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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Envase y contenido

LOS PARTIDOS nacionalistas vascos democráticos han ofrecido una. interpretación relativamente moderada del principio de autodeterminación, y esa interpretación ha sido sancionada por el Parlamento de Vitoria. Moderación relativa porque si bien se admite que cualquier eventual modificación del marco institucional habría de producirse con respeto a los procedimientos legales establecidos, se afirma simultáneamente, en contradicción con el espíritu y la letra de la Constitución, la existencia de una soberanía del pueblo vasco para decidir unilateralmente su situación político. Entonces, el riesgo de que la proclamación aprobada por la Cámara vasca pueda servir un día para interpretaciones no moderadas de la autodeterminación es real.Sin ir más lejos, así lo hace ya Herri Batasuna, cuyo mensaje central es que, habiendo una contradicción entre la soberanía reconocida al pueblo vasco y la imposibilidad de plasmarla en las instituciones actuales, éstas son inútiles para satisfacer las auténticas aspiraciones vascas. La mención hecha por el portavoz de ese partido a la negociación con ETA como única salida a esa contradicción es transparente respecto a la rentabilidad que los violentos se proponen obtener de la sesión del jueves. Por ello, el argumento según el cual la iniciativa del nacionalismo democrático serviría para arrebatar al radicalismo antidemocrático la principal bandera esgrimida por éstos para legitimar el recurso a la violencia resulta bastante discutible.

Sobre todo porque con esta iniciativa es la credibilidad de la autonomía lo que se pone en cuestión. Arrebatar a los violentos sus banderas pasa por acreditar, y no relativizar, la capacidad del Estatuto para responder a las aspiraciones de los ciudadanos. Pero si se sostiene la necesidad de completar el marco estatutario con el reconocimiento de la autodeterminación, se está afirmando la insuficiencia de ese instrumento. Lo que se siembra es frustración, con independencia de que la versión que se ofrezca de tal principio sea moderada o radical. Algunos nacionalistas lo vieron así, y de ahí su esfuerzo por identificar el proceso de autodeterminación con el proceso autonómico. Pero esa identificación es justamente la que se ha caído del texto inicial del PNV y de Euskadiko Ezkerra en aras del consenso con Eusko Alkartasuna.

Consenso que, tal como estaban las cosas, era, de todas formas, imprescindible para evitar un mal mayor: la artificial ruptura del nacionalismo democrático y pacífico -PNV y EE, por un lado; EA, por otro- y el consiguiente reforzamiento del radicalismo violento. Así, lo que se demuestra es que el asunto se planteó mal desde el principio. La "construcción nacional de Euskadi" a que alude el texto aprobado sólo puede significar el proceso por el que los heterogéneos componentes culturales, políticos y sociales de la plural sociedad vasca se integran en torno a los valores democráticos y de autogobierno plasmados en las instituciones emanadas del Estatuto. Sin embargo, al introducir la autodeterminación como criterio diferenciador, la frontera entre los que defienden la autonomía y quienes la rechazan -que es la misma que separa a los pacíficos de los violentos- se sustituye por otra ideológica. Ya no se tratará de construir una Euskadi nacional, sino una Euskadi nacionalista. No una nación plural, sino una comunidad ideológica.

Con todo, e independientemente de su discutible plasmación parlamentaria, tal vez el debate que ha precedido al pleno del jueves haya servido para que el nacionalismo democrático renueve su caudal de argumentos y su código de identificación. Viéndose enfrentado no ya tanto al viejo centralismo reaccionario -aunque algunas torpes reacciones lo hayan recordado- como al constitucionalismo democrático abierto a la autonomía, los nacionalistas han tenido que afinar los viejos dogmas, y en primer lugar el de la estatalidad. El tiempo dirá hasta qué punto esto acaba plasmándose políticamente, pero es significativo que su discurso ponga ahora el acento más en el contenido (la garantía de respeto a la singularidad vasca) que en la forma de alcanzarla (la independencia). Y si bien hay una contradicción entre esa evolución y la desgraciada iniciativa de la autodeterminación, el rastro de aquélla aparece en conceptos incorporados, pese a todo, al texto final. Así, la consideración según la cual la aspiración nacional se plasma en un proceso dinámico integrado por el conjunto de decisiones democráticas adoptadas por los ciudadanos en el tiempo. Lo que sólo puede significar: mediante su participación en las diferentes elecciones y consultas. Pero aceptar eso supone reconocer la compatibilidad de las aspiraciones nacionalistas con el marco institucional definido por la Constitución y el Estatuto. Que es lo que la reticencia residual manifestada en la iniciativa autodeterminista trataba de cuestionar.

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