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Reportaje:

Retrato del artista desolado

Ángel González, el mayor de la generación de los cincuenta, vuelve a España y encuentra a su grupo diezmado

Juan Cruz

El poeta Ángel González regresó esta semana de Alburquerque, en Estados Unidos, y se encontró con una tierra desolada: dos de sus mejores amigos, integrantes de su propia generación, la de los cincuenta, han desaparecido en el plazo de un mes. Primero fue Carlos Barral, que falleció el 12 de diciembre, y luego ha sido Jaime Gil de Biedma, que murió el último lunes. Los tres fueron inseparables, y junto con otros miembros de aquel grupo de Barcelona, este. asturiano de 64 años -el mayor de la generación- vivió "la experiencia más estimulante de amistad y de poesía". Ahora se encuentra, "solo y desconcertado, golpeado por la muerte, que es como un terremoto. En medio de tanta desolación como la que produce la muerte, sólo encuentro un consuelo: lo que ha durado la amistad", declara Ángel González.

Hay un solo hecho gozoso en tanta desolación, decía el miércoles el autor de Palabra sobre palabra al regresar de Alburquerque, en cuya universidad enseña desde hace años. "En medio de tanta desolación como la que produce la muerte, sólo encuentro un consuelo: lo que ha durado la amistad. Compartir las cosas, escucharnos, mirarnos con atención y con admiración. Se ha hablado de la generación de la amistad al referirse a la generación del 27, pero yo creo que entre nosotros la amistad duró mucho más, acaso porque la guerra dispersó a nuestros antecesores'."Con la muerte me pasa como con los terremotos, que se resuelven con un sobresalto y ya parece qué no se van a repetir. Las primeras experiencias de los terremotos ya las he padecido, pero la experiencia de la muerte de los amigos es ya demasiado nutrida: Alfonso Costafreda, Gabriel Ferrater, y ahora Jaime Gil de Biedma y Carlos Barral. Se empieza a percibir ese sentimiento, no ya sólo de dolor, sino de terror, y no sólo porque uno oiga cerca los tiros, como decía el propio Jaime, uno por la soledad y por el desamparo en que estas ausencias te dejan. En el caso de los dos últimos ya no es de lamentar la muerte de los poetas, cuyas obras están en los libros al fin y al cabo; cuán imprescindibles eran para comprender estos años finales de la vida".

Fue un elemento de azar el que hizo compartir a Ángel González la fundación y la trayectoria del grupo de los poetas de los cincuenta, cuyo epicentro estaba en Barcelona. "Yo caí en 1955 en esa ciudad, y caí muy oportunamente. Aquel grupo ya era muy coherente, hacía muchas cosas en común, y yo participé en todo ello. Nos consultábamos los poemas y éramos todos muy entusiastas y muy receptivos. Yo no me sentía cómodo publicando poemas que antes no hubiera escuchado Jaime. Él tenía las mismas virtudes como lector que como persona. Era sincero, generoso y entusiasta. Sus sugerencias las tuve siempre en cuenta porque creo que siempre mejoraban mis poemas. Y aunque el entusiasmo se gasta con los años, le seguí consultando hasta mi último libro casi todo lo que escribía".

"La vida, desde luego"

El aglutinante de aquel grupo fue en principio Carlos Barral. "Carlos tenía una especie de salón literario abierto a mucha gente, en el que yo caí por indicación de Vicente Aleixandre. Allí conocí a Jaime Salinas, a Juan Goytisolo, a Gabriel Ferrater y al propio Gil de Biedma, con el que, sin embargo, no intimé hasta pasados unos años. Le vi en vísperas del que yo creo qu e era el primer viaje a Filipinas. Años después lo reencontré en este mismo café" [el café Gijón, de Madrid, donde se desarrolla la entrevista], "e inauguramos una amistad muy estrecha, muy íntima, que, por fortuna, no se rompió nunca".

Base de la amistad que nos unía" dice el autor de Prosemas o menos, "eran la política, nuestro antifranquismo, una muy consolidada actitud izquierdista y la poesía. Y la vida, desde luego".

Entusiasmos

Con Jaime compartía algunas cosas que no encontré en todo el mundo: cierta manera de beber y de vivir, entusiasmos y descubrimientos muy parecidos ante cosas muy parecidas. Por ejemplo, ante los demás. Jaime era una persona muy interesada por los otros" aunque tuviera fama de hombre dificil, una fama que yo creo que no está justificada, y de su atención cuidadosísima hacia los demás hay mucha gente que puede dar testimonio. No aguantaba la estupidez, pero ésa era una de sus virtudes".

¿Cuál sería el retrato de aquella generación? "La mía sería una mirada llena de admiración. Creo que en ese grupo, que no se puede llamar generación, se da una verdadera admiración mutua, de unos a otros como escritores, y ese sentimiento de amistad, de amistad muyamorosa, no ha podido ser deteriorado por los años o por la distancia. Yo veía a Jaime y a Carlos poco en los últimos tiempos, pero los veía con la misma alegría y la misma seguridad con que los había visto mucho tiempo antes. Lo mismo me pasa ahora con Juan García Hortelano o con Juan Marsé o con Jaime Salinas. Desde luego, en ese grupo la inteligencia más consciente estaría representada por Jaime y, por Carlos Barral, una inteligencia apoyada por una cultura realmente excepcional en la España de aquellos años que yo no tenía y que siempre me deslumbró. José Agustín Goytisolo era el entusiasmo".

Siendo el más viejo de todos, ¿no se sentía como el.padre? "Qué va. En muchos aspectos yo me sentía el hijo de todos ellos. Todos eran muy conscientes del oficio de poeta, que ejercían con una gran.seriedad y con una gran dedicación. No era una actividad marginal, aunque se ganaran la vida con otras actividades, sino que era algo que ejercían con pasión y con extraordinaria lucidez". Lo que los definía como poetas, dice Ángel González, "era una cierta vocación realista, sobre todo en el caso de Jaime, que no inventaba nada, ni en lo que pudiéramos llamar el argumento del poema ni en la forma, que casi siempre procedían de modelos existentes. Y eso creo que era lo más extraordinario en él: la doble fidelidad a la vida y a la literatura, y su afán de precisión, como se advierte en la carta que, dirigió a Juan Ferráté [EL PAÍS, 10 de enero de 1990]".

Realismo social

El nimbo del realismo social de' bía molestarles en algún momento. "No. Jaime lo veía con enorme ironía, y desde el principio pronosticó algo que luego se hizo cierto: la actitud hacia esa generación, que recibió tantas críticas por sus implicaciones políticas, se iba a alterar en un futuro que él veía inmediato. Y así es: el gusto por lo cotidiano, por la realidad inmediata, es ahora muy vivo y no lo era cuando surgieron los novísimos".

Definitivamente coja su generación, el poeta de Palabra sobre palabra regresa para hablar durante seis meses en Granada acerca de la poesía de la posguerra. Su propia poesía se va adelgazando -"escribo siempre poco y ahora escribo algo"-, aunque en este momento tiene 12 o 13 poemas -"muy breves: uno se titula Sed en Castilla y es sólo este verso: Nuestro gozo en un pozo"- que le llevan a pensar que está ante un libro posible.

En España lo ha saludado la aparición de un estudio antológico de su obra, preparado por el crítico norteamericano Andrew P. Debicki y publicado por la editorial Júcar en la serie Los Poetas. El día de esta entrevista recibió el primer ejemplar de ese estuáio. Perplejo y asustado por las consecuencias de la edad increíble, se encontró en el café con su compañera de tiempo Carmen Martín Gaite. Cálidos y amistosos, se quedaron un largo rato abrazados en silencio, como si hubieran estado desolados.

La vida sigue

J. C., "Gil de Biedma era un poeta marcado por dos tradiciones europeas: la poesía anglosajona y la poesía francesa posterior a Baudelaire. Barral se movía en una tradición más rara entre nosotros, que era la tradición de la poesía alemana. Y yo era un poeta mucho menos consciente. La influencia de ellos me llevó a diferenciar el arte de la vida, aunque, como ellos, nunca renuncié al intento de transformar la vida en arte", dice Ángel González.

La vida sigue. Ángel González, que es un hombre sobre el que cae la amable pesadumbre de ser muy querido por todos, soporta estos días el acoso del tiempo, aunque él no crea en la edad. "La edad no existe. El tiempo sí, y me ha dado muestras muy dolorosas de que existe sin remedio. Acaso mi sensación de que no existe la edad sea la consecuencia de una inmadurez que nos provocó la guerra y que nos hace ir cojeando por la vida".

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