La sombra de Jomeini
El peso del fallecido imam obliga a los líderes iraníes a ir con precaución hacia el cambio
Jomeini lo dejó todo atado y bastante bien atado. Durante una década, el octogenario teólogo musulmán ejerció en Irán la regencia espiritual y política en nombre del Mahdi, el Mesías, que, según creen los shiíes, restablecerá la libertad y la justicia en este mundo. Un año después de su muerte, la sombra del teólogo sigue gobernando la antigua Persia. Nada pueden hacer los actuales dirigentes religiosos sin referirse a las enseñanzas del difunto. Y sin embargo, el más pragmático de esos dirigentes, el presidente Alí Akbar Hachemi Rafsanyani, es consciente de la necesidad de importantes cambios.
Desde la muerte de Jomeini, la cúspide del poder iraní es bicéfala. El ayatolá Alí Jamenei es el guía de la revolución islámica; el hoyatoleslam Rafsanyani, el presidente de la República. Jamenei no tiene poder ejecutivo o legislativo, pero, en su calidad de depositario del testamento espiritual de Jomeini, sus opiniones pueden dar al traste de modo automático con una decisión del Gobierno o una ley aprobada por el Parlamento.Jamenei está siendo discreto en el ejercicio de su función de depositario del fuego sagrado. Sus próximos afirman que se reserva para las grandes cuestiones, aunque, no obstante, ejerce un estrecho marcaje sobre el pragmatismo de Rafsanyani. El presidente de la República quiere mejorar las relaciones con el Reino Unido, o sea, con la Comunidad Europea; el guía de la revolución recuerda periódicamente que es imposible alterar una coma de la condena a muerte al escritor Salman Rushdie.
Rafsanyani intenta ejercer de jefe de Estado. Se ha creado una Constitución a la medida, que concentra en su persona los antaños dispersos poderes ejecutivos. Rafsanyani va marginando poco a poco a los radicales, pero que nadie se llame a engaño: este hombre no pretende desjomeneizar el país, sino tan sólo crear una versión baja en nicotina y alquitrán del régimen instaurado por el teólogo.
La vieja rivalidad personal que opone a Jamenei y Rafsanyani no se ha expresado todavía de modo acerbo en el año transcurrido desde la muerte del imam. Los dos hombres caminan con pies de plomo y, según dicen los suyos, son muy conscientes del peligro que para todo el sistema teocrático supondría una guerra abierta entre ambos.
Desde que se pisa el avión de Iran Air que lleva a Teherán, es evidente que la retórica revolucionaria y antiimperialista sigue intacta. Los grandes y pequeños satanes son los mismos que en la época de Jomeini y su destrucción sigue siendo el objetivo de los musulmanes iraníes. Una vez en la capital iraní, en las conversaciones en torno a un té o un plato de chelo kebab, se descubre, sin embargo, que los líderes iraníes están a la búsqueda de una fórmula que permita la reconstrucción económica, la reconciliación con las clases medias y los cuadros exilados y la apertura a Occidente.
El pasado febrero, Rafsanyani hizo aprobar el primer plan quinquenal de la joven República Islámica. El diario gubernamental Itelaat reconoció entonces que la paridad del rial en relación a las divisas extranjeras ha disminuido en un 1.800% desde tiempos del Sha y afirmó que el paro alcanza al 17% de la población activa. A ello hay que sumar las destrucciones físicas causadas por ocho años de guerra implacable con Irak.
Reconstrucción
Para hacer frente a esta grave situación, el plan de Rafsanyani consagra 120.000 millones de dólares a la reconstrucción y prevé la liberalización económica y cierta apertura a los capitales extranjeros. En concreto, acepta un endeudamiento exterior de 22.900 millones de dólares en los próximos cinco años, algo en contradicción con la filosofía autárquica imperante hasta ahora.Aunque carece de una oposición que le ponga en peligro a corto plazo, el régimen islámico iraní necesita integrar lo antes posible a las clases medias y los cuadros exilados. Por proponer una liberalización de la vida política y de las costumbres que permitiera esa integración, el antiguo delfin de Jomeini, el ayatolá Montazeri, fue destituido por el imam en sus últimos meses de vida.
En las calles de Teherán no hay ahora retratos de Montazeri, pero éste sigue predicando en su escuela teológica de Qom, y sus pares le han elevado hace poco a la categoría de gran ayatolá. El caso Montazeri prueba la falsedad de tantos análisis occidentales sobre Irán. En tiempos del escándalo Irangate, la Prensa norteamericana le presentaba como el jefe de los radicales; para esos mismos medios, hoy es la principal figura de la oposición religiosa moderada.
El principal éxito de la política internacional de Rafsanyani ha sido el establecimiento de un clima de buena vecindad con la URSS. Los dirigentes iraníes son ahora muy cautos en su apoyo a los movimientos islámicos del imperio soviético e incluso aceptan una fórmula de reconciliación nacional para Afganistán. Para justificar esa actitud, Rafsanyani cita la carta amistosa que el propio Jomeini envió a Gorbachov.
En relación a los occidentales secuestrados en Líbano por el Partido de Dios, Irán cree que ya ha hecho su gesto de buena voluntad con la reciente liberación de dos rehenes norteamericanos. Ahora espera un paso de Estados Unidos. Pero Estados Unidos no tiene ningún prisa por liberar a los rehenes ni por reconciliarse con la República Islámica. Según el cálculo norteamericano, Irán no tiene otra salida que terminar inclinándose del lado de Occidente. Aunque, como Arabia Saudí, siga manteniendo de modo riguroso las formas musulmanas.
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