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Para una mejora de la competitividad exterior

La economía española ha entrado en una fase de pérdida de competitividad desde el ingreso en la Comunidad Europea que tiende a acelerarse, según el autor del artículo, quien propone como remedio una paulatina depreciación de la peseta y el traspaso de parte de las cuotas empresariales de la Seguridad Social a los impuestos indirectos a través de una subida del Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA).

Desde la entrada en la CE, nuestro país ha perdido un equivalente del 8% de su espacio económico, sin llegar a tener hasta el momento plena consciencia de ello. Aquí están los números: - En 1985, las importaciones arrojaban la cifra (de 5,1 billones de pesetas, contra 4,1 de exportaciones. En total, pues, el déficit ascendía a un billón de pesetas.

- En 1989, el saldo ha sido de 3,3 billones, que es, la diferencia entre 8,5 de importaciones y 5,2 de exportaciones.

Esta cifra, respecto al producto interior bruto (PIB), representa el 7,3% de puestos de trabajo -los necesarios para la fabricación de estas mercancías- que hemos regalado alegremente a nuestros competidores extranjeros. Juntando a esta pérdida la que hemos tenido en turismo y la invasión económica o colonización de nuestro país podemos fácilmente evaluarla en un porcentaje superior al 8%.

Lo malo de estas cifras es que no son un punto final, sino el comienzo de un proceso que amenaza acelerarse, máxime si tenemos en cuenta que el Gobierno prevé para el próximo año una inflación del 6,5% y un aumento de las importaciones del 11 %, por sólo un 7% de nuestras ventas al exterior, lo que no hace difícil presagiar que al final. del próximo año la pérdida superará ya el 10% del total de nuestra economía.

Falta de reacción

Esto es realmente alarmante, ya que ninguna reacción parece observarse en las esferas responsables de la sociedad española. Los mismos sindicatos están absorbidos en discusiones sobre incrementos de salarios puramente nominales, sin manifestar la más mínima inquietud por el millón de puestos de trabajo perdidos que esto representa. Nadie parece interesarse, en efecto, por el hecho de que desde nuestra entrada en la CE, y debido al diferencial de inflación, reevaluación artificial de la peseta y rebaja de aranceles, la industria española ha perdido un 17% de competitividad (véase cuadro 1) con vistas a las importaciones, de forma que un producto extranjero es, dentro de nuestro mercado, un 17% más barato que en 1985. Y en cuanto a las exportaciones, la industria ha perdido además una desgravación fiscal estimada aquel año en un 6%, lo que sitúa nuestros precios a un nivel 23%, más caros que en 1985. Esto explica que, dejando aparte los esfuerzos de la industria, ésta tiene que enfrentarse con un obstáculo adicional para vender sus mercancías. Hasta tal punto nuestra situación es difícil, que la misma CE ha decidido rebajar a cero sus aranceles ante la nula peligrosidad que por lo visto tiene para ellos la industria española, a la que en el tratado de nuestra incorporación se le privó de todo campo de maniobra.

Desgraciadamente, no somos conscientes de la grave situación en que nos encontramos, y nuestra inmadurez económica nos hace preferir la espectacularidad de unos aumentos de salarios nominales del 7% u 8%, que luego la inflación se encarga de rebajar drásticamente, y la evitación de unas huelgas -en el caso de los empresarios- a enfrentarse abiertamente con el problema, situando como premisa esencial e innegociable la defensa del poder adquisitivo de nuestra moneda y el estudio de unas medidas eficaces Para el fomento de la inversión, el aumento de la productividad y la mejora efectiva de los salarios reales, como hacen los países más desarrollados.

Una simple ojeada al cuadro de salarios y al índice de precios al consumo (IPC) de los últimos años (véase cuadro 2) basta para cerciorarse de que los aumentos nominales -como durante todo el siglo XX han podido observar las clases trabajadoras- no tienen virtualidad alguna, y sólo hay mejora real cuando la moderación salarial permite que los procesos económicos se desarrollen normalmente, favoreciendo la inversión y la productividad del sistema.

Confirma lo que estamos diciendo la verdadera obsesión que sienten los países desarrollados por el control de su inflación. Así vemos que la de Japón es del 2,9%; la de la República Federal de Alemania, del 3,3%.; la de Francia, del 3,5%; la de Suiza, del 4,4%, y la de EE UU, del 4,5%. Son, como decimos, los países con mayor nivel de vida y los que vienen a constituir nuestro ejemplo y objetivo. Por el contrario, Argentina, Brasil y México, con inflaciones de alrededor del 100% anual, que hace unas décadas podían parangonarse, especialmente el primero de dichos países, con los europeos de cabeza, se han hundido en un proceso inflacionario sin fin que les está sumiendo en la pobreza y en el tercermundismo.

Tobogán fácil

Es éste el peligro que corremos, que corren todos los países que caen en la tentación de dejarse deslizar por un tobogán tan fácil y cómodo como temible. Los sindicatos y sus dirigentes son lo suficientemente inteligentes para saberlo. Lo que ocurre es que les falta valentía para enfrentarse con el problema. Siempre ha sido la disciplina una mercancía de difícil venta, que no hace ganar elecciones, y menos aún en un país económicamente inmaduro, en el que se pierde, con total indiferencia, la ocasión histórica de domeñar definitivamente la inflación y se prefieren las románticas movilizaciones al estilo decimonónico, como fue la del 14 de diciembre, al objetivo del 3% señalado por el ministro. Sin duda, con ella se logró una victoria pírrica al obligar a los empresarios a ceder aumentos salariales ilusorios sin ningún beneficio para los trabajadores, puesto que una vez más la inflación ha neutralizado los incrementos salariales, infligiendo un grave revés a la economía del país, obligada a enfrentarse ahora a un ajuste duro o a la espiral sin fin del aumento de salarios y precios.

Tal situación deja al ministro de Economía con la sola alternativa, para controlar la deterioración económica, de unas drásticas medidas monetarias cuyas consecuencias pueden ser -tal como ocurrió durante los últimos años de los setenta y primeros de los ochenta- cierre de empresas y pérdida de puestos de trabajo, desembocando en la paradójica situación convertida en permanente en los países del Este, en que los peores enemigos de la clase obrera hayan sido quienes, seguramente con la mejor buena fe, se han proclamado sus máximos adalides, que en estos momentos, lo volvemos a subrayar, incurren en una grave responsabilidad histórica al frenar la marcha económica del país y retrasar una prosperidad que en los últimos años ha abarcado a todas las capas sociales. Y si no que lo digan, entre otros índices, los espectaculares incrementos en las ventas de coches.

No obstante, creemos que quedan mecanismos indirectos para, a pesar de esta miopía económica y social, mejorar la competitividad perdida y situarnos en una mejor posición respecto a nuestros competidores.

La primera es la de permitir el paulatino deslizamiento de la moneda hasta el punto inferior de la banda del Sistema Monetario Europeo (SME), disminuyendo los tipos de interés y provocando la retirada de capitales especulativos, la hot money, que revaloriza artificialmente nuestra divisa. Con ello no. haríamos otra cosa que seguir la política de los máximos líderes de la economía de nuestros días, la República Federal de Alemania y Japón, que han concurrido siempre a los mercados internacionales con una moneda ligeramente devaluada, y lo están haciendo, desde otro ángulo más modesto, Italia y el Reino Unido. Esta medida, además de aumentar nuestra competitividad en cerca de un 10%, rebajaría los costes financieros de las empresas, compensando sobradamente el efecto inflacionario sobre las importaciones.

La segunda, traspasar parte del coste de la Seguridad Social a los impuestos indirectos, tal como viene reclamando la industria desde 1985, en que se predijo ya la actual pérdida de competitividad y déficit de la balanza comercial española, agravada ahora por la excesiva cotización de nuestra divisa.

Quizá en aquellos momentos podía ser aventurado llevar a cabo el experimento. Aún no se sabía la respuesta de la economía del país a la introducción del IVA, existía temor en cuanto a sus efectos inflacionarios y también en sus resultados recaudatorios. El tiempo demostró lo infundados que eran aquellos temores, tanto para uno como para el otro concepto. No hubo inflación y se recaudaron 600.000 millones de pesetas más de los previstos, los únicos que tuvieron un impacto inflacionario.

Un IVA alto

Pese a ello, la medida ha quedado arrinconada, lo que es una verdadera lástima si tenemos en cuenta que los últimos países adheridos a la CE adoptaron desde un principio una política parecida a la que se preconiza, con un IVA alto que sufraga una Seguridad Social baja, y así, sus productos, al exportarse, tienen sólo una pequeña parte de coste de Seguridad Social en su escándalo, mientras, en cambio, los productos que importan, al aplicarles un IVA alto, contribuyen a financiarla. Paradójicamente, un producto español, al exportarse, debe pagar al entrar en otro país, a través del IVA alto que se le aplica, parte de la Seguridad Social del mismo, mientras que en España ha pagado ya un 75% del coste de la propia. De seguir así, nunca seremos competitivos (véase cuadro 3).

Lo que hemos expuesto interesa no sólo a toda la industria manufacturera; también el turismo se ve afectado parcialmente en su competitividad, lo que se ha puesto ya de manifiesto en las cifras de visitantes y en el saldo que arroja su balanza parcial este año. En cuanto a los servicios y a la industria energética, puede que por su endeudamiento en divisas sean reacios a estos planteamientos, pero lo que es seguro es que al final la economía del país depende del buen funcionamiento de la industria y del turismo, y que a nadie interesa esta progresiva marcha de nuestra economía hacia su colonización exterior.

En resumen, lo que no puede permitirse nuestro país es agregar a su falta de preparación económica una actitud quijotesca dentro de la Comunidad Europea. Esta ingenuidad la pagamos ya suficientemente en nuestro trata do de adhesión comunitaria. Añadir a todo ello una divisa artificialmente sobrevalorada y una Seguridad Social no financiada a través de la imposición indirecta -es decir, del IVA- es avanzar directamente hacia el desastre.

es presidente del Consejo Intertextil Español.

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