¿El fin del socialismo?
Si no significan el fin de la historia, al menos los recientes acontecimientos en el este europeo, según una clave de interpretación muy extendida, aparecen como el fin del socialismo. Y fin del socialismo no sólo en sus realizaciones perversas, sino en cuanto tal. Fin de trayecto de una experiencia fracasada. Como consecuencia, se celebra el triunfo del capitalismo moderno, o si se cuida en no herir en demasía la sensibilidad del público, se emplea el eufemismo de la victoria de la economía de mercado. Las primeras elecciones en la RDA y en Hungría confirmarían estos veredictos. La izquierda, en esta versión, asiste contrita, uno tras otro, a los entierros y funerales de sus seres queridos, primero del marxismo, ahora del socialismo. Perdidos sus referentes tradicionales, sería incapaz de formular coherentemente sus alternativas en la teoría y sobre todo en la práctica política.Y, sin embargo, el flamante: vencedor sigue haciendo patentes sus flancos desguarnecidos a lo que siempre fue el motor de la izquierda social, a la crítica. de la economía política. Prosigue siendo real que vivimos en sistemas de desigualdad y dominación. Más aún, las sociedades industriales han visto deteriorarse lo que habían sido sus, mejores logros en el llamado Estado de bienestar, fruto de las políticas sociales de las democracias cristianas y de los socialdemócratas en la Europa de la posguerra. Las políticas de pleno empleo, una de las características sustanciales de este Estado, han quebrado. En su lugar, para ayudar a nuestra resignación, se divulga la terminología del paro estructural y necesario. Las sociedades opulentas se han convertido en las sociedades denominadas de los dos tercios, donde crece la marginación, la pobreza, el desarraigo social de la juventud, con sus dramáticas secuelas de drogodependencia y de extensión de la delincuencia. Debido a ello, también los defensores del Estado de bienestar en la economía de mercado se encuentran a la defensiva, plegados pragmáticamente a la necesidad de las leyes económicas, viendo cómo algunos de sus principales objetivos se diluyen en la utopía de no se sabe cuándo.
El subsistema económico en las sociedades modernas permanece cerrado e impermeable a los valores y reglas de la democracia. Como bien se ha dicho, ésta se detiene a las puertas de las fábricas. En su interior persisten las estructuras jerarquizadas, el poder y la decisión desigualmente distribuidos.
Pero, además, las excelencias del sistema sólo son narrables de manera verosímil desde la perspectiva etnocéntrica de los centros desarrollados, en donde el bienestar existente y los niveles de democracia y participación son el fruto del pacto social histórico, obligado por las reivindicaciones y propuestas sindicales y de los partidos de izquierda. Sin embargo, el orden económico internacional de mercado se muestra, impotente para dignificar la vida y las economías de los pobladores del Tercer Mundo. La última década ha presenciado la bancarrota de sus economías, el ahondamiento de la sima entre el Norte y el Sur y la incapacidad de las políticas de medidas duras de reactivar las economías de la miseria. Hace tiempo que instancias no partidistas vienen reclamando la urgencia de un nuevo orden económico internacional, pues el vigente se muestra incapaz de solventar las cuestiones del desarrollo y de la justicia necesaria en las relaciones mundiales. Parece que nadie sabe ni se atreve a diseñar ese nuevo paradigma más allá de su uso retórico en los foros internacionales. Este es el gran fiasco de la economía de mercado en las grandes dimensiones que hoy se le exigen. Encararlo con nuevas propuestas alternativas, basadas en la igualdad y en la justicia, es una tarea demasiado ingente para las escuálidas recetas de los pontífices del mercado.
Pero también en los últimos tiempos hemos ido tomando conciencia universal de la gravedad de la crisis de la economía mundial en su dimensión ecológica. Sin dramatismos exagerados, la intensidad del deterioro de la naturaleza y del medio ambiente han llevado a que esta cuestión se plantee con justeza como un interrogante de supervivencia. Hoy existe ya la duda razonable de si las cotas y procedimientos de la prosperidad de las sociedades desarrolladas tendrán como costes y víctimas a las generaciones futuras; esto es, el exterminio o la degradación de la vida de nuestros sucesores. La contaminación salvaje, la deforestación de los bosques, las desertizaciones culpables, las anomalías térmicas, el uso irresponsable de la energía nuclear, también para fines industriales -y parece que cualquier uso de ella es irresponsable-, son efecto de una concepción exclusivamente económica del progreso.
Estas aporías éticas y de funcionamiento del dinamismo de la economía dominante están en el origen de la rebelión del pensamiento socialista y son su estímulo para idear nuevas alternativas. El espíritu del capitalismo, también modernizado, ha universalizado su agresividad contra el hombre y la naturaleza. Los criterios de maximación de beneficios, de competitividad y de libre mercado son ciegos para encarar estas cuestiones irresueltas y para alentar las transformaciones
Hoy vemos levantar acta del fracaso del socialismo real, al parecer también de la perestroika en cuanto ésta significaba un proyecto de reforma y democratización del sistema. Pues el camino elegido por esos pueblos parece que no es el de las reformas, sino el de la liquidación. La obsolescencia del aparato productivo y la ira de los ciudadanos como respuesta a la dominación comunista han hecho hoy inverosímil en el este de Europa el experimento de un socialismo de rostro humano, como el pretendido por los socialistas checos y aplastado en Praga en 1968 por los tanques soviéticos. Sólo en la URSS, donde el proceso sigue liderado por Gorbachov, permanece la incertidumbre.
Pero la izquierda que no nace de la arbitrariedad voluntarista, sino de la percepción de las necesidades humanas y morales no satisfechas, sigue expresando su crítica y aspirando a una articulación política y económica alternativa.
No se crea el marco adecuado que permita dar cabida a tales proyectos cuando el horizonte político se estrecha en exclusiva en ganar las elecciones de mañana y en saber ir detrás de los inmediatos deseos de los electores a golpe de encuesta. Son otros el ritmo y las preocupaciones exigidas para elaborar las alternativas de pasado mañana. Si las formaciones de la tradición socialista no aceptan el envite tendremos que conceder, como se ha escrito recientemente, que durante un próximo futuro sólo quedarán socialistas sin socialismo.
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