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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El doloroso puente.. .

SE PREGUNTABA recientemente Le Monde si la unidad alemana y la caída de los regímenes comunistas estaban propiciando el olvido del pasado y el resurgimiento del antisemitismo. El horror que produce en cualquier persona de bien la repulsiva profanación (le 40 tumbas en el cementerio judío de Carpentras, en Francia, sirve para recordar cuánta vigilancia, cuánta firmeza es aún necesaria ejercer en esta Europa ultracivilizada de finales del siglo XX para impedir que el racismo -aun cuando hoy decididamente perseguido por los Gobiernos europeos- pueda convertirse nuevamente en un fenómeno con el que no hay más remedio que contar y al que debe temerse cada día.La filosofia que hace posible lo sucedido en Carpentras es directamente achacable a la ola de xenofobia racista representada por el Frente Nacional, del líder ultraderechista francés Jean-Marie Le Pen. El fenómeno se corresponde bien con la marea de nacionalismo extremista y de antisemitismo que, aunque minoritariamente, empieza a generalizarse en el este europeo. En la URSS, en Hungría, en Polonia, en la antigua RDA, resurgen con fuerza los fantasmas del pasado, instintos ultranacionalistas, virulencias que nos retrotraen a la época nazi. Como europeos, habitantes de un continente civilizado y progresista sin fronteras, el hecho nos cubre de vergüenza.

Por ello es doblemente estremecedor contemplar la valentía moral con que los miembros del Congreso Mundial Judío, reunidos en Berlín el pasado martes, oraron y cantaron frente al santuario de los horrores: la casa de Warinsee en la que, en julio de 1942, altos cargos nazis tomaron las decisiones que hicieron posible la solución final que condujo al holocausto. Los alemanes de hoy no son responsables de aquellas salvajadas, pero cabe exigirles rotunda vigilancia frente al nuevo racismo. Por este motivo, Edgar Brorifinan, presidente del Congreso, asegura que los judíos no pueden olvidar: sólo pueden basar su perdón en "el doloroso puente de la memoria". Un puente que debería estar edificado sobre los pilares de unas rígidas leyes antirracistas que, a semejanza de la aprobada por la Asamblea francesa la semana pasada, elaboraran todos los Parlamentos de Europa.

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