De estrella a actriz
El movimiento neorrealista italiano de la posguerra mundial conmovió al cine de todo el mundo. Pero este movimiento evolucionó velozmente y los productores y cíneastas italianos se las arreglaron para extraer de su estética de tintes negros una variante erótica. Sus películas siguieron contando historias de gente corriente, sainetes sobre taxistas, prostitutas, braceros, chulos, pícaros, obreros en paro, pobres gentes a la espera de un milagro. Pero dentro de estas historias se hizo un hueco, cada vez más ancho, para unas actrices de exuberante belleza, que compensaban la negrura de los filmes con una forma italiana del star-system. La primera estrella de esta estirpe fue Mangano.Le precedió la genial Anna Magnani. Pero era esta una actriz hecha con otra pasta más honda y oscura que aquella -más luminosa, pero más superficial- que irradió, a caballo entre los años 40 y 50, un ramillete de bellas actrices que emergió con Silvana Mangano y Silvana Pampanini, creció con Sophia Loren, Lucia Bosé, Giovanna Ralli, Lea Massari, Virna Lis¡, y culminó con Monica Vitti, Claudia Cardinale y otras que, a su manera, hicieron durante años, en la explanada romana de Cinecittá, una seria competencia al olimpo californiano de sus coetáneas Marilyn Monroe, Betty Grable, Jane Mansfield, Jane Russell y otras campeonas de la opulencia.
Pero hubo siempre en Silvana Mangano, junto a sus rasgos de hembra consciente de su enorme fuerza de atracción -ahí está su presencia en Arroz amargo, cuyo escote fue censurado en el Madrid de 1950 con un expeditivo brochazo de tinta negra sobre los cartelones que anunciaban su estreno en un cine de la Gran Vía- un delicado rasgo de distinción, que le permitió superar sin esfuerzo de adaptación aparente la barrera de la edad y convertir a su madurez como mujer en su plenitud como actriz.
Por ello, la dulce y agresiva Silvana Mangano de sus primeros melodramas neorrealistas, fue eclipsado por otra posterior Silvana Mangano menos espectacular, pero capaz de dejar huellas más profundas en las pantallas. De la mano de expertos directores de actores, como Mario Monicelli (La gran guerra), Vittorio de Sica (El oro de Nápoles y El juicio universal), Richard Fleischer (Barrabás), Carlo Lizzani (El proceso de Verona), Luchino Visconti (Las brujas) y sobre todo Pier Paolo Pasolini, que le llevó a la cumbre de su carrera en Edipo, Rey y Teorema, Silvana Mangano entró en la historia grande del cine y en ella quedará con un lugar propio indiscutible, gracias a su participación en estas dos últimas películas, donde su hermoso rostro afilado quedó enlazado indisolublemente a la identidad de dos cumbres del genio poético pasoliniano.
Babelia
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