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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un túnel sin esperanza

UNA OLEADA de protestas populares en diversos países del África occidental en demanda de sistemas pluripartidistas está amenazando regímenes que se han mantenido mucho tiempo sobre dictaduras militares, o sobre presidentes civiles apoyados por el ejército. En Gabón, el presidente Bongo ha tenido que prometer el pluripartidismo. Algo semejante le ha ocurrido al anciano Sekú Turé, de Costa de Marfil. También en Benin, cuyo sistema se ha definido como estrictamente marxista durante 18 años, van a permitirse partidos políticos diversos. Incluso el dictador duro de Zaire, Mobutu, ha anunciado el fin del partido único. Se trata, pues, de una corriente en auge, si bien no se puede todavía echar las campanas al vuelo.Sería erróneo considerar este fenómeno como un simple reflejo de los cambios que han ocurrido en el Este de Europa, Pero no cabe duda que, después de las gestiones conjuntas de EE UU y la URS S para poner fin a la guerra civil en Angola y para dar a Namibia su independencia y, sobre todo, después de las elecciones democráticas que han tenido lugar en este país, el marco político e ideológico en el que se ha venido desarrollando la vida africana en las últimas décadas ha sufrido un cambio profundo.

Ello plantea un problema de fondo a la política europea, y especialmente a los antiguos países coloniales, que, como Francia y el Reino Unido, siguen desempeñando un papel fundamental en el continente africano. El pretexto de que la democracia era inviable en países sometidos a tales condiciones de subdesarrollo ha servido para que algunos dictadores sanguinarios recibieran desde Europa las ayudas decisivas que les permitieron mantenerse en el poder. Esta etapa debería considerarse terminada, pero sería, sin duda, absurdo creer que el pluripartidismo es una solución milagrosa en sí misma. El problema debe enfocarse ahora con una mayor preocupación por el respeto de los derechos de los pueblos en las políticas europeas. La colonización de África dejó al continente esquilmado y totalmente carente de infraestructura. Es decir, sin futuro.

Hubo momentos en la década de los setenta en que los beneficios de los petrodólares hicieron creer que se estaba produciendo en África un desarrollo económico desequilibrado pero saludable. Se trataba de un puro espejismo que encubría el enriquecimiento de los menos y el desamparo de los más. El verdadero drama de África es que su problema no parece tener solución. La acumulación de desastres es tal que el mundo parece impotente para ponerles remedio. Una mirada al mapa africano revela males sin solución: sida, epidemias, superpoblación, escasez de alimentos, estancamiento y recesión económica. Pese a este retablo de desastres, probablemente el peor síntoma de todo ello sea su marginación mundial. Si con respecto a Latinoamérica se hacen esfuerzos para resolver los problemas de la deuda o para mantener intacta la ayuda que se viene prestando a ese continente y en el subcontinente asiático se adivinan gérmenes de solución -mejor infraestructura con mejores medios-, en África nadie es capaz de ver el final de un túnel sin esperanza.

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