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Reportaje:Última Década

Los noventa; del torbellino a las pavesas

La década se ha consumado con un clamor de fanfarrias. En su transcurso se han sucedido los legados tecnológicos, los terremotos, los derrumbes políticos, la explosión del mercado del arte y del arte de mercado, el estallido del Challenger y de Chernobil, la invasión de países extranjeros, la matanza china, los genocidios rumanos, el Nobel español, el boom del fax y del pistacho, el pánico del virus informático y El péndulo de Foucault, el SIDA y el Amazonas, Madonna y los clorofluorocarbonados, las películas de Steven Spielberg, el crash de Wall Street y el auge de los parques de atracciones. África y los países enmudecidos por la deuda se han convertido a su. vez en espectáculo no sólo con la prestación de sus ritmos musicales de otro tiempo, sino también con una nueva clase de pobreza sonante a ritmos inflacionarios anuales del 20.000%. Nadie puede pedir más para un programa televisivo de sobremesa. FT mercado de la imagen lo ha cubierto todo y la visita de lo inesperado ha entrado en los circuitos del entretenimiento corno una calentura irreversible. Nadie se acostumbraría ya a que precisamente cuando los medios de comunicación de masas proliferan y se hacen casi omnímodos y rastreadoares, se nos preparara una década en donde la excitación no medrara. Pero, efectivamente, las transformaciones han sido a menudo demasiado convulsas, y el de consumidor termina el decenio da con el corazón en un puño y el en cerebro en el otro. Ligeramente que optimista, indisimuladamente pe nervioso. Ha visto a la imagen su ocupar el lugar del suceso; al estilo, el lugar de la vida. Básicamente desconcertado y concertado en un solo punto, el consumidor cultural no sabe a qué atenerse. Todo parece suceder a expensas del proceso natural de las evoluciones y en beneficio de las apariciones repentinas. Los hechos culturales no necesitan ser extraordinarios para saltar, sin embargo, como prodigios y confundirse por la celeridad de su ascenso con las estrellas. El star system nunca se pareció más al sistema astrológico. Las consultas sobre el valor y la duración de lo que se promueve y se celebra están en los astros, y lo falso o lo efimero se combina como lo consistente y acaso duradero.

Platos combinados

Entre las previsiones, las únicas que merecen virtual considera con son las que se inspiran en los análisis de mercado. Así, por ejemplo, las multinacionales de producción de alimentos vislumbran los noventa como el tiempo para el mordisqueo. Advertidas de que los sujetos odian engordar, la opción será procurarles en cada esquina la ocasión de que entretengan el hambre con pequeñas ingestas. Un kit-kat, un sandwich, una ensalada de zanahoria, una galleta, un zumo de tomate o de pomelo para pasarhoras. Traspuesta esta directiva a la zona del mundo propiamente cultural, no es aventurado suponer que vaya encontrando su correlato. Existe un libro o dos libros gordos que se prueban más que se degluten dentro del acontecimiento universal del éxito de ventas, pero la receta para no atiborrarse de un determinado saber que acabará siendo pronto superado es el picoteo. El lector se ha puesto razonablemente a la defensiva. A la defensiva de los críticos, de los números unos en las listas, de los premios, de las modas, de los sucedáneos, y bascula entre la compulsión por estar al día y el encuentro de un valor firme que le libre de saltar continuamente sobre el tejado de la novedad. La resultante es un picoteo letrado que, de otro lado, se corresponde con el zapping en la televisión, el shopping de los sábados por la mañana, la excursión pictórica y el ojeo del periódico dominical. En España, hasta ahora, el consumidor ha sido poco propicio a comprar y leer relatos breves, pero existe cada vez más una intercomuncación entre los formatos temporales de los diferentes productos culturales. La televisión -con sus telefilmes, de un lado, y sus películas y transmisiones deportivas, de otro- ha modulado el tiempo de resistencia de los usuarios: una hora, un límite de dos horas y media. Si la década ha sido decepcionante en algo principal, esto es en el tiempo que ha dejado libre para el ocio. Las viejas 40.000 horas de Fourastier, la semana de 30 horas, la emergencia del ocio creador han quedado aplazadas indefinidamente. El hogar en las grandes ciudades occidentales ha disminuido en niños y requerimientos, pero el tráfico, las ambiciones de ascenso y dinero, las clases de yoga y de inglés y/o los nuevos problemas agregados a la patología de la soledad han perjudicado la disponibilidad real de los intervalos.

Colas de penitentes

Cada vez más el fenómeno de la asistencia popular en las exposiciones famosas se convierte en un reflejo del padecimiento cultural de la población. Las colas que peregrinan ante los lienzos son la manifestación de una ansiedad repetidamente decepcionada. Un número cada día mayor de gentes con formación universitaria o similar desean participar en los consumos culturales, pero raramente la experiencia acaba complaciendo sus demandas. El consumo cultural sin más referencias que el grito de la moda acaba desalentando, cuando no aturdiendo. Mordisquean un libro; asisten a una obra de teatro desprendida de contexto; pasean por una exposición neoconstructivista; emplean una tarde en un concierto sinfónico, una noche en un festival de jazz, rock, de new age o de rap,- hacen un viaje turístico a Florencia o al Nepal. Para la clase media cultural ha nacido una oferta rápida al estilo de las de platos combinados, que hace el simulacro de una nutrición equilibrada, y un nuevo analfabetismo, esta vez de más alto nivel, define el panorama. No hay maestros, no hay siquiera guías competentes en los tours culturales, que proliferan como nuevas disneylandias del arte por toda Europa. El sistema ha desaparecido. Sólo queda el bricolaje. Pero el bricolaje, que de por sí produce un efecto de recompensa rápida, es, al cabo, portador de angustia. Un número crecíente de ciudadanos que compran discos y libros, para sí mismos o para sus hijos, quiere saber con referencias. Su necesidad se dirige a la adquisición de un conocimiento capaz de procurarle una mayor comprensión de la totalidad, y con ello, una mejora de la nueva calidad de vida. Pero la oferta no se encuentra en disposición ordenada, ni la crítica más instructiva acaba dando a basto con su rara pertinencia.

Malestar en la cultura

El nuevo malestar de la cultura es la pérdida de referencias. La producción cultural ha asumido las características del espacio fulgurante y bullicioso del hipermercado. La irracionalidad compulsiva de los advenimientos milagrosos, la preeminencia de lo formal sobre lo social y la seductora acción de las imágenes superpuestas ha extendido la perplejidad y la desconfianza. La patología de la moda es la patología de la última noticia. La cultura ha dejado de ser un enriquecimiento existencial para convertirse en una forma de la tecnogimnasia. Necesariamente esforzada y, al cabo, contraria al profundo placer de complacerse en un conocimiento productivo. Sabemos másque nunca, eso sí, que no sabemos gran cosa eficaz, y el innovador negocio internacional de nuestro tiempo vuelven a ser las escuelas. Esta vez en forma de masters, de aulas de música, de cursos de arte v literatura. Un número creciente de personas adivina que en un nuevo escalón del disfrute se emplaza su comunicación con la belleza. Pero, por el momento, la mayor práctica del gusto libre se realiza sólo en la compra de rebajas.Una nueva oleada, sin embargo, con afán de autenticidad y de conocimientos más ciertos se está conformando. La década de los ochenta ha sido atropellada y dispersadora, sorprendente y sentimental, pero sus últimas estribaciones anuncian un surtido de pesquisas en favor de la seriedad y los modelos de más vigor. Frente al pensamiento débil o ligero, el consumidor ha manifestado su apuesta por libros de ciencia o relacionados con los conocimientos objetivo. Y la demanda de estudios y narraciones históricas es también un indicio de reposo.

Complementariamente, el redescubrimiento de lo natural, expresado en la obsesión por las cuestiones del medio ambiente y las culturas menos involucradas en el torbellino del marketing, es un factor convergente. Podrá decirse que hoy, al cabo, todo es mercado, todo se compra y se vende, se promociona y se ama sobre una pantalla, pero no cabe duda de que la producción deberá despertar a una creciente solicitud de verdad y solidez que contrasta con la apariencia de Ficción en la que ha transcurrido la década de los ochenta. Una época en la que los productos culturales han emergido y sucumbido como juguetes y en donde la importancia de todos sus cambios aproxima sus resultados a la fantasía. Los noventa serán más serios o no serán. Hijuelas más sosegadas de unos ochenta de cuyo escenar' o parece haberse salido como de un incendio. Es el momento de enfriar (la economía, la política, la cultura) y de esperar el mejor sedimento de aquella gran combustión cuyas pavesas todavía nos ciegan.

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