La servidumbre de la ciencia
SE INVESTIGAN algunas irregularidades en el equipo del doctor Gallo en el Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos, donde se trabaja sobre el sida: quizá un tráfico de secretos hacia entidades privadas, descubrimientos no comunicados o fechas falsificadas para llegar antes (por ejemplo, antes que el Instituto Pasteur, que siempre ha proclamado su primicia en el aislamiento del virus por el doctor Montagnier). No parece que todo sea locura de científico por ser el primero y arañar el Premio Nobel; gloria, premios y honores se cuantifican, y las empresas privadas monetizan los descubrimientos que compran bajo mano a los que trabajan con fondos estatales e internacionales. No sería el primer caso en la historia de la ciencia, sobre todo en la que tiene una aplicación práctica inmediata y mantiene la espera de millones de personas.En poco más de 100 años, la consideración pública de la ciencia ha sufrido cuatro cambios fundamentales. Al principio, una repugnancia de carácter religioso y supersticioso contra los que querían robar el fuego sagrado, en los que se veía un fondo diabólico. La aplicación práctica a la vida diaria -y la prolongación de ésta en una medida apreciable- la hizo pasar a una situación de santidad y respeto.
Fue el descubrimiento de la bomba atómica el que causó una nueva sensación de rechazo: algunos de los más notables científicos se arrepintieron y confesaron, se volvieron hacia el humanismo. En el cuarto estadio, en el que estamos hoy, ha sido su filial, la técnica, la que ha conquistado de nuevo el favor público, facilitando la vida de quienes vivimos dentro de esa civilización; no sin que subsistan algunas opiniones de rechazo en las que podría verse, por una parte, el regreso de las supersticiones, incluso laicas -el miedo a que el hombre sea sustituido por la máquina-, pero en las que también hay una cierta incapacidad humana de comprender los nuevos objetos-sujetos. Sin desdeñar la sensación de frustración porque ciertos temas de vida y muerte no hayan sido resueltos; de todos ellos, el más llamativo es precisamente la aparición del sida como nueva plaga imposible de contener. Incluso algunos extremistas han culpado a la ciencia de su existencia y propagación (la fábula de un virus para la guerra biológica que se hubiese escapado del laboratorio). Frustración que potencia también el aislamiento de las personas que no tienen proximidad a los puntos de riesgo, pero que temen lo desconocido que surge de pronto y mata.
La sensación que da esta noticia del citado equipo del doctor Gallo, especialmente de su ayudante Slahuddin, que es el directamente acusado, es que los científicos no están trabajando entre todos para acabar con el sida, como con las otras enfermedades invictas y con la calidad de la vida humana que se prolonga, sino que luchan entre sí, se roban los secretos, ocultan deliberadamente sus descubrimientos o los venden parcialmente a laboratorios que se enriquecerían increíblemente con los productos de protección o de curación. Ya pesan sobre los laboratorios, en general, sospechas de que la fabricación y el tráfico de medicinas se alejan cada vez más de los fines que se idealizaron, como los de la ayuda a la humanidad. La noticia de que en este mismo año morirán en el mundo 200 millones de personas por no poder adquirir medicinas y no tener un médico a su lado es un añadido a la desconfianza. Aunque ya se sabe dónde están y quiénes son esas víctimas, como se cree saber quiénes van a ser las del sida; lo cual causa la cobarde y triste alegría de sentirse a salvo, en el lado bueno de la población de la Tierra.
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