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Atracón de toros congelados

Ruiseñada / Marismeño, Morenito de Jaén, Calvo, Cartagena

Toros del conde de Ruiseñada, serios, fuertes, broncos. Marismeño: media atravesada (silencio); dos pinchazos bajos y estocada corta descaradamente baja (silencio). Morenito de Jaén: cuatro pinchazos y estocada tendida atravesada; aviso (silencio); pinchazo y estocada corta (oreja). Luis Miguel Calvo: dos pinchazos y bajonazo (ovación y salida al tercio); pinchazo hondo y estocada (palmas). Rejoneador Ginés Cartagena: dos rejones de muerte y, pié a tierra, dos metisacas (silencio); cuatro rejones -aviso- y, pié a tierra, bajonazo descarado (silencio). Plaza de Valdemorillo, 4 de febrero. Primera corrida de feria.

Al que asó la manteca se le tuvo que ocurrir eso de organizar una corrida de ocho toros en febrero. Alguien asa la manteca en Valdemorillo y, por su ocurrencia, hubo ayer allí corrida de ocho toros que acabó a las tantas, y menos mal que acabó, pues el aterido público llegó a temer que no acabaría nunca. Cuatro horas duró aquello; cuatro horas en las que se produjeron grandes cambios climáticos. A la del clarín, lucía el sol y el viento estaba calmo. Media hora después el sol estaba en su ocaso y una malvada brisa serrana iba a acabar con los bronquios de la afición, que además ya empezaba a indigestarse con el atracón de toros congelados.Todo el rato de sol lo consumió el rejoneador Ginés Cartagena, que en 30 minutos de so y arre sólo consiguió clavar un rejón y una banderilla. Cinco minutos más tarde prendió otra, a cambio de que el toro le levantara el caballo. Cierto que ese toro se delataba boyancón -de los que se aculan en tablas; difícil, por tanto- pero el otro que rejoneó Ginés Cartagena, más consentidor de que le pusieran farpas y garapullos, también le levantó los caballos y a uno hasta le dejó sangrante y cojito de una cornada en el anca.

Un rejoneador puede tener mala tarde, hasta en Valdemorillo -plaza famosa- y no pasa nada. En cambio sí pasa si abusa. Sonaron timbales para que matara su segundo toro, los aficionados le pedían que abreviara, por caridad, pues había anochecido e iban a coger una pulmonía (los fumadores, doble), y a pesar de todo aún pidió permiso para poner otro par de banderillas. Se lo concedió el presidente sin causa que lo justificara, y como se trataba del propio alcalde, alguien propuso manifestarse frente al Ayuntamiento.

El rejoneador Ginés Cartagena iba a lo suyo, allá penas pulmonías del público y de los propios diestros de a pie, que tiritaban en el callejón esperando a que acabara el rejoneo de una buena vez. Cuando saltó a la arena el cuarto toro de lidia ordinaria -sexto de la corrida- la noche ponía tinieblas sobre Valdemorillo, unos escasos puntos de luz ponían penumbra sobre el albero y el toreo se convirtió en una pesadilla. Por entre las sombras rebufaba la bronca torada y las cuadrillas padecían sufrimientos para fijarla, primero, para librar sus topetazos y tarascadas después.

Hubo en la tarde-noche torerísimos lances a la verónica, chicuelinas, derechazos, obra de Marismeño, que es torero con sabor y fundamento; ayudados mandones y tres o cuatro redondos a cargo de Luis Miguel Calvo, matador compuesto y exquisito; un menudeo de suertes variadísimas instrumentadas por Morenito de Jaén, distinto es que las instrumentara quieto, pues se movía mucho.

Demasiado toreo fue ese, de cualquier forma, para el ganado que salió, tan duro, tan manso, tan bronco. El segundo duro-manso-bronco volvía grupas coceando al sentir las puyas y lo picaron en plan cacería. Al grito de "¡A los indios, que vienen los caballos!" (a lo mejor era al revés), el picador le perseguía a galope tendido por todo el ruedo, y el despavorido toro, en su alocada huida, arrebataba capotes, arrollaba toreros o les obligaba a tomar precipitadamente el olivo. No fue divertido ni para los de abajo ni para los de arriba, y si alguien se divirtió, ese sería el que asó la manteca.

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