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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Debate alicorto

EN LAS encuestas, los españoles se muestran como uno de los pueblos del continente más preocupados por los aspectos europeos, pero, cuando se trata de dar dimensión pública a esa preocupación, la falta de cauces con que se encuentran es preocupante. Es sólo un ejemplo de cómo a veces las inquietudes profundas de una sociedad pueden ser ahogadas por el parroquianismo que rezuma su propia forma de organización y el comportamiento de las instancias de poder, sean éstas las que gobiernan o, lo que es más preocupante, las que están en la oposición y no se oponen más que en lo provinciano.El apasionamiento con que la sociedad española se ve impelida a vivir cada día sus problemas domésticos parece ser un obstáculo serio para que su atención trascienda lo inmediato. Pero ni la proximidad de estos problemas ni la pasión con que son vividos pueden justificar que aquellas cuestiones que se perciben aparentemente como más lejanas apenas tengan cabida en el debate nacional. Esta ausencia sólo puede explicarse por la falta de iniciativa de los poderes públicos y por la reticencia que muestra la opinión pública a un tipo de temas que se distancian de un tratamiento informativo que destaca por encima de todo la dimensión personal de la noticia.

El presidente del Gobierno justificó el adelanto de las elecciones legislativas en la necesidad de que España afrontase en las mejores condiciones el desafío de 1993. Pues bien, una vez celebradas las elecciones del 29 de octubre, el Gobierno ha hecho mutis por el foro y esta cuestión básica de la política nacional ha caído en el olvido. No se conoce que desde entonces a acá se haya propiciado desde las áreas oficiales la celebración de debates -por ejemplo, en los ámbitos ministeriales y de la empresa pública- tendentes a clarificar los problemas del mercado único ante la opinión pública y sobre todo a sintonizar con las preocupaciones de la sociedad por una cuestión que tan directamente afecta a su futuro. Tampoco el Parlamento ha demostrado hasta hoy mayor interés. Ni siquiera lo han hecho los empresarios y los sindicatos.

La dedicación entusiasta que la clase política y los medios de comunicación prestan a los temas caseros no impide que existan otros que pueden resultar más decisivos para el futuro, aunque su epicentro esté fuera de las fronteras. Las consecuencias que pueda tener para España el corrimiento del centro de interés europeo hacia los países del Este, por ejemplo, es un tema que no debe quedar enterrado bajo la avalancha de otros que a su indiscutible importancia añaden el atractivo de su vinculación a nombres y apellidos locales. Tratar de que no sean enterrados unos temas no puede ser tildado de maniobra de distracción con el fin de que la opinión pública aparte su atención de otros. Antes al contrario, distracción puede ser en todo caso silenciar el debate nacional sobre una situación que puede dividir a la Europa comunitaria en dos zonas bien diferenciadas económica y socialmente: el jardín exuberante de los países centroeuropeos y el patio trasero de los mediterráneos, entre ellos España. Recientemente, una mutinacional japonesa del motor, instalada en nuestro país desde hace algún tiempo, ha decidido ampliar sus negocios... pero en Hungría.

El Gobierno puede rehuir el debate público sobre una cuestión como ésta quizá porque ha venido a ensombrecer sus previsiones triunfalistas sobre la integración de España en la CE; su partido puede acompañarle en esta actitud sin rechistar; la oposición, por su lado, puede considerar más rentable electoralmente la pequeña política de desgaste del día a día del Ejecutivo; la opinión pública puede intensificar todavía más su proclividad por los problemas internos y, en definitiva, la política de portería puede pugnar por instalarse de nuevo en medio de una sociedad abierta como la española. Pero el silencio o la distracción ante estas cuestiones no significa que vayan a desaparecer graciosamente. Lo que sí puede ocurrir es que mientras unos se miran el ombligo y otros se lamen sus heridas se haga cada vez más ardua la solución de unos problemas cruciales para nuestro futuro.

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