Ir al contenido
_
_
_
_
Mujeres
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Deshacer un malentendido

¿Quién se atrevería a decir que alguien de una biografía semejante a la de Rabotnikof fue alguna vez una persona frágil?

Nora Rabotnikof, filósofa argentina.

En un disco maravilloso y oscuro, titulado Negative Capabilities (Capacidades negativas), Marianne Faithful cantaba en “Misunderstanding” que había un malentendido respecto a su vida y pedía al prójimo que la ayudara a deshacerlo haciendo comprender a los demás que no, que no estaba sola. Faithful, que falleció hace unos meses, tuvo, como es sabido, una vida compleja. El tercer acto de la misma fue tremendamente mediocre en términos de salud, pero deslumbrantemente bueno en términos artísticos.

Desde que escuché Misunderstanding en 2018, cuando salió el disco, pensé que pocos malentendidos hay más funestos que el de las personas mayores —quizás con más ahínco si de mujeres se trata— con apariencia frágil. Pende de esa imagen una retahíla de prejuicios: que si es frágil es porque está o se siente sola; que si aparenta fragilidad es porque fue abandonada y no porque fuera ella la que abandonara a alguien; que si aparenta fragilidad es porque será una resentida, alguien cuya delicado estado es, de un modo u otro, merecido; que si aparenta fragilidad será porque está triste, como si una no pudiera estar ante la puerta negra de la muerte —como la denomina la poeta Anne Carson— medianamente feliz, o al menos convencida, o al menos en paz con el balance de su vida; o –el prejuicio más extraño de todos— que si aparenta fragilidad es porque en realidad fue siempre frágil: la imagen del fin de la vida de una persona revelaría nada menos que su auténtica cara.

Hace unas semanas murió Nora Rabotnikof. Es posible que este nombre no diga mucho al lector español, tal vez un poquito más al lector latinoamericano. Rabotnikof fue una filósofa argentina, pero asentada desde hacía muchos años en México como investigadora en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM. Yo la conocí siendo ya una mujer frágil, aquejada de enfisema pulmonar y flaca como la más liviana de las espigas del maíz. De formación marxista, tenía una de las mejores cabezas políticas de las que yo he sido testigo. Hablé millones de veces con ella, éramos colegas y amigos. Aprendí algo todas y cada una de de las ocasiones en que hablamos. Tal vez lo más importante que me enseñó, naturalmente sin pretenderlo, fue el arte de la conversación. Sospecho, dicho sea de paso, que los argentinos son al arte de la conversación, lo que las mariposas monarca son a las mariposas.

Apenas dos semanas antes de su muerte hablé con ella por teléfono un par de horas. Platiqué sobre Omar Torrijos, sobre Martín Kohan, sobre Leila Guerriero. Rara vez nos preguntábamos cosas demasiado personales. Sobrevolaban la conversación, hacían amago de aterrizar, pero antes de tocar suelo, quién sabe si para prevenir accidentes, alzaban de nuevo el vuelo. Pero que no nos las preguntáramos no quiere decir que no se impusieran, de manera velada o implícita, en aquellas largas llamadas. Yo sabía que Rabotnikof había sido montonera. Sabía también que había llegado exiliada a México, como tantos otros argentinos. Pero jamás me atreví a preguntarle por las vicisitudes concretas y específicas de su huida de Argentina. Fue tal vez por pudor. O porque me angustiaba demasiado lo que me tenía que contar: no hay una sola historia de los represaliados argentinos que no sea de una crueldad terrible.

Ahora murió, a sus setenta y cuatro años, y personas cercanas a ella me contaron aquel episodio infausto de la memoria argentina. Rabotnikof parió a su segundo hijo, una niña, en la cárcel. La liberaron a cambio de que ella y su familia abandonaran el país. Ella accedió. Con dos niños a cuestas, separada de facto de su pareja –que se había quedado encarcelado en Argentina– y rehizo su vida en México hasta convertirse en una de las más perspicaces filósofas del continente.

Así que me veo en la afortunada obligación de deshacer el malentendido del que hablaba y al que cantaba Marianne Faithful. Las personas frágiles nunca fueron frágiles. ¿Quién se atrevería a decir que alguien de una biografía semejante a la de Rabotnikof fue alguna vez una persona frágil? Y, sin embargo, la imagen crepuscular de Rabotnikof era la de la fragilidad. ¿Qué podemos hacer entonces quienes no sabemos imaginarnos a Rabotnkif de otra manera que no sea siendo frágil? En un texto suyo acerca del ángel de la historia de Walter Benjamin, Rabotnikof dejó escrito que «[l]a memoria puede hacer cambiar la historia no sólo hacia adelante sino hacia atrás». Es una de las ideas más enigmáticas que he leído en mi vida. Pero creo intuir al menos una parte de su significado. La memoria rehabilita los deshechos de la historia para convertirlos en hechos de la historia. Allá donde había escombros se levantan techos, cuadros, ventanas, bibliotecas y mesillas de noche. Allí donde había fragilidad, ya no habrá fragilidad. Adiós, muerte; bienvenida, memoria. Adiós, Nora; bienvenida, Nora.



Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_