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Los Roman sus épocas

Francisco Veiga

El autor considera que tanto el Ejecutivo como los medios de comunicación españoles han mostrado una excesiva simpatía hacia Petre Roman durante la estancia de éste en Madrid. Señala que sorprenderse porque el primer ministro rumano hable español demuestra provincianismo y llama la atención hacia el pasado de la familia Roman, inmerso en la clase dirigente de la dictadura de Nicolae Ceausescu y disfrutando de los beneficios que ello le reportaba.

En este abril casi se podía hablar en España del fenómeno Roman. El primer ministro rumano vino, vio y venció, conquistando en especial los corazones de los medios de comunicación de nuestro país. Al día siguiente de su partida, una conocida emisora hablaba del "viento fresco que llega del Este", relacionándolo indirectamente con los aires enrarecidos de nuestro sistema parlamentario. El impacto tuvo que ver, muy en especial, con el hecho de que Petre Roman se desenvuelve con facilidad en castellano, es hijo de una española y su padre luchó en las Brigadas Internacionales durante nuestra guerra civil. Tres informaciones que se repitieron una y otra vez durante la estancia del primer ministro en Madrid. El folclor hubiera sido excesivo de haberse filtrado el dato de que en Rumania se le conoce con el sobrenombre de Petre Lambada, dado que su éxito entre el público femenino es tal que una emisora propuso organizar un concurso de ese baile brasileño para que la vencedora lo hiciera a su vez con el primer ministro.Todo este asunto no hubiera tenido mayor importancia si no escondiera entre sus entretelas otras implicaciones. En primer lugar, la de provincianismo: no estamos acostumbrados a que nuestra lengua sea realmente universal. Hace poco, Roman estuvo en Francia y nadie se sorprendió demasiado por el correctísimo francés de que hizo gala. Por el contrario, los medios de comunicación de ese país le apretaron una vez más las tuercas en relación con su reciente papel político. Nada de esto se hizo aquí; apenas se pasó del dichoso detalle del progenitor interbrigadista. El propio Roman fue un poco más allá y ante las cámaras de televisión se refirió de forma confusa al episodio de la persecución y encarcelamiento de su padre por titista; apenas hizo alguna referencia de pasada a su cargo de jefe del Estado Mayor del Ejército rumano, y nada dijo de su puesto de ministro de Telecomunicaciones.

Línea dura

Incluso en los momentos en que el dictador iniciaba el viraje hacia la línea más dura, el padre del actual primer ministro fue nombrado, en 1970, profesor de la flamante Academia de Ciencias Sociales y Políticas de la República Socialista de Rumania, un centro de élite, prolongación de la Academia Stefan Gheorghiu de formación de cuadros para el Partido Comunista Rumano (PCR). Valter Roman dirigió, asimismo, una editorial de temas políticos. Así, pues, su hijo Petre Roman se educó desde siempre en los ambientes de clase alta de Bucarest. Y con esto no se quiere decir que fuera más o menos sinceramente comunista, sino que pertenecía al mundo de los stabii, de los círculos de la alta nomenklatura de Bucarest.

David Binder afirmó de forma muy apropiada en el título de un artículo para el International Herald Tribune aparecido el 29 de diciembre pasado que Roman era un aristócrata del partido. Incluso se puede añadir que perteneció a la vieja aristocracia, al menos por parte de padre. Se explica, así que estudiara en el prestigioso Instituto Petru Groza de Bucarest -para hijos de stabii- y sobre todo se entienden las facilidades concedidas para estudiar en la Universidad de Toulouse, algo impensable para la inmensa mayoría de los rumanos a lo largo de estos años.

Posteriormente se casó con Mioara Georgescu, hija de un antiguo embajador rumano en Suiza, traductora de árabe y bien conocida, junto con su marido, en los parties de las embajadas de esos países en Bucarest. Su cuñado, por su parte, se casó con una hija de Corneliu Manescu, ministro de Exteriores en los primeros años de Ceausescu y uno de los artífices de los intentos aperturistas rumanos de entonces. La guinda final fueron las presuntas relaciones íntimas de Petre Roman en su juventud con Zoia Ceausescu, la hija del dictador, tema sobre el que los muchos adversarios del primer ministro afilan sus cuchillos. Todas estas historias no son simple chafardería. Ayudan a explicar por qué el día 22 de diciembre pasado Petre Roman apareció en el balcón del Comité Central del PCR y fue designado primer ministro: no fue producto de un compló o un golpe de Estado, pero tampoco mera casualidad. Iliescu y Roman se conocían desde antes, pertenecían a círculos muy próximos. Quizá se encontraron cuando Illescu fue nombrado en 1982 ministro presidente del Consejo Nacional para Recursos de las Aguas, mientras que Roman era profesor de Ingeniería Hidráulica. En todo caso, ambos acudieron durante un tiempo a las tertulias quincenales de Mihai Draganescu, dedicadas a los avances tecnológicos y científicos. Éste es un desta cado científico y alto cargo académico, pero también con, inquietudes filosóficas, y es sintomático que siga figurando como vicepri mer ministro en el actual Gobier no rumano, junto a sus antiguo amigos, mientras que Mazilu, Brucan y Militaru ya han saltado.

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En estos momentos, los oríge nes de Iliescu y Roman tienen importancia para los rumanos. En una encuesta aparecida en la Televisión Rumana Libre el 6 de abril pasado, el Frente de Salvación Nacional ocupaba el tercer luga en las listas de popularidad. Había pánico en el FSN. A pesar de la triunfalistas declaraciones de Roman en España, el Frente no las tiene todas consigo en las próximas elecciones del 20 de mayo dado que el común de los rumanos tiende a identificarlo con el ante rior régimen. Petre Roman en especial es un hombre controvertido, no sólo por el pasado de su padre, sino porque su verdadero apellido es Neulander: desciende de una familia judía rabínica del noroeste de Transilvanla, cerca de la frontera húngara; Roman fue el seudónimo adoptado por el padre en la clandestinidad. El antisemitismo todavía juega un papel en Europa orienta¡; al menos eso tie ne más importancia para muchos rumanos que el hecho de que su madre sea española.

Programa nuclear

De todo ello surgen varias preguntas relacionadas con nuestro Ejecutivo. ¿Hasta qué punto conocia a quién estuvo tratando estos días y qué futuro político tiene de aquí a un mes? Si la infor mación transmitida al respecto por la Embajada española en Bucarest fuese correcta y suficiente ¿era prudente demostrar una cordialidad un tanto excesiva con Roman? Porque no nos engañemos, tiene razón la mala conciencia del presidente González, puesto que, efectivamente ha aportado su granito de arena en la campaña electoral rumana, país en el que también hay televisores. Quizá detrás de esta puesta en escena y de la línea de crédito abierta a Rumania se estaban blanqueando ciertos pecadillos: en un artículo publicado en EL PAÍS el 10 de julio pasado el lector puede informarse sobre la entusiasta participación de empresas españolas en el programa nuclear de la Rumania de Ceausescu, mientras oficialmente se condenaba a este régimen desde la Comunidad Europea.

Francisco Veiga es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona

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