Un tal Godot
Sin previo aviso de qué demonios era aquello, y casi simultáneamente, dos grupos teatrales madrileños, Los independientes de Javier Lafleur y Dido, pequeño teatro, dirigido esta vez por Trino Trives, que fue el primer traductor del teatro de Beckett al castellano, montaron, para gozo de unos y espanto de otros, una extraña y magnética obra titulada Esperando a Godot.Fue a finales de los años 50 y nuestra vida teatral de entonces, pese a los anticipos de Modesto Higueras en el Nacional de Cámara y Ensayo, no estaba preparado para platos tan indigestos como el de este irlandés larguirucho con ojos de ave de presa, del que un crítico madrileño dijo "Ese inglés a quien Dios confunda". Y se armó en el teatro Bellas Artes una de aquellas broncas que todo lo insólito generaba en un lugar como el del teatro español, que sobrevivía en la paz sin ruido de los cementerios.
Nada volvió a ser lo mismo en el teatro español después de aquello. Hubo en estas representaciones históricas más, mucho mas que el simple sabor a vanguardia. Es más, la misma idea de vanguardia chocaba contra algo que emanaba de la escena y que traía a la memoria resonancias de teatro eterno, de transparencia clásica incluso, envueltas en formas y en comportamientos . escénicos escépticos, irónicos y herméticos, llenos de un seco laconismo, que convertía a las frases y réplicas en puñaladas a todo lo establecido, sin necesidad de arrastrar el menor mensaje ideológico y moviéndose en una casi milagrosa concreción de escuetas abstracciones.
Un revista teatral, Primer Acto, dedicó un número a la mamarrachada, tal como fue descrito aquel compulsivo suceso por otro ilustre crítico teatral madrileño. Y todo a partir de entonces comenzó a moverse alrededor de otros ejes en la escena española. Desde su celda del dulce exilio parisiense, Beckett se convirtió de la noche a la mañana en el mayor revulsivo de nuestro teatro. Tal vez el más nuestro de toda la escena de la posguerra, rescates de Lorca y Valle Inclán incluidos.
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