Fuerzas de ocupación
DURANTE CASI dos semanas, el mundo viene siendo testigo de los abusos cometidos por las fuerzas de ocupación -así las califica la muy circunspecta diplomacia vaticana- de un país que dice actuar en nombre de la libertad y de la paz exterior. No se trata ya solamente de que cualquier invasión militar de otro país constituye un acto de fuerza odioso que descalifica a quien la emprende, sino que los marines norteamericanos están haciendo gala en Panamá de actitudes que ese mismo ejército contribuyó a desterrar del mundo cuando combatió junto a los aliados europeos para acabar con el horror nazi. Hubiera bastado que a algunos soldados les hubieran cambiado el uniforme y el casco para que escenas contempladas estos días a través de la Prensa y de la televisión nos hubieran devuelto a aquel triste pasado.En una actuación que encierra muestras del peor desprecio por la vida humana y de una insólita falta de piedad, las tropas de elite norteamericanas no sólo han impuesto la ley de su inmensa fuerza -30.000 soldados perfectamente equipados-, sino que, ignorando los códigos de comportamiento militar, se regocijan en la humillación innecesaria de los vencidos, borrando todo rastro de dignidad en quienes se ven reducidos a un trato propio de animales. Las condiciones en que son mantenidos los presos y el hostigamiento a diplomáticos extranjeros son las últimas muestras. El asedio sonoro al que está siendo sometida la nunciatura apostólica de Panamá es calificado por el reputado diario británico The Independent como una "violación de la prohibición constitucional al castigo cruel". Dicho en román paladino, un caso de tortura.
Desde los primeros días de la invasión, las tropas norteamericanas ya habían dado muestras de una notable incapacidad táctica, a menos que se entienda que no lo es la política de tierra quemada, barrios arrasados y disparos a todo lo que se mueva. Y suplieron esa carencia derrochando histeria frente al peligro, provocando la confusión en el escenario bélico, disparándose entre sí y eliminando a cuantos se ponían a tiro. En una de esas acciones perdió la vida el fotógrafo español Juantxu Rodríguez y estuvieron a punto de perderla otros tres compañeros. El que sólo después de ocho días el cadáver del infortunado reportero haya podido ser entregado a sus padres, mientras los muertos norteamericanos eran recibidos con honores en sus casas en las horas siguientes -y los panameños se pudrían entre los escombros del barrio del Chorrillo-, es una crueldad más que añadir al desfile de horrores en que se ha convertido la operación quirúrgica de Panamá.
Entre tanto, el presidente Bush se retiraba a pasar las fiestas navideñas junto a los suyos con la alegría del deber cumplido y expresando su satisfacción por "la valerosa acción" de sus muchachos. El mismo Bush, por cierto, que aparece en una instantánea de hace sólo seis años departiendo amigablemente con el dictador Noriega, aventajado colaborador de la CIA que él presidió en la década de los setenta.
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