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Juerga sensorial

A comienzos de los ochenta tuve la intuición femenina de profetizar que la transición tenía en Barrionuevo su peluquero y en Almodóvar su poeta. Así termina mi Crónica sentimental de la transición, poco después del famoso peinado policial de un barrio de Madrid y de haberme convertido en un almodovaradicto. Los puristas de la caligrafía cinematográfica reprueban a Almodóvar su eclecticismo lingüístico, sin comprender quizá que Almodóvar será considerado con el tiempo el eslabón perdido entre el cine como arte rigurosamente moderno y lo que venga después de esta plaga de langostinos de la posmodernidad.

Así como hoy empiezan a ejercer escritores veinteañeros que metabolizan cine, cómic y Boris Vian para proponer una literatura gloriosamente bastarda, una literatura en la tercera fase, un puñado de nuevos cineastas universales que se han apoderado del patrimonio cultural cinematográfico, los desguazan, los asimilan y hacen una propuesta personal de cine alimentado exclusivamente de cine. Esto en cuanto a la caligrafía de Almodóvar que no sería suficiente para captar su singularidad si no tuviéramos en cuenta el diferenciado punto de vista.

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Superviviente

Que Almodóvar sea manchego, pentasexual, naif y un superviviente a la vez duro y tierno explica el otro 50% de su capacidad de asombrarnos. Todos sus elementos participan de una genealogía caligráfica cinematográfica y de unas raíces celtibéricas con las que establece una relación de amor y cachondeo.

Sólo desde una retina controladamente out side se nos puede proponer el mejor sainete del siglo XX (¿Qué he hecho yo para merecer esto?) es tragedia plana y postsurrealista ejemplar (Matador) el mejor Fassbinder corregido por la ironía que jamás estuvo en condiciones de realizar Fassbinder (La ley del deseo) y una apología tan magistral de la guerra de sexos que en España requiere siempre, siempre, el elixir de amor de un gazpacho modernizado por la batipimer (Mujeres al borde de un ataque de nervios).

La mirada ambigua de Almodóvar se convierte en la mirada equívoca del espectador, obligado a cuestionar los valores establecidos no mediante la juerga secreta de un Buñuel, sino a traves de una juerga sensorial.

Ahora aguardo ¡Átame! desde una de las pocas fes ciegas que me quedan. Sé que voy a ver algo sorprendente, un replanteamiento de lo que muchas veces he aprendido o simplemente visto. El toque de Almodóvar existe y eso es lo que da razón de singularidad a una cinematografia almodovariana ya lo suficientemente sólida y variada como para no ser un producto de movida mejor o peor prefabricada.

Según la Etimología, insolente viene de insolens, voz latina que puede querer decir desacostumbrado y demasiado. Retengamos la segunda acepción, aun reducida por el cheli umbralesco a un demasié. Almodóvar es un demasiado armónico, un desmedido preciso, guiado por la sintaxis residual de toda la Historia del Cine. Es decir, de toda la historia de un lenguaje.

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