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Hacia una, Europa con rostro humano

1. Uno de los aspectos más frecuentemente destacados de la cambiante realidad del mundo en que vivimos es el referente a la novedad y peligro que supone "la desaparición del enemigo", la rebajada virulencia del enfrentamiento entre las superpotencias. El hecho de que deje de haber enemigo esencial sobre el que cargar las culpas de todos los males -incluidos aquellos de los que no es responsable- abre la posibilidad de buscar otras alternativas, aunque sólo sea para dejar reposar de vez en cuando nuestra mala conciencia. Alternativas que van desde los conflictos de límites hasta las guerras de religión, sin pasar por alto, los renacientes nacionalismos.2. Otro aspecto recurrente en los estudios de la realidad actual es el descrédito de la ideología marxista-leninista o, para ser más precisos, de los sistemas político-económicos en que se plasmó. Se afirma que el sistema socialista ha fracasado en todos los terrenos.

Afirmación no exenta de simplismo y de peligros. Simplismo, porque se olvida mucha de la historia y el hecho de que buena parte de las grandes masas de desposeídos estarían dispuestas a cambiar su actual situación por la que, por ejemplo, rodea al cubano medio, al margen de viajes, lecturas, inversiones o urnas, y sin olvidar -como hoy frecuentemente ocurre- otros elementos que hacen de la cubana una muy respetable revolución. Peligros, porque los marginados se quedan sin asidero ideológico ni revolución posible en un momento en que es cada día más patente la polarización entre ricos y desposeídos.

No es bueno, pues, olvidar el valor desmitificador y pedagógico que durante mucho tiempo ha tenido el marxismo-leninismo, su condición motivadora de la lucha social, su simbolismo catalizador, valores lamentablemente menospreciados por la obsesión de poder de los partidos monopolizadores del poder, por la dimensión seudorreligiosa de una ortodoxia egoísta, por la capacidad de mixtificación de los grandes oráculos y por el reincidente desprecio de los más nobles valores del ser humano. Alguien ha escrito recientemente que los regímenes comunistas no han perseguido la conquista del poder para producir desde él las transformaciones que la sociedad exigía, sino que han provocado desde aquél todas las transformaciones imaginables, justas o no, sólo para mantenerse en el poder. El poder por el poder, el poder como fin en sí mismo.

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3. Con estas dos observaciones por delante -desaparición del enemigo potencial y descrédito de un sistema- nos encontramos hoy metidos, sin paliativos de ningún género, en la hermosa y difícil tarea de recomponer Europa, de estructurar un orden nuevo en el viejo solar continental, desafío cargado de esperanzas, de miedos y reservas, para el que de poco sirve lo que decíamos ayer. Habrá que recurrir a la imaginación, a la osadía y a la cautela, porque, como decía hace poco el ministro de Asuntos Exteriores de Checoslovaquia, Jiri Dienstbier, "nos previenen de que vayamos tan aprisa cuando, casi siempre, casi todos, llegamos tarde".

El mundo bipolar se tambalea, creando desequilibrios y vacíos de poder. Se agudiza la dicotomía Norte-Sur, se aleja el fantasma de la guerra fría. La Europa comunitaria ve sacudida su conservadora tranquilidad por acontecimientos que abren nuevos interrogantes a la misma puerta de su casa. El mapa de la seguridad continental se pone en entredicho porque nadie sabe a quién y cómo se amenaza y de quién y cómo habrá que defenderse. Los pactos y alianzas ya no responden a la realidad de hoy. Ya nada es como era antes. Europa se mira, entre el asombro, la preocupación, entre la esperanza y el miedo. El castillo de naipes de la posguerra se derrumba.

4. Ante semejante marco parece elemental aferrarse a las pocas seguridades con que se cuenta a la hora de diseñar el bosquejo de esa Europa que espera tras la esquina del año 2000. Por ejemplo:

- La Comunidad como punto de referencia y elemento catalizador de la Europa del mañana: gracias a sus logros socioeconómicos y a su defensa de unos ciertos valores hay coincidencia entre todos los países que emergen hacia la democracia en considerar que la Europa comunitaria es la meta hacia la que se desea avanzar.

- Necesidad de transformar el marco de seguridad y la relación con las superpotencias: una Europa que se acerca desde los dos extremos, que rompe el libreto que le habían redactado hace más de 40 años, tiene que plantearse estructuras nuevas y nuevas relaciones. En cuanto a las primeras, parece lógico utilizar todas las instituciones existentes, en la medida en que puedan ser útiles, aplicándoles los correctivos necesarios y sin sorprenderse ni del recurso a la imaginación ni del llamado a la ética como elemento estabilizador.

En cuanto al segundo punto, partamos del hecho de que los grandes no se miran ya como enemigos existenciales, dispuestos a saltar el uno sobre el otro arrasando a los demás en su agresión, sino que los más amistosos y comprensivos gestos se corresponden con una situación nueva, por lo que no es de descartar que en un momento dado -como ocurrió no hace mucho entre franceses y alemanes, tanto tiempo a la greña- se miren como socios y amigos, trabajando juntos en la aventura de construir un mundo algo mejor al que nosotros heredamos.

En la medida en que esta hipótesis tenga posibilidades de materializarse, no es de rechazar a priori la posibilidad de que los hasta ahora antagónicos sistemas de seguridad continental puedan encontrarse en un espacio común cuyo objetivo sea la seguridad global del continente, a la que están llamados a coadyuvar tanto los soviéticos, en su condición de europeos, como los norteamericanos, en su calidad de factor decisivo de la recomposición que se pretende, puesto que la seguridad europea ha demostrado ser, al fin y al cabo, asunto que trasciende las propias fronteras del continente para constituirse en núcleo medular de la seguridad mundial.

- La unificación de Alemania como pauta del proceso europeo: la unidad alemana plantea el problema de su imbricación en el esquema de seguridad (neutralidad, OTAN, OTAN-Pacto de Varsovia) y el de la posible incidencia desequilibradora de su potencial económico. En cuanto a esta última, es obvio que una Europa que se viera supeditada al poderío de uno de sus países estaría siempre sometida a peligrosas tensiones y servidumbres, pero no parece lógico que ello ocurra con una Alemania cuya relación con el resto de los países comunitarios constituye la más sólida parte de su armazón económica y cuya vocación e intereses son coincidentes con los de la propia Comunidad. Se tratará, pues, de hacer avanzar, paralelamente, la integración comunitaria de todo orden para consolidar aquella positiva interdependencia.

Por otra parte, la unificación de Alemania parece inevitable que la sitúe de momento en el marco de la OTAN, aunque se ha avanzado -y posiblemente sea correcta- la tesis de que el territorio de la actual RDA podría en principio quedar excluido del futuro despliegue de fuerzas OTAN, en el doble entendimiento de que las tropas soviéticas procederán a una gradual retirada y la OTAN a una adecuada reconversión. La provisionalidad de la fórmula podría anticiparse, destacando que sólo sería vigente para el período de conformación del nuevo esquema de seguridad europea, con lo que vendría a hacerse cierta la afirmación del canciller Schmidt cuando decía, tiempo ha, que el primer objetivo de la OTAN era el de intimidar a Moscú, pero el segundo, y en este caso último, sería el de acompañar y acompasar -incluso vigilar- los primeros pasos de la Alemania unificada.

- Por último, el impulso que supone en todo este proceso el firme propósito de los pueblos de Europa central y oriental de reincorporarse a la Europa de las libertades, lo cual implica por parte de los demás europeos el serio compromiso de ayudarles en tan difícil empeño. Porque a las dificultades de orden económico, aparentemente las más graves, vendrán a sumarse las que supondrán los renacimientos de viejas querellas y disputas fronterizas, el despertar casi inevitable de los nacionalismos (incluso como contrapeso del gran proceso unificador de Europa), así como todo un largo etcétera de males que están ahí, ocultos u olvidados, que nadie ha solucionado todavía, pero que constituyeron en el pasado la espoleta que provocó la explosión de los más graves y dramáticos conflictos del continente.

Estamos, pues, preocupadamente esperanzados. Habrá que demostrar que la Europa de los mercaderes sabe ser solidaria de esas sociedades pospenitenciarias, tantas décadas víctimas de la humillación o del engaño. Habrá que demostrar que hemos sabido percibir, entre el humo de tanta ruina, el alegre tufillo del entusiasmo y de la fe en los grandes ideales. Habrá que demostrar que nuestra imaginación corre pareja con nuestra sinceridad y nobleza de propósitos, porque ese entusiasmo y esa solidaridad serían la mejor prueba de que aún es posible que construyamos entre todos una verdadera Europa de las libertades. Una Europa preocupada por la ecología del espíritu y la defensa de las más avanzadas y progresistas orientaciones sociales. Una Europa con rostro humano.

J. L Dicenta Ballester es embajador de España en Checoslovaquia.

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