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Crítica:ÓPERA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un triunfo de los que no se olvidan

Cayó el telón y fue el delirio. El público se puso en pie de inmediato, como accionado por un resorte único. La ovación fue larguísima, compacta, sin grieta abierta a la disensión. Un triunfo de aquellos que en una plaza de toros se celebran por la puerta grande.Todo funcionó, y eso, tratándose de ópera y de ópera en este país, quiere decir simplemente magia. Transcribir aquí todo eso es tarea difícil porque la escritura obliga a un orden secuencial que la música, cuando funciona, ignora colocando al espectador fuera de las coordenadas temporales y espaciales (Kierkegaard). Como quiera que por algún lado hay que empezar, vamos directamente al jefe, al gran oficiante de la velada, al organizador del gran conjunto. Se llama Uwe Mund. Su mérito es que ha conseguido que su orquesta sea otra, muy diferente a la que conocíamos antes de que él la hiciera suya. Sonó brillante, tensa, bien equilibrada en las dinámicas, atenta al matiz.

Elektra

De R. Strauss sobre un libreto de H. v. Hofinannsthal. Intérpretes principales: Eva Marton, Mignon Dunn, Sue Patchell, Hermann Winkler y John Bröcheler. Producción: ópera Nacional de Bruselas. Dirección escénica: Nuria Espert. Escenografia: Ezio Frigerio. Vestuario: Franca Squarciapino. Diseño de luces: Bruno Boyer. Dirección musical: Uwe Mund. Liceo, Barcelona, 27 de enero.

Elektra es un juego altamente peligroso que hay que saber manejar con extrema ponderación. Una ponderación que, en primera instancia, no supo encontrar ni siquiera su propio creador: célebre, siempre citada, es la ocurrencia de Strauss, que durante los ensayos para el estreno en Dresde (1909) ordenó al director Ernst von Schuch: "¡Más fuerte, más fuerte! ¡Aún consigo oír a los cantantes!". Se equivocaba, evidentemente, pero supo reconocer a tiempo su error: no se atrevió a dirigir su propia obra hasta pasado un tiempo, después de la gran lección de Thomas Beecham en el estreno londinense que sin duda echó por los suelos la teoría del exceso apuntada por el compositor.

La dirección de Mund sabe encontrar un equilibrio perfecto entre el drama aparentemente desbocado y los momentos de profundo lirismo que aparecen como remansos de paz en medio de la tempestad: el profundo lamento de Crisotemis, por ejemplo, hermana de Elektra que aspira a la seguridad familiar para huir del infierno en que se encuentra; o la conmoción intensa de la protagonista cuando por fin reconoce a Orestes, el hermano vengador al que creía muerto. Esos momentos de anticlímax, en los que el odio remite para dejar paso a otros sentimientos humanos, como el amor o la añoranza, fueron servidos por Mund como consecuencia lógica de una tensión acumulada que necesariamente, aquí y allá, salta por los aires al no poder resistir la presión por ella misma generada. Lo auténticamente escalofriante de esta ópera es precisamente eso: lo positivo no tiene una entidad propia, sino que es sólo fase de transición entre dos momentos de destrucción. Una vez consumada la venganza, Elektra cae muerta: su existencia se agota en el odio.

Eva Marton estuvo imparable en el titánico cometido. La dureza del papel, tantas veces comparado con el de la Brunilda wagneriana, no está únicamente en la parte vocal -que incluye arduos escollos, como el primer monólogo y la larga escena ante la aparición y reconocimiento de Orestes-, sino en la constante presencia en escena; una presencia que sirve para concentrar freudianamente en el personaje a todos los demás: Elektra-Agamenón o el deseo inalcanzable del padre; Elektra-Clitemnestra o la sed de venganza sobre la madre; Elektra-Egisto o el odio hacia quien pretende suplantar al padre; Elektra-Crisotemis o el desprecio hacia el ser inferior que no siente la gran misión faimiliar; Elektra-Orestes o el incesto (apuntado) entre hermanos. Elektra o la locura, en definitiva. Marton supo matizar atentamente cada uno de estos personajes mentales y se movió según precisas indicaciones de Nuria Espert.

Pequeña burguesía

Sue Patchell fue una excelente Crisotemis. En la versión de Espert el personaje aparece como encarnación de esa pequeña burguesía que tan a favor jugó de los intereses del fascismo, momento en que está ambientada la obra. Una burguesía sin sentimiento de clase, temerosa únicamente de perder unas prerrogativas precariamente adquiridas. La interpretación está musicalmente justificada: el lirismo del papel, ese cantabile desplegado en una obra tan marcadamente politonal, ¿no es acaso un evidente desclasamiento? Imponente estuvo también Mignon Dunn (Clitemnestra), tiñendo con lúgubres acentos su grave declaración en el centro geométrico de la obra. Correctos John Bröchler (Orestes) y Hermann Winkler (Egisto) en una pieza que desconsidera altamente las intervenciones masculinas.Gran triunfo también para Nuria Espert en su estreno liceísta. La escenografia de Frigerio es bellísima y se apoya en un extraodinario diseño de luces que funcionó perfectamente, síntoma de que se ha ensayado suficientemente, pues de fácil no tiene nada. Del montaje de Bruselas se ha suprimido -ignoro el motivo- un último golpe de efecto: un haz de luz iluminando a Elektra en el momento de la muerte. Pese a ello el halo strehleriano se mantiene intacto. Excelente también, y perfectamente coordinada, la traducción al catalán del precioso texto de Hofmannsthal, proyectada por encima de la boca escénica. Rerpresentaciones así son de las que no se olvidan. Palabra.

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