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Tribuna:LA CULTURA EN LOS NOVENTA
Tribuna
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El sentimiento panameño de la existencia

"Cautivo y desarmado el ejército rojo, los últimos objetivos culturales se han cumplido. La historia ha terminado". Todos los cuarteles culturales del establishment occidental han emitido comunicados parecidos, y los filósofos de cámara se han puesto la servilleta colgada sobre la pechera, empuñan tenedor y cuchara y golpean gozosamente el tablero de la mesa desde la impaciencia del festín fin de fiesta, fin de curso, fin de historia. Por delante, 10 años para consolidar posiciones en el doble territorio de lo cultural: el patrimonial y el creador de una nueva conciencia y de sus saberes necesarios. La cultura como patrimonio ya está a buen recaudo, en los museos, en las bibliotecas, en la industria cultural reproductora del patrimonio. Con las reglas de la cultura de mercado en la mano hay que dejar hacer a las leyes naturales pero estar atento a cualquier rebrote de comprensión crítica del pasado que pueda avalar o resucitar cualquier sentido emancipador extramuros del gran supermercado. Todo lo que puede elegirse ya está en el inventario, todo menos una interrogación que implique cuestionar los propios límites del supermercado. ¿No ha sido ése el origen de las barbaries mesiánicas y totalitarias? Si el filósofo de cámara conserva esa suprema figura de la inteligencia que permite dudar de la propia duda, puede llegar a plantearse una elección radical acompañada de la única respuesta posible. Frente a la barbarie totalitaria fruto de un ultimismo histórico superpuesto sobre los mecanismos naturales de evolución, es cierto que persiste, al parecer fortalecida, la barbarie de la ley factual del más fuerte, así en las relaciones personales, sociales, culturales como en las político-económicas. Y es preciso tenerla en cuenta para amansarla y sacar de ella la energía más aprovechable, sin ignorar todas las miserabilidades que comporta. No hay rosa sin espinas, y así los dueños de la historia, desde la seguridad de sus almenas, permiten a los filósofos de cámara especular sobre el final de la historia. ¿Qué mejor final feliz que servirle al amo la coartada de su definitiva instalación? Leamos, pintemos, cantemos, construyamos, esculpamos y gocemos del saber ajeno y del propio, conscientes de que todo ha sido una inexorable acumulación de arqueologías que conducían a una cultura de muestrario. Las instituciones y el comercio socializan el goce del patrimonio, y por si fueran insuficientes estos dos instrumentos, un tercero: la beneficencia interesada del acumulador privado. Aunque sea un ejemplo posiblemente reductor, en lo patrimonial, entre lo que pueda hacer el Estado con sus presupuestos para enriquecer el parque cultural patrimonial, lo que está haciendo la industria y lo que podamos conseguir de Tita Cervera von Thyssen, logramos una síntesis histórica afortunada: Estado, mercado y beneficencia que no sólo va a regular la cultura pasada, sino la por hacer.He aquí los orientadores del gusto y del sentido para la próxima década, en la que tanto los conservadores como los creadores de cultura llevaremos en la librea el patrocinador que nos haga posibles.

Elegir el mercado

Yo, por mi cuenta, elijo el mercado, aunque no me niego a que el Estado ayude a financiar relaciones de mercado que requieran subvención: teatro, cine... Consideraré en cambio con más recelo, aun sin desdeñarla a priori, la posibilidad de ponerme en la librea la divisa Von Thyssen si los barones me financian, por ejemplo, una disquisición sobre una posible prórroga de la historia, limitada en el tiempo y lo suficientemente especulativa como para no forzar una intervención militar norteamericana en España.

mientras la situación conquistada, y nunca mejor dicho, está a la espera de un Huizinga final de milenio que nos ayude a encontrar, catalogar y seleccionar las espadañas y campanas que guíen nuestro recto entender de la armonía universal, no se me escapa que la próxima década, al menos así se inicia, puede caracterizarse por una cacería continua del sentido crítico de la cultura, e insisto en la palabra sentido porque creo que el simio culturalizado ha tratado de construir su finalidad así en el bosque como en la pradera. Construir la propia finalidad ha significado un continuado, dialéctico (en el sentido de interrelación transformadora) forcejeo con el sentido hegemónico instalado por los dueños de la conducta individual y social. El esclavo, el vasallo, el proletario, lucharon por dejar de serlo y crearon la ambición de hacer posible la existencia de un crecimiento continuo del espíritu que ha hecho posible llegar a este final feliz. Puede suceder que los guardianes de tanta felicidad, en nombre de un recuperado, y por cierto poco remozado, sentido del bien común, traten de exterminar a los empecinados reductos de historicistas críticos, ignorantes los pobres de que ya están definitivamente historiados e historificados. Siempre que no peligren las líneas maestras de nuestra convivencia, siempre que no peligre la foto fija, pido el lujo de la generosidad, la permisión de una cuota de desafectos al final feliz. Pido que se les exija, eso sí, una declaración de principios en la que conste que no creen en la existencia del bien en este mundo, y a cambio se les permitirá seguir creyendo, insensatos, en la existencia del mal. No es una declaración aleatoria. Renuncian con ella a la fijación de un modelo absoluto, total, pero se les permite luchar precariamente contra la sospecha del mal como fuerza inconcreta que da sentido a los desórdenes evidentes. Injusticias, si se quiere. Los más lúcidos saben que las injusticicias son las sombras inevitables de la justicia, pero al ser mayoría y tener esta sartén bien cogida por el mango, podrían permitir una cuota de críticos que, sin llegar al 25% al uso, podría ser en si misma prueba de la bondad plural del sistema establecido.

Sé que se necesitarán importantes dosis de paciencia ante la persistencia de algunos estertores críticos y que habrá que ejercerla con la prudencia y la energía necesarias para que no provoquen una intervención militar norteamericana en España.

Desde hace más de 30 años, los cantantes de rock han golpeado la conciencia del mundo con sus golpes de pubis y han conseguido que hasta los banqueros acudan a los roperos de caridad con chaquetas cachemir y pantalones vaqueros. He aquí un ejemplo de crítica constructiva e igualatoria, que en el futuro seguirá dando sus frutos, siempre y cuando los cantantes de rock sigan rompiendo sus guitarras contra el tablado de los escenarios y ni una astilla perturbe las computadoras y los bunkers donde se decide el orden universal. Rock duro lo hay en todos los territorios culturales, y puede seguir habiéndolo con frutos parecidos a los conseguidos por los cantantes. Así como puede establecerse una línea culpable de incorrecto intervencionismo histórico que ensarta a Marivaux, Heine, Gorki y Ceaucescu, sería posible establecer otras líricas que condujeran a Montanelli, Fukuyama, Revel y Bush, con la distancia que en este caso separa la derrota de la victoria. Los que se equivocaron de sentido histórico no demuestran que no exista un sentido histórico en la acción cultural. Que sea bueno o malo dependía del juicio final, y éste ya ha llegado.

Golpes de pubis

Algunos cantantes de rock no excesivamente influidos por la filosofía ultimista totalitaria han querido poner sus golpes de pubisal servicio de una cultura de denuncia de las injusticias; supervivientes, no lo olvidemos, sombras de la justicia inevitable: Suráfrica, Etiopía..., la pena de muerte, la destrucción de la naturaleza, la nueva y la vieja pobreza. Aun a riesgo de que, en la próxima década, de estas actitudes pueda derivarse el retorno a un cierto gusto por el arte comprometido, no sería grave siempre y cuando se reservaría la acción sobre el desorden a lo que buenamente puedan hacer los presupuestos generales de los Estados para paliar las desigualdades, sin olvidar lo que las multinacionales puedan aportar siempre y cuando sean justamente compensadas a efectos fiscales. Una conveniente política en esa dirección podría llevar a que la industria papelera financiara a Stallone una superproducción en favor de los indios amazónicos, y con los beneficios obtenidos por la desgravación fiscal y el posible éxito de mercado se incrementaría el envío de queso en porciones a Etiopía o de una partida de calzoncillos de felpa a los hospitales geriátricos de España.

Si se parte de la firme convicción de que el mundo ya está hecho y lo único por plantearse es restañar las heridas después de una absurda lucha de clases, nacional e internacional, cabe incluso un rock duro crítico, nuevas posibilidades de cultura comprometida, crítica que sume y no reste, que convierta la dialéctica del amo y el esclavo en una *leal comprensión del papel que el uno y el otro cumplen en la armonía universal. Incluso podría llegarse a tolerar esa suscripción de Aute para recaudar un millón de dólares para quien consiga la captura de Bush, desde la íntima convicción secreta de que no siempre el fondo está en la forma y viceversa. Que la historia haya terminado en Bucarest el 25 de diciembre: de 1989 no quiere decir que en la década de los noventa Julio Iglesias haya dejado de tener razón. Siempre habrá por quien luchar, a quien amar, sin que se llegue al extremo de provocar una intervención militar norteamericana en España.

Al llegar a este punto me invade la sospecha de haber traicionado la intención de los que me encargaron este cálculo de probabilidades sobre la cultura en la década de los noventa. Tal vez esperaban futurología de mí, olvidadizos de que en la tensión entre memoria y deseo hace tiempo que me he decantado por la memoria. Además, al punto que hemos llegado, ¿tienen sentido preguntas anecdóticas y respuestas igualmente anecdóticas, aunque representen preocupaciones superficiales cotidianas? No obstante, y para cubrir el expediente, diré que no creo que le den el Cervantes a Cela en la próxima década, y en cambio es bastante probable que Almodóvar debute en el teatro con un drama musical sobre Pasionaria y que rebrote en todo el mundo un cierto anticlericalismo paralelo a la pesadilla estética del retorno de la sotana en todas las confesiones, diseñada o no por Yves Saint-Laurent. El ecologismo se dividirá definitivamente entre mencheviques y bolcheviques: los primeros, partidarios de unos Acuerdos de la Moncloa forestales, y los segundos, tratando de remontar los ríos prohibidos y podridos hasta llegar a la causa última. Serán severamente perseguidos y en las cárceles aparecerán galerías especiales para ecologistas catastrofistas. Pesimista sobre la capitalidad cultural de Madrid en 1992, a la vista de que ni siquiera se ha previsto el diseño de un modelo prét-à-porter de abanderado cultural que hubiera tenido en Adolfo Domínguez su creador más lógico, ni se ha previsto una edición para bibliófilo de la correspondencia secreta entre Marta Chávarri y Alberto Cortina o entre Alfonso Guerra y Soledad Becerril. Si no se ha empezado por lo elemental, mal asunto.

Olimpiada cultural

Tampoco hay que esperar gran cosa de la olimpiada cultural barcelonesa, porque si en el pasado, y no con justicia, se decía que una cabecera de periódico como El Pensamiento Navarro era una contradicción, podemos decir esta vez con justicia que una olimpiada no puede ser cultural, y que la única olimpiada cultural fue la de Adolfo Hitler, porque Félix de Azúa tiene más razón que un santo laico cuando identifica olimpismo con fascismo. Es decir, pocos elementos iluminadores para la década podemos esperar de Madrid o Barcelona en sus más urgentes perspectivas macroculturales, y en cuanto a los del V Centenario, sí serán reveladores, porque estarán -plenamente identificados con ese final feliz de foto fija final de la cultura como patrimonio y como creación de nueva conciencia y sus saberes necesarios. Gracias al V Centenario conseguiremos reconciliar dentro de una misma fotografía fin de curso, fin de fiesta, fin de historia, al paragolpista Patricio Aylwin y a Salvador Allende, a los sandinistas y al Departamento de Estado, a Lautaro y a Bartolomé (le las Casas, a los indios amazónicos y sus desfoliadores, a Fidel Castro y al Centro Gallego de Buenos Aires, a Juan Pablo II y a Casaldáliga.

Gelsomina, la beata Gelsomina, trató de explicárselo parabólicamente al cazurro Zampanó en La strada. Le enseña una piedra. y le dice: "Hasta esta piedra es necesaria". Si llegáramos a tener todos esta comprensión liberal, generosa, compasiva, caritativa, del orden universal, definitivamente alejaríamos el fantasma de una posible intervención militar norteamericana en España. Y no creo que la cultura tenga objetivos más nobles y acuciantes que éste en la próxima década. Después del 2000 ya hablaremos.

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