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Reportaje:

Guerra y diálogo en El Salvador

La vía del compromiso para poner fin a la guerra civil se abre paso entre balas

Los profundos problemas políticos y sociales que llevaron a El Salvador a un interminable y sangriento enfrentamiento civil y militar son ahora objeto de esperanzado debate y análisis no sólo por el Gobierno y la guerrilla, sino también por Estados Unidos, pieza fundamental en la evolución del conflicto, que parece haber modificado su anterior actitud. Importantes dificultades, sin embargo, quedan por superar para que sea posible la pacificación de esta nación centroamericana, arruinada por la guerra, la pobreza y el dolor.

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Guillermo Ungo, líder del Movimiento Nacional Revolucionario y vicepresidente de la Internacional Socialista, considera que hay motivos para el optimismo a causa de la existencia de "mejores condiciones internas, regionales e internacionales". No obstante, reconoce que constituye un problema el hecho de que "nadie esté en situación de debilidad, ni política ni militarmente".El dirigente izquierdista está de buen humor pese a tener que soportar el agobiante calor del trópico con un chaleco antibalas debajo de la guayabera, y señala uno de los factores que pueden contribuir a que se alcance una solución: el cambio de actitud de Estados Unidos. "Washington ha visto cómo se acababa el incendio de Nicaragua", agrega, "y ahora le gustaría que se apagase el de El Salvador. Incluso los conservadores comienzan a preguntarse: ¿qué diablos hacemos en Centroamérica? El comunismo no es tan peligroso como habíamos creído e incluso se le puede derrotar en las urnas".

El Congreso norteamericano ha puesto férreas condiciones al mantenimiento de la ayuda militar a El Salvador, y exige señales de que el régimen quiere acabar con la guerra y de que se va a poner fin a la violación sistemática de los derechos humanos, comenzando por la actuación de los escuadrones de la muerte. El castigo a los asesinos de seis jesuitas (cinco de ellos españoles) y de dos empleadas de la Universidad Centroamericana, en la matanza registrada en plena ofensiva de noviembre, es una de las pruebas principales.

De cómo están las cosas puede dar una idea el informe hecho público por la Comisión de Derechos Humanos de El Salvador, según el cual en el primer trimestre de este año murieron por la violencia política 368 personas, 46 desaparecieron y 247 fueron capturadas arbitrariamente. En el documento se atribuye a miembros del Ejército la gran mayoría de los asesinatos.

El problema reside en que las supuestas buenas intenciones del presidente Alfredo Cristiani se enfrentan a la cruda realidad de un Ejército que aún no quiere hacer una lectura realista de la situación y, contra toda lógica, se empeña en que la solución militar es posible. Pero también los hombres de uniforme hablan estos días de diálogo y de acatamiento del poder civil.

Año de paz

El Gobierno y los rebeldes llegaron en Ginebra a un acuerdo de procedimiento y se estudia la realización de un diálogo formal. Cristiani dijo en Managua, país al que viajó para la investidura de la nueva presidenta de Nicaragua, Violeta Chamorro, que cree que la paz llegará este mismo año, opinión que comparte Óscar Arias, el hombre que, desde la presidencia de Costa Rica, más ha hecho en los últimos años para que callen las armas en Centroamérica.La ONU se ha comprometido a auspiciar el proceso de negociación y el secretario general, Javier Pérez de Cuéllar, nombró a un mediador especial, el ecuatoriano Alvaro de Soto, que no para de tomar aviones y desplazarse de un lugar a otro para intentar limar asperezas.

La guerrilla manda a discutir a sus máximos dirigentes, entre ellos el comandante Joaquín Villalobos, y el Gobierno ha incorporado a su delegación al ministro de Justicia, Óscar Santamaría; al de Interior, el coronel retirado Juan Martínez Varela, e incluso a un jefe militar en activo, el coronel Mauricio Ernesto Vargas, jefe de la III Brigada de Infantería.

Nadie duda de que Vargas, un duro, defenderá los intereses de su casta, pero el hecho de que las Fuerzas Armadas salvadoreñas se sienten, por primera vez, a la misma mesa que los subversivos a los que combaten es un elemento esperanzador. Como lo es también el tono de un comunicado del Ministerio de Defensa en el que se muestra la decisión de "acompañar los esfuerzos de paz" de Cristiani "por medio del entendimiento y la comprensión". Los partidos políticos y las organizaciones sociales del país desempeñarán su papel en el proceso, probablemente para que el Gobierno pueda presentar al FMLN una posición conjunta, algo difícil de creer cuando se piensa que hay grupos, como el de Ungo, que están mucho más próximos a las aspiraciones de la guerrilla. La opinión más generalizada es que los rebeldes pedirán la depuración de la cúpula del Ejército, la desmilitarización del país, el cambio de los sistemas judicial y electoral y drásticas reformas en el terreno económico.

El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) no está en situación de encontrarse insatisfecho. Ungo asegura que lo único que pretende es "no ser goleado o, todo lo más, no perder el partido", ya que no hay condiciones objetivas para que la victoria sea posible, ni siquiera a largo plazo.

Pese a todo, la guerrilla salvadoreña mantiene una importante capacidad de fuego y la semana pasada, poco después del Primero de Mayo lanzó su ofensiva más importante desde noviembre pasado, con empleo de cohetes, en lo que parecía un recibimiento al mediador de la ONU, Álvaro de Soto.

Sus hombres llegaron hasta las cercanías del Hotel Sheraton y atacaron la residencia oficial de Cristiani en un duro enfrentamiento con las fuerza gubernamentales. Hubo decenas de muertos y heridos, hasta más de 200, según los rebeldes.

Depuración castrense

Como en Managua, la jefatura del Ejército constituye uno de los máximos puntos de fricción. Hay oficiales jóvenes que se han manifestado en favor de "cambios profundos y una depuración inmediata" y que culpan a varios jefes de la matanza de los jesuitas. Este es el caso del coronel retirado Sigfredo Ochoa, acusado por ello de traidor por sus compañeros de armas. Un Ejército, sin embargo, que no ha perdido unas elecciones como el sandinista.

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