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'Los sueños de Akira Kurosawa' abren la 43ª edición del Festival de Cannes

Lucas, Coppola y Scorsese intercedieron para que el anciano cineasta japonés pudiese financiar la película

Con 80 años, una treintena de películas y la rendida admiración de los cineastas americanos, Akira Kurosawa ha vuelto la mirada más implacable del cine a sus inspiradores: Dostoievski y el hermano del director japonés, suicidado a los 23 años. Los sueños de Akira Kurosawa, una película que narra su propia vida a través de ocho sueños y que abre hoy el Festival de Cannes, debe a ambos la valentía de un creador que nunca cerró los ojos a la tragedia del hombre. Los directores George Lucas, Coppola y Scorsese -que protagoniza uno de los sueños- intercedieron ante Warner Bros para que Kurosawa consiguiese el dinero necesario para rodar esta película crepuscular. La editorial Fundamentos publicará en España dentro de 15 días la autobiografía del cineasta.

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Los teletipos recogían a finales de 1971 un suceso que pocos periódicos llegaron a publicar: el cineasta japonés Akira Kurosawa había intentado suicidarse. Lo encontraron tendido en un charco de sangre, con un profundo corte en la garganta y seis más en las muñecas. Tras ese acto de desesperación, perpetrado a los 61 años, Kurosawa daría aún al cine otros tres títulos espléndidos. Dersu Uzala le otorgó su segundo Oscar en 1975; Kagemusha se llevó la Palma de Oro en Cannes en 1980, y Ran fue acogida entonces como el grandioso testamento de un maestro.Kurosawa atribuyó su intento de suicidio a una enfermedad insoportable -cálculos biliares- y nunca admitió que se debiese a una crisis espiritual. Él mismo reconoce, sin embargo, que en esa época atravesaba la peor racha de su carrera. Acababa de soportar la humillación de verse apartado oficialmente del rodaje de la superproducción bélica Tora, Tora, Tora! por motivos de salud -el productor Darryll Zanuek llegó a insinuar problemas de alcoholismo y desequilibrio mental-, cuando lo cierto es que el director japonés rompió su compromiso al enterarse de que no se le permitiría controlar el montaje final de sus propias secuencias.

Sus tormentosas relaciones con la industria japonesa, siempre pendiente de la rentabilidad, se romperían definitivamente en 1970, como consecuencia del fracaso comercial de la película Dodeskaden. A partir de entonces Akira Kurosawa no volvería a conseguir de sus compatriotas el dinero necesario para rodar una película sin una sustancial inversión norteamericana.

"He hecho siempre lo que me dio la gana; eso es lo mejor y lo peor de mi carrera cinematográfica", comenta ahora Kurosawa, 20 años después de haber intentado truncarla, mientras se encara a un ejecutivo de Warner Bros en una oficina de Los Ángeles. Su rostro imponente, oculto tras esas amedrentadoras gafas negras que ha convertido en su imagen de marca, está suavizado esta mañana por una gorra. La discusión sobre los pormenores del estreno en Cannes de Los sueños de Akira Kurosawa está a punto de sacar de quicio al hombre de la Warner cuando el director japonés zanja el tema con un tono entre amenazador y suplicante. "Le recuerdo que me he visto obligado a paralizar todo el equipo de Ran durante días y días, mientras el presupuesto corría como un taxímetro, porque no estaba dispuesto a tolerar que un clima adverso y un ejecutivo estúpido arruinasen mi película. ¿Se atreverá usted a contrariar ahora la última voluntad de un anciano tan obstinado?".

Los sueños de Akira Kurosawa se compone de ocho secuencias oníricas sobre distintas vivencias y recuerdos relacionados con su vida, con título como La ventisca o Cuervos, en la que un admirador llamado Martin Scorsese encarna a Vincent van Gogh. Cuando se le pregunta si esta película es su legado espiritual, observa rápidamente que ese concepto es demasiado literario. La verdad es que cualquier pregunta sobre el significado de sus películas irrita con facilidad a Kurosawa. "Yo no trato de imponer mi filosofía en el cine. Si tuviese la necesidad de comunicar un mensaje que puedo expresar en palabras, lo escribiría en una pancarta y rondaría por ahí. Resultaría más rápido y más barato. Mi intención es muy sencilla: he leído en un pasaje de Dostoievski que los sueños expresan el miedo y la esperanza con formas inimaginables en la vida real. Así que intenté transcribir al papel un sueno que recordaba de mi infancia. No lo conseguí, pero a cambio vi desfilar por mi memoria la escenografía completa de mi vida. Ninguna descripción de los suenos en meras palabras puede capturar su poder expresivo. Ésa es la razón por la que he hecho esta película".

El protagonista del cuarto sueño, por ejemplo, es un perro de una ferocidad sobrecogedora. "Se trata de un pastor alsaciano y representa mi temor al militarismo. Bucear en mis sueños me deparó la inesperada sorpresa de reconocer a mi país bajo la forma de un perro rabioso. En el fondo resulta más hilarante que atroz".

Como el benjamín de siete hermanos descendientes de una familia de samurais, Akira Kurosawa se maravilla todavía de que la estricta formación militar de su padre no le impidiese juzgar al cine como un instrumento educativo para sus hijos. Y no duda en atribuir a su hermano suicida la calidad humana que otros han significado en su carrera cinematográfica y que él enriqueció con la lectura de Dostoievski.

En 1923 su hermano le obligó a deambular todo un día entre los escombros y los cadáveres que dejó el terremoto que asoló Tokio. Todas las variantes de la muerte se desvelaron con crueldad a sus ojos ingenuos. "Fíjate bien, Akira', me dijo cuando sorprendió mis ojos cerrados por el terror. 'Si no eres capaz de mantener la mirada firme ante la desgracia ajena, la propia desgracia acabará por alcanzarte".

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