El rayo que no cesa
Nadie hubiera podido suponer aquel día de finales de 1917 que la obra que acaba de estrenarse, El rayo, de Muñoz Seca y López Núñez, iba a traspasar los lustros y a reaparecer al comenzar la última década del siglo.Muchas jugadas ha tenido que hacer el tiempo, muchos saltos y renuncios, para que el teatro, para poder continuar su trabajo cotidiano, tuviera que buscar tan lejos y tan pobremente para encontrar un éxito que remedar.
Tiene Muñoz Seca, otras muchas, obras llenas de gracia, de un idioma estrujado y, un vocabulario muy amplio, sin necesidad de caer en este enredo que obedece a leyes teatrales antiguas -simplemente, de su tiempo-, de lentitud, repetición, reiteración; y a juegos de palabras con algunas que han pasado a ser arcaísmos o en desuso (culpa del empobrecimiento del idioma) y la gente de hoy entiende mal.
El rayo
De Muñoz Seca y Juan López Núñez. Director: José Osuna. Intérpretes: Mary Paz Pondal, Juan Meseguer, Jesús Castejón, José Cela, Alberto Magallanes, Julia Trujillo, Yolanda Diego, Juan Carlos Rubio, Rafael Castejón, Gabriel Salas, Ana Hurtado, Luis Barbero, Alberto Fernández, Encarna Breis. Decorados: E. Alarcón. Figurines: Cristina Victoria. Centro Cultural de la Villa, 14 de febrero.
Primeros actores
El éxito, o los éxitos en sus reposiciones de entonces, se debieron a que el sentido de la comicidad era distinto, y a que había primeros actores especializados en ella con gran arraigo público.No es que Rafael Castejón desmerezca, que es un excelente actor; ni ninguno de los que forman el numeroso y bien seleccionado reparto que ha hecho el director José Osuna para el montaje: es que éste es otro mundo.
La obra, en su tiempo, tuvo malas críticas. Si es una tradición ese teatro, sería una tradición repetir aquellas críticas. No merece la pena. El enredo es forzado, los atributos de los personajes exagerados, los chistes se pierden para el público actual.
Muñoz Seca alcanzaría cumbres -que tampoco le fueron reconocidas- en el género que inventó, el astracán -palabra de origen desconocido; puede derivarse de los ricos abrigos con forro y cuello de esa piel, que vestían los autores de éxitos comerciales-, el disparate cómico, el juguete.
El rayo, en colaboración con López Núñez (autor, después, de El niño de las monjas), fue algo circunstancial. Ojalá se repitiera ahora su éxito: no sería un buen síntoma para la sociedad, aunque sí para recompensar este esfuerzo del trabajo cotidiano del teatro.
Los aplausos de la noche de la reposición fueron un buen presagio.
Babelia
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