Bancos
Oigo en televisión que la banca española es, de entre todas las de la Comunidad Europea, la que ha obtenido mayores beneficios en el último ano. Noticia que, como es natural, me ha llenado de un hondo y emocionado orgullo patrio. Ahí es nada: al fin somos los más y mejor en algo. Y además es un triunfo colectivo: porque nuestras son las sudadas pesetas que nos quitan con las exorbitantes comisiones, nuestras las lágrimas para pagar los créditos, nuestras las mantecas que nos sacan. Esto debe de ser lo que llaman "modernizar España".Hay por ahí un puñado de recalcitrantes lenguaraces que, no contentos con nada, refunfuñan que bien podríamos haber escogido otro campo en el que destacar. Que hubiera sido preferible tener el mejor servicio sanitario, o ser el país con mayor número de bibliotecas por cada 1.000 habitantes, o descollar en la investigación, la industria electrónica, la manufactura de mondadientes o el cultivo de rábanos, yo qué sé, cualquier cosa útil y sensata. No se dan cuenta esos insatisfechos de que el éxito bancario posee un lustre mucho más cegador y posmoderno. O sea, farda más.
Y es que no hay banqueros de tanto postín como los nuestros. No se trata tan sólo de que el sector haya ganado fosfocientos millones (lamento no recordar la cifra exacta, pero es que, en pasando los 100 kilos se me suele nublar el raciocinio), sino que además estoy convencida de que no existen en todo el planeta financieros tan engominados y sicalípticos, tan celebérrimos y aderezados por constelaciones de mujeres hermosas, tan semejantes, en fin, a los protagonistas de una telenovela de pasiones y lujo. Tras ocho años de permanencia en el Gobierno, tras incesantes desvelos y preocupaciones bárbaras, tras invertir ímprobos esfuerzos en la transformación profunda del país, los socialistas han conseguido al fin que los pobres banqueros sean más ricos. Un logro inmenso.
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