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Tribuna:
Tribuna
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Murología

Me atrevo a llamar murología, después de la caída del muro, a una nueva dimensión interior, un ovillo hecho de logros y angustias. Para definir ese pánico feliz o esa felicidad dudosa que describe el estado de ánimo consiguiente al derribo del muro. Voy al grano: hay dos muros. El de Berlín ha sido derribado. Pero el muro que sigue aún en pie está dentro de nosotros; pintado, también él, con colores, signos, imágenes burlonas, para alzarlo del macizo plúmbeo, una especie de levitación de muro. Pero ahí está, firme, y nos topamos con él todos los días. Por tanto, pese a nuestros esfuerzos por liberarnos de ella, la neurosis del muro sigue serpenteando. Los equivocados y los nostálgicos de los viejos equilibrios compulsan los manuales de historia y buscan à rebours una idea de Europa con la que familiarizarse. Unos hablan de 1910, con la recurrente cuestión alemana: los Balcanes, tal cual; otros hablan de los años treinta, tal cual; otros se remontan al siglo XIX y piensan que hemos pasado de 1815 a 1848, del final de la Santa Alianza a los movimientos nacionales. El muro interior impide mirar hacia horizontes europeos recién acuñados. El muro, cual añosa encina, parece haber ramificado sus raíces en la cabeza de nuestras generaciones. Y, sin embargo, díganme, con la mano en el corazón, si todos no querían destruir ese muro. Dan fe de ello discursos, llamamientos, acciones en pro de los derechos humanos. Gacetilleros y filósofos de peso, políticos e industriales invocaban la autodeterminación de un pueblo alemán unido. ¿Han oído alguna vez decir a alguien "quiero el muro"? Se citaba sólo una frasecita de François Mauriac, años cincuenta, guerra fría: "Amo tanto a Alemania que me gustaría que hubiera dos". A los ojos de los murólogos, los pueblos que estaban del lado de allá eran más desgraciados, sí se hallaban en estado endémico de pobreza, también espiritual, pero eso nos ayudaba siempre a encontrar nuevos méritos en nosotros mismos. Los de acá -o sea, nosotros- éramos gente de bien, con democracias que funcionaban, televisiones desencadenadas sobre el futuro, tierras fértiles del pensamiento libre.Sociólogos y politólogos construían sus teorías a la sombra del muro, como protegidos por su responsabilidad de muro. Porque se daba por su puesto que se trataba de una demarcación entre el bien y el mal. ¿O entre el mal y el bien? No estaba muy claro. "Tenemos la democracia en el Oeste y la estabilidad en el Este", escribe en su elogio del muro el financiero Minc (La grande illusion, 1988). La estabilidad en cuestión permitía, por lo demás, a banqueros y financieros diversos viajar al otro lado llenos de celo, vestidos de punta en blanco para las partidas de caza que sus homólogos alemanes (que eran otros tantos poderosos Honecker) les organizaban en cotos exclusivos, poblados de ciervos y cabras monteses, para las cacerías de zorros con cuernos de caza y lacayos de chaqueta roja, como en el pasado (las descripciones están tomadas de sus libros y entrevistas). Tan alegre vivir, pese a un sistema estatal despótico, estaba justificado por la seguridad de los contratos: sistema estatal dictatorial pero flexible, y por eso mismo tranquilizador, garantizado también a menudo por los partidos comunistas occidentales que, entre dos luces, buscaban su cuota de negocios. Cuando el muro ha caído, nuestros astutos financieros se han quedado de piedra al enterarse de que los partners duros y puros con quienes iban de caza, aquella gente entregada al trabajo (y no caóticos sindicalistas ni trabajadores holgazanes, como los nuestros) se habían construido chalés hollywoodianos con baños de mármol y grifos de oro, sin olvidarse de depositar montañas de dólares en Suiza (como Ceaucescu). El pequeño Minc (como llaman al financiero parisiense de la CERUS por su metro y medio de altura, pero "con un cerebro así de grande"), guía de De Benedetti en la aventura belga, escritor de semántica sarcástica sobre el futuro de Europa, ha exclamado: "El sueño comunitario ha muerto el 9 de noviembre en Berlín". Y ha agregado, siniestramente: "Creo que nuestros hijos conocerán guerras en Europa" (Expansion, 10 de noviembre de 1989).

Pero ya estamos acostumbrados a ese tipo de falsos análisis. ¿Cómo no recordar que los mismos analistas han comprendido que el oeste alemán estaba ya navegando hacia el este, que iba a la deriva, desenganchándose de Occidente hacia Oriente? Pues ha ocurrido exactamente lo contrario. Se decía que, en el Este, había un mundo que atraía como un imán, sin lumpen, sin pobres, sin marginales, y hasta que en la RDA la fecundidad era superior a la de Francia e Italia. Escuché a Alain Minc, hace dos años, en la Statale de Milán, en una conferencia donde estaba también André Fontaine, director de Le Monde. Minc citaba la consabida frase de Mauriac, evocaba la catástrofe económica frente a la perspectiva de unificación y pedía un statu quo para la estabilidad europea, construida por entero al pie del muro. Le contesté desde la tribuna, como pude. Él, volviéndose a replicarme, silabeó irónico esta sentencia: "La señora Macciocchi está llena de fe, y la fe mueve montañas". En efecto, así ha sido. Nuestros más avanzados ordenadores no lo han calculado ni previsto. Pero la murología desvelaría en demasía el cretinismo de los pensadores contemporáneos, conque por ahora es una ciencia clandestina. Y el mismo Ceaucescu, ¿no ha sido alabado por su clarividencia (incluidos los nacimientos de las madres prolíficas), con el estrabismo incurable de quien elige la realpolitik en contra de los valores reales del hombre, aunque los canturree todas las mañanas? La hipocresía de los fariseos políticos, la avidez de los financieros, han echado una mano, con raras excepciones, a los diversos comités protegidos por el muro. Banqueteaban juntos, hasta en los castillos de Ceaucescu, atraídos, decían, por la modestia de aquellos dirigentes, por sus sencillas virtudes y por su independencia. Murología de chicha y nabo. Me viene a las mientes aquel incauto articulista que nos explicó, no hace mucho, en un presuntuoso diario que el servilismo de los rumanos con Ceaucescu nacía de la antigua dominación turca y del apoyo prestado por los rumanos al nazifascismo, de forma que, por una particularidad histórico-racial, aquella gente aguantaba el yugo como un viejo buey. Y luego, ¿hay que recordarlo?, han sido los rumanos -jóvenes y viejos- quienes han llenado nuestras pantallas de heroísmo, brindando a toda Europa la síntesis histórica de la revolución en el Este, ya definida como "la suave revolución de 1989". Soft. Sin Tiananmen. Las plazas de la matanza son para los amarillos, notoriamente crueles, poblaciones ingentes, para las cuales, entre mil millones y pico de hombres, el exterminio es una ligera poda. ¿Y la Pasa a la página siguiente Viene de la página anterior plaza de Timisoara? ¿Y los tanques contra la muchedumbre en Budapest? Si Deng se ha salvado, Ceaucescu ha sido condenado a muerte, aunque sea con una sentencia sumaria.

El derrumbamiento del muro marca la derrota del pensamiento occidental, pero la murología sigue arrraigada y alimenta ahora en el ciudadano de a pie el miedo a los alemanes, una especie de zambullida en el oscuro pasado. La murología ha manifestado así algunos de sus aspectos perversos, como los ocultos en la psique. Los jóvenes alemanes del Oeste han sido adoctrinados a centenares, como los del Este, en la convicción de que Alemania llevaba en su seno la serpiente nazi. Era el tributo que había que pagar para tranquilizar a los vecinos europeos. En Gottingen, el historiador Von Thadden me contaba que el pasado era analizado con tal crudeza que no se establecían distinciones con el presente. Para bien, desde luego. Pero los hijos, en el fondo, detestaban a sus padres. Von Thadden, por las noches, para calmar la agitación de sus hijos, les ponía un disco de Mozart, Exultate, jubilate, o de Bach, y les hablaba de Kant y de Goethe. Pero los chicos, duros, insistían: "Peor para vosotros aún: ¿cómo es posible, con tantos valores, crear el nazismo" (no acusaban a su propio padre, que contaba 10 años cuando Hitler cayó y tenía un hermano que había muerto deportado, sino a su pueblo).

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En Alemania Oriental, las mil escuelas del marxismo-leninismo adoctrinaban a los chiquillos sobre el nazismo en acción al otro lado del muro, por donde paseaban nazis con brazaletes con cruces gamadas. Lección inútil. Esos muchachos, tras haber derribado el muro, se han precipitado hacia el otro lado, donde se han encontrado con los hijos del profesor Von Thadden. Se han arrojado los unos en brazos de los otros, liberados del complejo de culpa grabado como una marca, o candente como una humillación no sublimada. Los distintos pensadores de gran parte de la izquierda europea han atizado el fuego del antigermanismo. ¿Quién no recuerda la campaña contra el filósofo Heidegger (muerto y enterrado), convertido en bestia negra de toda la intelligentsia parisiense? Millones de artículos, hace un año, para descubrir la sombra negra del filósofo del nazismo sobre el pensamiento occidental, a través del Ebro del abad Farias, que contaba cosas viejas y archisabidas sobre el inventor del existencialismo alemán. Estuvo además la campaña contra el presidente del Bundestag, Janninger, que se había atrevido a narrar la verdad sobre el holocausto. Fue acusado de nazismo y dimitió. Ahora nos topamos con otras psicosis de muro: un nuevofilósofo que se ha pasado su juventud metiéndose con Marx, judio alemán, me comunica que dedicará toda su revista, a contracorriente con el Este, a Karl Marx, para oponerlo al pensamiento insurgente del otro lado del muro. También los editores, finos políticos, se interrogan sobre el horóscopo de 1990 para la producción de libros, con objeto de averiguar si habrá una reacción de muro, con la vuelta de Marx y Lenin... El debate en el PCI, si se observa atentamente, está enteramente montado sobre la murología en el interior del comunismo. Más aún, es su axioma filosófico más explícito, una especie de pienso, luego existo del terco, obstinado e implacable deseo de no derribar el muro que hay en las cabezas comunistas.

Y, sin embargo, el mío es un europtimismo muy fuerte para 1990, bajo el signo de Havel en el poder. En honesta coherencia con mi odio a todos los muros, creo que los cerebros que hoy semejan escombros del muro lograrán pensar lo impensado del futuro europeo, así como un modo nuevo de pensarse europeos.

Traducción: Esther Benítez.

Maria Antonietta Macciochi es ensayista y periodista italiana.

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