final hace dudar de si existen diferencias entre este sujeto y la sociedad que le busca.

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