Europa
Podemos preguntarnos qué es Europa, multiplicar las definiciones, analizar sus tradiciones y su historia. Pero, por paradójico que pueda parecer, definimos Europa por lo que es su falta de memoria y su capacidad de contradecirse. Para nosotros, los pueblos de Europa Central y del Este, Europa es el orden totalitario.Podemos preguntarnos qué es el orden totalitario, narrar su historia y sus crueldades. Sin embargo, no se puede comprender más que por su producto final, la imagen de las víctimas y la devastación de la vida pública. El resultado del orden totalitario es la violencia, el odio y la mentira. Por eso nosotros hemos respondido, en nuestra rebelión, a la violencia con el rechazo de la violencia; a la mentira, con la búsqueda de la verdad; al odio, con el retorno a los valores que rechazan el odio, los valores religiosos. Hace algunos días, ante la tumba de Andrei Sajarov, y hace algunas semanas, cuando hablaba con el líder checoslovaco Vaclav Havel, he intentado comprender cuál es el secreto que encierra nuestra colectividad, esta colectividad de la que es fruto este pujante proceso revolucionario que pretende alcanzar todos sus objetivos con el rechazo de la violencia.
Cuando escuchamos las voces que triunfan en la RDA, o en Lituania., tratamos de comprender esta plataforma común que en el movimiento Solidaridad de Polonia, en el Sajudis de Lituania, en los movimientos democráticos de la Alemania del Este, nos presenta una nueva síntesis de valores históricos contradictorios.
¿Por qué Andrel Sajarov, este santo del siglo XX, ha rechazado el bienestar, la estabilidad y los éxitos de su carrera científica para consagrarse a la defensa de los derechos del hombre? ¿Por qué Janos Kis ha preferido jugar al ratón y al gato con la policía y publicar sólo en los samizdai clandestinos a ser redactor de grandes periódicos oficiales, y muy respetado profesor de la universidad de Budapest? ¿Por qué Vaclav Havel ha elegido permanecer durante años en prisión en lugar de escribir libros, simplemente, en su bello apartamento de Praga?
Ninguno de estos hombres ha dicho jamás que era un hombre religiosos. Y, sin embargo, sin la referencia a cualquier misterio, su comportamiento resulta incomprensible. Porque vivir de: esta manera es como creer en un principio primero, en unos valores absolutos, no relativos, eternos.
¿Qué significa todo esto en el contexto polaco? ¿Qué significa esta. orientación hacia los valores religiosos, el renacimiento del comportamiento religioso, tan claro en Polonia?
Según un estereotipo de la izquierda, este comportamiento sería un fragmento de la Polonia reaccionaria, anacrónica, provinciana y atrasada. Según el estereotipo de la derecha, se trata del espíritu triunfante de la derecha clerical nacionalista. Considero que ninguno de los dos criterios se ajusta a la realidad.
Creo que el catolicismo de masas ha sido, después, de la instauración del comunismo en Polonia, el signo de la no aceptación del orden establecido, de la fidelidad a la tradición nacional, de la elección de la soberanía espiritual.
En esta época, la Iglesia en Polonia no defendía, a pesar de los estereotipos, el orden conservador, sino que representaba un espacio de protesta contra las aspiraciones espirituales y materiales de la ideología totalitaria. En los años siguientes, el hecho de volverse hacia Dios ha sido un emblema de la resistencia.
Cuando nos planteamos la cuestión de la importancia de la Iglesia católica en Polonia en la actualidad, podemos constatar que no hay una única Iglesia, como no hay una sola Polonia. El conflicto más importante que divide hoy a Polonia y a su Iglesia no es el que separa a la derecha de la izquierda, sino más bien el conflicto interno a propósito del alma polaca: el del espíritu europeo y el del espíritu de un espacio político para una especie de centrismo nacional.
André Glucksmann afirma que salir del comunismo significa volver a la historia. En cuanto a nosotros, nos gusta hablar de nuestro retorno a Europa. ¿Qué significa todo ello?
El conflicto esencial en el seno del catolicismo polaco concierne a la idea del Estado-Nación católico. Este concepto lleva consigo una carga de chovinismo y de xenofobia, de espíritu de revancha contra los comunistas, un cierto polaco-centrismo de espíritu conservador que asocia la defensa de la pena de muerte a la reivindicación de las penas de cárcel por el aborto. Pero esta idea del Estado-Nación católico no es la de todos los católicos polacos, ni siquiera la de la mayoría de nosotros. La otra imagen de Polonia es la de un país impregnado del espíritu de democracia pluralista, de tolerancia, una Polonia comprometida con la defensa de los derechos del hombre y artífice, en común con todos los demás pueblos, de los valores universales.
Podemos decir en este sentido que el renacer del comportamiento religioso implica para los polacos dos clases de regreso a la idea de Dios. Una se compone de la ideología conservadora. El Dios de los polacos es un Dios que tolera el odio, la mentira y la violencia. Es el Dios de los corrompidos por el totalitarismo, depravados tan profundamente que incluso cuando lo rechazan siguen siendo esclavos espirituales. Pero también hay otro Dios al cual se vuelven los polacos: el de la misericordia, el del amor que engendra tolerancia, el de los que buscan la verdad. El Dios de los que luchan contra la violencia.
La Europa occidental, laica observa todo esto con sorpresa y recelo. Ve el catolicismo polaco a través del prisma del convento de los carmelitas de Auschwitz o del antisemitismo agresivo de una minoría. Ésta no es más que una de las caras del catolicismo polaco. La otra la representa sobre todo Juan Pablo II, el apóstol de los derechos del hombre. Este catolicismo que los polacos han aprendido en las homilías papales ha hecho de la religión un tema relevante en un momento en el que la vida fuera de la religión había demostrado ser tan falsa como vacía.
Czeslaw Milosz y Leszek KoIakowski son los escritores que han sabido formular por primera vez de una forma nueva las cuestiones ligadas a la esencia de la religión. Su visión no tiene nada que ver con las ideologías nacionalistas y las utopías conservadoras, sino que recupera el espíritu de Pascal y de Simone Weil, el Dios de los herejes y de los excomulgados.
En este sentido, el renacer del comportamiento religioso supone la vuelta a. Europa., pero a una Europa muy particular.
La religión que ha conocido la prueba totalitaria del ateísmo de Estado modifica su sentido. No significa con sentimiento. Supone la revolución de los individuos y de las comunidades oprimidas. Es en este contexto en el que hay que entender el fenómeno Lech Walesa. Walesa ha nacido en el cruce de dos caminos históricos en Polonia. El primero es un catolicismo Popular, que fue el que desató la conciencia nacional y el espíritu de revolución, de oposición. Ahí reside la fuerza con la que todos se identifican, pero cada uno a su manera. Walesa es nacionalista de los pies a la cabeza. Pero cuenta entre sus amigos con hombres profundamente enraizados en la cultura pluralista occidental. Es un tradicionalista que ha hecho la revolución, y que ha creado unos valores y unos modelos universales. No es chovinista, a pesar a veces de las apariencias; al contrario, es uno de los creadores de la Europa contemporánea que ha nacido de las transformaciones antitotalitarias.
¿Pero están realmente fuera de la experiencia europea los chovinistas que se refieren a los valores religiosos? Los nacionalistas que utilizan el lenguaje del cristiano ¿tienen el derecho de referirse también a la vez al mensaje del líder ultraderechista francés Le Pen y su Frente Nacional, que han devuelto al odio su lugar en el discurso público de la Europa contemporánea?
Por eso formulamos la siguiente pregunta: ¿qué Europa? Con todo, a la Europa fundada sobre los valores democráticos y cristianos, lanzamos sin tregua nuestro grito de ayuda contra el odio.
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