Dos pianistas y Rossini
En un par de días hemos podido escuchar dos ejemplos bien distintos de la interpretación pianística: Nikita Magaloff (San Petersburgo, 1912) y Gerhardt Oppitz (Frauenan, Baviera, 1953). El estilo y el programa de cada uno fueron también diversos: todo Brahms, por parte del alemán; Chopin, Debussy, Stravinski, Beethoven y Scarlatti, por parte del ruso-suizo.El éxito, grande en las actuaciones de los dos pianistas, se inclinó preferentemente hacia la historia, cosa más explicable si tenemos en cuenta que Magaloff, a sus 78 años, no es sólo un pianista histórico, sino, en la misma medida, un intérprete actual.
Cuida la sensibilidad hasta tornarla sensitiva y apoya en el preciosismo sonoro la construcción de su larga teoría de belleza; renuncia a la retórica, pero nunca a la expresividad más noble, lo que se advirtió en las sonatas de Scarlatti o en la de Beethoven en mi mayor y, de modo superlativo, en la delectación con que expuso las Imágenes debussyanas o los 24 preludios opus 28 de Chopin.
Magaloff y Oppitz
Nikita Magaloff, pianista. Obras de Stravinski, Scarlatti, Beethoven, Debussy y Chopin.Gerhardt Oppitz, pianista. Obras de Brahms. Coro Nacional. Director: Alberto Blancafort. Pequeña misa de Rossini. Auditorio Nacional. Madrid, 6 y 8 de febrero.
Magaloff es, como habría dicho nuestro Ricardo Viñes, "un aristócrata del sonido". Alta condición demostrada una vez más en su recital madrileño.
Gerhardt Oppitz es otra historia. Casi podríamos decir que lo será, pues, al menos desde su Brahms, el músico tiene todavía bastante camino que recorrer, aunque el virtuoso se manifieste espléndido y mereciera ya en 1977 el Premio Arturo Rubinstein de Tel Aviv y los elogios del gran pianista polaco.
El juego es clarísimo; el poderío, avasallador, pero ni la imaginación es demasiado rica ni el sonido demasiado precioso. Para comenzar, existe la servidumbre de tocar Brahms en un instrumento que, hoy por hoy, no resulta idóneo a pesar de su progresivo perfeccionamiento.
Para continuar, nos dio un Brahms al pie de la letra, con la excepción de las Baladas opus 10, en las que sobre la exposición del texto se transparentaba el aura poética que lo anima.
Las Variaciones Haendel o la Sonata en do mayor fueron tocadas en virtuoso, pero faltó el aliento lírico y la necesaria densidad sonora. Todo lo cual se escribe y debe entenderse a partir de la categoría de Oppitz, pianista cuya carrera sigue un rápido curso ascendente.
El gran músico que desde sus jóvenes años es Alberto Blancafort demostró sus aquilatados valores en una excelente versión de la Pequeña misa solemne, de Rossini, para cuarteto, solista, coro mixto, dos pianos y órgano positivo, con el que se sustituye, mejorándolo, el armónium original.
La Pequeña misa es una de esas grandes sorpresas con las que Rossini enriqueció la música de su tiempo desde los más diversos géneros.
Contrastes
Blancafort, que ha situado el Coro Nacional en unos niveles muy altos de calidad, sirvió la partitura en todos sus contrastes, desde la gracia a la emoción, con exactitud y ánimo de belleza. Toda la que contiene la Pequeña misa solemne nos llegó en todo su estado de gracia, a lo que colaboraron la soprano navarra María Bayo, de excelente y atractiva voz y técnica no siempre resuelta; la mezzo Gabriele Schreckenbach, de hermoso color; el siempre ágil tenor José Ruiz, y el bien conocido bajo Jesús Sanz Remiro.Montserrat Torrent, al órgano, Elisa Ibáñez y Carmen Deleito, al piano, actuaron con perfección y plenamente integradas en los conceptos del director, y el éxito acompañó a todos los intérpretes como se reflejó en las largas y entusiastas ovaciones.
Babelia
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