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Tribuna:CONVULSIÓN EN EL ESTE
Tribuna
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Boceto del tirano Ceaucescu

Libres, desatadas ya, después de un cuarto de siglo de humillación, acoso y miedo, las palabras, todas las palabras rumanas ' no se asientan aún dentro del orden normal del pensamiento y no alumbran más que algunas partes de la tragedia que hemos cruzado. Ni el pensar cuaja, no se enlaza hasta su último eslabón, puesto que desconoce todavía la dimensión entera de esa tragedia. Por la cantidad de muerte, pobreza y sufrimiento, la época más abominable de nuestra historia sobrepasa los límites de lo aguantable y más: de lo imaginable. Esos 25 años son nuestro largo siglo de supervivencia.Sabremos, sin duda alguna, en los próximos meses cosas aborrecibles, datos y pormenores espantosos sobre esta época. Nos estremeceremos y nos dejaremos el alma fiagelada por su trágica verdad, y es posible que nos equivoquemos en su discernimiento. Pero aun así tendremos que hacerlo. Nos urge sopesar todo. No solamente nosotros los rumanos, sino toda Europa. Porque hace falta conocer y dejar en claro esa verdad. Hace falta colocarla en el sitio justo de este siglo, cargado, entre otras, por dos guerras mundiales y dos ideologías igual de inmundas, la del fascismo y la del comunismo totalitario.

Ha nacido aquí, entre nosotros; ha crecido aquí, con nosotros; pero se ha convertido en tirano al nacer una segunda vez, no de sus malditos padres, sino de las dos ideologías en sus expresiones más innobles, la del nacionalismo fanático y la del totalitarismo descarado. El pueblo rumano, que ha brindado a la humanidad genios legítimos y grandes valores espirituales, no ha hecho parir a ese "genio de los Cárpatos", sino los dos doginas deL horror que se han fusionado entre sí alumbrando la más abyecta basura humana.

Será tarea de los politólogos, filósofos, médicos e historiadores el esclarecer el proceso de esa fusión que la genética humana no la hubiera producido, puesto que la naturaleza no va contra sí misma. Y para no equivocarse mucho, tendrán que tener en cuenta la pintada que nuestros jóvenes, antes de entrar en la muerte baleados por la Securitate y terroristas, han dejado en las murallas de la ciudad: "Hitler-Stalin-Ceaucescu".

Para nosotros, los que nunca hemos escrito su nombre, esa fórmula va un poco más lejos: si hubiese tenido más espaciofisico y circunstancias históricas más propicias, nuestro sátrapa hubiera sumado en su destino a los sátrapas de todos los tiempos. Ya había empezado a asiatizarnos y había dado bastantes pasos para echar sobre nuestra vida las desgracias y crueldades del Oriente Próximo y de más allá. Añadiendo a todo esto el primitivismo en que nos estaba amurallando (tenía plena razón Ortega y Gasset al apuntar que "el bolchevismo y el fascismo son dos seudoalboradas que no traen la mañana de mañana, sino la de un arcaico día, usado una o muchas veces..."), el retrato de esa deyección humana es todavía un boceto pobre que no ha perfilado ninguna gran novela de la cadena sin fin de los dictadores.

Pintar la nieve

He aquí una, la menosímportante, pero la más ardua, de las tareas de los escritores rumanos. Tal vez ninguno de los que hemos sobrevivido sería capaz de cumplirla. Lo único factible es juntar materia bruta para los que vengan. Decirles cómo se le pintaba de blanco la nieve que nos ensuciaba de fango hasta el alma, cómo se le pintaba de verde la hierba seca alrededor de las platafonnas petroquímicas, las que nos han hundido la economía. Contarles cómo se le ataban manzanas hasta en los manzanos sin hoja alguna, cómo le añadían los artistas plásticos una o dos mazorcas más en cada tallo de maíz...

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He ido esos días a ver el palacio de la Primavera, su residencia oficial, una de las 70 guaridas que tenía en todo el país y donde se le preparaba, ¡en todas!, casi diariamente, comida.

He ido y he salido como de la más cruel pesadilla de toda mi vida y he sentido bajo los pies la sangre derramada de todo un pueblo. Y me he acordado de aquel poema de Salvador Espriu que no por mera casualidad he traducido y publicado años atrás en la revista Rumanía Literaria: "A veces es necesario y forzoso / que un hombre muera por un pueblo, / pero jamás ha de morir un pueblo / por un hombre solo...". Justa y muy bella verdad, pero la nuestra ha sido todo lo contrario: los jóvenes que se han entregado en oleadas a la muerte gritaban más a menudo: "Moriremos más, seremos libres...".

Apoyado constantemente en dos ejércitos igual de maléficos, el de la Securitate y el de sus plumíferos personales, contra ese mostruo negado por la mitología no se podía luchar más que con la huida, el callar y el suicidio disidente. Los dos ejércitos actuaban juntos: el primero, matando el cuerpo; el segundo, el alma; falseando nuestro ser y nuestro espíritu; confiscándonos por entero. Que no nos pregunte nadie cómo ha sido posible. Lo diremos nosotros poco a poco. Lo dirán los tribunales que empezarán en breve tiempo.

Tan palurdo, tan bobo y tan necio, creo que el cansancio más placentero del monstruo ha sido el de llevarnos hacia las fosas del primitivismo. Bastaba con balbucir leyes tal como le daba la gana. En seguida, todos los que le rodeaban y le lamían las manos aplaudían al genio y daban instrucciones a la Securitate y plumíferos para que cumpliesen con ellas.

Han sido tantas esas leyes, y todas tan geniales, que el nuevo Gobierno, para poder funcionar, casi no ha tenido que emitir otras: ha bastado con quitar y abrogar las del tirano.

No hay lugar, ni quiero entrar por ahora en los pormenores de esos 25 años de esclavitud. Habrá tiempo para todo y, según mis fuerzas, trataré de contar estos pormenores espeluznantes. Por el momento, dos preguntas me están dando vueltas: ¿qué hubiera pasado con nosotros si hubiésemos vivido, tal como pensaba él, otros 25 años de tiranía? No puedo contestar, y paso a la segunda: tal como ha sido ese monstruo, ¿no ha hecho nada bueno para la humanidad? Tampoco puedo contestar, pero barrunto que algo sí que ha hecho: ha desacreditado y ha hundido para siempre el comunismo totalitario.

Darie Novaceanu es ensayista y traductor.

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