Matar al mensajero
El autor y el periodista fusilado se encontraban en el mismo grupo de informadores invitados por Irak. El régimen policiaco de Sadam Husein dificultó en todo momento su trabajo y se dedicó a desinformar a sus invitados. Farzad Bazoft perdió la vida en un país donde a veces hay clemencia pero no justicia.
Un periodista enfiló ayer el corredor de la muerte en una prisión de Irak, condenado a la pena capital tras ser encontrado culpable por un tribunal especial del delito de espionaje.Muchas voces pidieron su libertad, incluidas la de la primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, el rey Hussein de Jordania, el presidente de Egipto, Hosni Mubarak, y, el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar.
Sin embargo, el jefe de Estado iraquí, Sadam Husein, hizo oídos sordos ante la comunidad internacional y ordenó ejecutar las sentencias impuestas al informador, a la enfermera británica Daphne Parish (15 años de prisión) y a un iraquí cuya identidad no se ha facilitado (10 años).
El periodista se llamaba Farzad Bazoft, tenía 31 años, era iraní de origen y británico de residencia, trabajaba como colaborador del semanario del Reino Unido The Observer. Llegó a Bagdad el pasado mes de septiembre, invitado por el Gobierno para observar el proceso electoral en el Kurdistán como cerca de 300 informadores más del mundo entero.
Explosión en Al Hilá
Éstos son los hechos. El 7 de septiembre, el diario británico The Independent publica una información según la cual más de 700 personas habían muerto el 17 de agosto anterior por tina explosión en una instalación militar, presuntamente dedicada a la fabricación de misiles, en la zona de Al Hilá, al sur de Bagdad. Ese mismo día, algunos integrantes de la tribu periodística se ponen en marcha para intentar confirmar Y ampliar la noticia. Un equipo de la televisión británica se acerca al lugar de los hechos. Todos sus integrantes son detenidos apenas comienzan a hacer preguntas. El incidente termina en un simple susto y unas cuantas horas de interrogatorio.
Bazoft no tuvo tanta suerte. Haciéndose pasar por médico, y acompañado de una enfermera británica y un ciudadano iraquí, llega hasta la zona de la explosión, habla -al parecer- con unos y con otros y toma algunas muestras de tierra y ceniza, aparentemente para intentar verificar, mediante los oportunos análisis, si contenían residuos nucleares.
El enviado de The Observer es detenido e interrogado. Dos meses después se emite por televisión un vídeo en el que se reconoce culpable de espiar pata Israel [en junio de 1981, el Ejército judío bombardeó y destruyó por completo la central nuclear iraquí de Tanmuz]. En marzo, Bazoft se desdice ante el tribunal que le juzga pero éste decide, a pesar de todo, condenarle a muerte.
En ese septiembre de 1989, con el termómetro hirviendo por encima de los 50 grados centígrados, hace poco más de un año que las armas han callado en la guerra del golfo Pérsico, Irak libra la batalla de la reconstrucción y las autoridades no dejan de recordar que el enemigo sigue estando muy cerca, como una amenaza inmediata.
El régimen, policiaco desde siempre, lo es ahora especialmente. Todo el mundo es sospechoso. Y los periodistas son los sospechosos ideales. Se meten donde no deben, hablan con quien no deben y escriben lo que no deben.
Petróleo o cohetes
Ese mismo 7 de septiembre tres periodistas españoles se entrevistan en Bagdad con el viceministro iraquí de Exteriores, Nazar Hamdun, quien les asegura que la explosión de Al Hilá causó tan sólo 19 muertos y les niega que se hubiese producido en una fábrica de misiles: "Se incendió cierta cantidad de material petroquímico y poco después estalló un camión cargado de explosivos". Es ésta una declaración que no encaja con informaciones facilitadas por fuentes diplomáticas occidentales y con las declaraciones posteriores de un ingeniero británico, que incluso aumenta las cifras de víctimas hasta más de 1.000 y confirma que en Al Hilá se construían cohetes.
La posición oficial tampoco encaja con el hecho de que Bazoft fuera ahorcado ayer. Si toda la historia consiste en un simple accidente relacionado con material no estratégico, ¿a qué viene tanto nerviosismo?
Sin estar dentro de la piel del enviado especial de The Observer es difícil emitir juicios concluyentes sobre su actuación. Sin embargo, las circunstancias en las que por aquellos días se desarrolló el trabajo de los periodistas extranjeros permiten, cuando menos, intuir que las tribulaciones que le llevaron a la horca nada tuvieron que ver con supuestos contactos con el Mosad israelí sino con la absoluta cerrazón informativa de las autoridades de Bagdad.
Hamdun es el único alto funcionario del régimen al que se tiene acceso, los deseos de sacar fotografías incluso de lugares públicos como el gigantesco monumento a la Victoria se enfrentan a una muralla de suspicacia, la petición de viajar privadamente por el Kurdistán es rechazada como absurda y el recorrido oficial por esa región impide toda relación real y libre con los ciudadanos.
La única posibilidad de conocer un poco el país y entrar en contacto directo con una población que conoce como pocas el valor del silencio consiste en escaparse de los estrictos controles de los anfitriones y alquilar vehículos privados, al precio de un reforzamiento posterior de la vigilancia de celosos funcionarios del Ministerio de Información, que insisten desde entonces en acompañar a los huéspedes rebeldes incluso en los más inocentes paseos de éstos por el bazar.
Informar desde Irak
Informar desde Irak puede Ser una misión imposible, y eso lo saben los periodistas de todo el mundo. Conseguir una primicia puede resultar suicida.
El presidente iraquí, el todopoderoso Sadam Husein, sabe lo que es clemencia, pero ignora lo que es justicia. Uno de sus cuatro hijos, Udai, mató a palos en noviembre de 1988 a un guardaespaldas de su padre. Éste no tuvo más remedio que permitir que fuera procesado por asesinato, pero en breve el clamor popular (incluida una supuesta petición de la familia del guardaespaldas) provocó el indulto presidencial. Farzad no ha tenido tanta suerte.
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