El Prado celebra El Prado
Esta exposición, que puede convertir al que Ramón Gaya llamara "pájaro solitario" en pasto de multitud, requiere ojo, mucho ojo. Ojo, en primer término, para descubrir que las obras maestras de Velázquez están todas, desde siempre, en el Museo del Prado, y así se subraya en la exposición, cada una de cuyas salas está dominada jerárquica y estéticamente por un Velázquez del Prado. En este sentido, decir que Las meninas, Las lanzas, Las hilanderas, Los borrachos, La fragua, etcétera, se comen lo que tienen a su alrededor no es ninguna sorpresa, pero resulta que eso mismo ocurre cuando la preeminencia de la sala es concedida a una obra venida de fuera, caso de La Venus del espejo, soberbia, grácil y sensual pero masacrada por la hondura temblorosa, el pulso melancólico, esa perfección en definitiva de la verdad última, que es el Mercurio y Argos, una de las mejores obras de la exposición y, sin duda, ahora que está bien limpia y colocada, uno de los mejores Velázquez, y, como sabemos, propiedad del Prado.Esta exposición es, pues, un homenaje que se da El Prado a sí mismo, con la colaboración interesada de algunas piezas venidas de fuera y que cumplen, obedientes, la función de exaltar la gloria de lo que está dentro. Los ojos agudos y los espíritus exquisitos tendrán la oportunidad de apreciar algunas verdades complementarias, además de esas otras obvias ya comentadas. No todas agradables. Por ejemplo, algunas malas limpiezas: las de la Infanta Margarita, de Viena, y el retrato de Camilo Massimi, de la colección Bankes, de Londres. En esto también el Prado se apunta un tanto, pues sus cuadros lucen con mejores esplendores, salvo el Cristo de san Plácido y El bufón Pablo de Valladolid, aún amarillos y apagados.
Luego, claro está, no se puede ignorar el Juan de Pareja, soberbio retrato que no es mejor, sin embargo, que nuestro Felipe IV, anciano, bellamente acompañado por el oscurecido, pero no menos inquietante, de la National Gallery de Londres. La etapa sevillana, la primera de su carrera, es la que ahora está mejor representada en la exposición, con el Aguador y la Mulata. De cuando en cuando otros puntos fuertes: la Sibila, la Encajera, Don Juan de Calabazas, etcétera. Quizá la gran aportación de esta megafonía un tanto histérica sea que nos ayude a ver lo que siempre hemos tenido al alcance de nuestra vista. Es algo que, según se mire, no es poco.
Babelia
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