Juan Sebastian Bach, suma y símbolo
Tras el éxito de Rilling, sus cantores e instrumentistas en la Misa de Haydn y el David de Mozart, era previsible una despedida de apoteosis con la Misa en si menor (Symbolum nicenum), de Juan Sebastián Bach, uno de los grandes monumentos del cantor de Leipzig y de toda la música barroca. La gran novedad, ideológica y estilística, de esta misa es la inclusión del 'Credo', formado por nueve números, en los que Bach ensaya con genialidad diversas soluciones: el estilo antiguo con el 'Cantus firmus', y el solo, con el bellísimo arioso del bajo, el 'Passacaglia' o 'La gran fuga'. Contrasta este admirable 'Credo' con la parte más antigua de la Misa, el 'Sanctus', escrita en 1724.Al margen de procedimientos y orientaciones estéticas, importa sobre todo, como señalan Spitta y otros comentaristas posteriores, la generalidad de un sentimiento religioso, que en la misa posee fuerza determinante. A través de las diversas partes, el gran barroco nos da testimonio de una voluntad humanística de tanta potencia, esplendor y representatividad como los más grandes templos que la arquitectura religiosa nos haya legado.
Como la Misa contiene, necesariamente, gran impulso dramático, las versiones de muchos maestros, incluidos algunos muy
ilustres, tienden a evidenciar tal aspecto, hasta rozar lo espectacular. De ahí que el trabajo de Rilling, equidistante del historicismo que a veces se torna museal y de la romantización, obtuviera el gran triunfo de la naturalidad, camino seguro para alcanzar una veracidad tan alta.
Entre los solistas, todos de calidad, destacó sobremanera el trabajo de la contralto Cornelia Callisch, formada en Múnich, insistentemente galardonada y dueña de una voz rica en colores y de naturaleza transparente, gobernada por una inteligencia sabedora de todos los pormenores del estilo. Con ella hicieron magnífico papel el bajo Reinhard, el tenor Scott Weir y la estupenda soprano Ibolya Verebics, cuyos valores comentamos en nuestra crónica sobre Haydn y Mozart.
No menor brillantez, flexibilidad y cuidado sonoro lucieron los solistas instrumentales -oboe de amor, trompa, flautas, fagots-, y en general todo el grupo de Stuttgart, plenamente unificado con la espléndida versión del coro de Gáchinger. Helmut Rilling fue en todo instante un verdadero hacedor de música, un maestro de capilla lejano de lo epatante y sumido en el descubrimiento y la explicación de la sustancia musical a través del más deseable orden y la más nítida claridad del tejido sonoro. Una gran jornada del Festival.
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