_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Invasión

Rosa Montero

Y aún Margaret Thatcher intenta justificar lo injustificable: la inva sión de Panamá por Estados Uni dos es pura barbarie. Ahí están los muchos muertos, alguno dolorosa mente cercano, para corroborarlo. Sí, ya sé que Noriega es un canalla; recuerdo aún aquellas imágenes de televisión en las que se apaleaba a un candidado tinto en sangre, y he recibido un libro, confeccionado por la oposición panameña, en el que se detallan y documentan algunas de las torturas y atrocidades que ha cometido el general. Es un monstruo, sí, de eso no hay duda. Pero es su monstruo, el de los panameños. Si se quiere ayudar a un pueblo en su lucha contra la tiranía, hay medidas de presión internacional, medidas eficaces, legales y no asesinas. Pero parece que lo que les interesa de verdad a los americanos no es el bienestar y la democracia de los pa nameflos (a fin de cuentas son lati noamericanos, morenitos), sino el sustancioso canal y su usufructo. Su propio poder, en suma. Y por él matan. Incluso, a lo que parece, a quienes enarbolan una bandera blanca. También algunos países del Este pidieron a Gorbachov que entrase en la despedazada Rumania a san gre y fuego. Craso error: los ejércitos invasores no se marchan nunca, en presencia o en esencia, de los países invadidos. Ese faraón del Este, ese Ceaucescu aberrante y siniestro tenía los días contados. Su fin ya había comenzado, y por eso andaba sumido en una fiebre destructiva, para tapar, con las muertes ajenas, el tufo de la propia. ¿Qué pensaría, en su delirio, el viejo emperador es talinista? ¿Creería que él solo iba a poder salvarse de los cambios? ¿Pretendería encerrar Rumanía en un nuevo muro construido con los cadáveres de los manifestantes? ¿Soñaría por las noches que era eterno? Tanto Noriega como Ceaucescu no son sino un par de miserables carniceros, sí, pero han de morir, como diría Rilke, de su propia muerte. Es decir, matados por la Historia y por los suyos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_