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El Madrid originario

Cada ciudad, como todo organismo vivo, es resultado de la evolución desde su unidad integradora. Una pequeña molécula, Margerite, originó el actual Madrid, cuya desmesura nos agobia y muchas veces atormenta. El barrio de la Morería fue su célula básica, ensanchándose y estructurándose hasta constituirse en realidad ciudadana, en urbe palpitante. No sabemos cuánto puede prolongarse Madrid si continúa su dinamismo, que parece no tener fin o límite definido. El devenir de la ciudad tiene un desarrollo al pertenecer a la historia, cuyo sentido siempre es racional, pero imprevisible.Quisimos recorrer el Madrid originario entrando por la cambiante y atractiva calle de Segovia, cuyo cogollo era la Morería, denominada hasta el siglo XVIII plaza de Merlo, en la que Alfonso VI, después de conquistar Madrid, obligó a vivir a cuantos musulmanes quisieron convertirse en mudéjares. Atravesamos el hermoso puente de estilo herreriano y seguimos por esta calle tan sugestiva en su configuración y aledaños. La ronda de Segovia queda a la derecha; los jardines de la cuesta de la Vega, a la izquierda, y descendimos su ligera pendiente, que se estrecha para pasar debajo del Viaducto y se ensancha al llegar a la plaza de la Cruz Verde. Debe su nombre a que en este sitio estaba colocada una gran cruz de madera pintada de verde, en recuerdo de ceremonias inquisitoriales que allí se celebraran. El gran arquitecto neoclásico Ventura Rodríguez vivió en el número 1 de esta plaza. Torcemos a la derecha y entramos en la costanilla de San Andrés, que lleva a la memorable plaza de la Paja donde, se dice, el cardenal Cisneros se enfrentó con la nobleza española.

Más adelante, la calle de Segovia se desvía hacia la izquierda, para encontrarse con las tortuosas calles del Conde y del Rollo, esta última también célebre por su nombre de la Parra, pues en ella tuvo su colegio de Humanidades el maestro López de Hoyos. Por no castigar a sus discípulos, que robaban los frutos de aquella gran parra, López de Hoyos fue multado tres veces. Pero se vio obligado a mantener tres días preso al alumno más rebelde en el saqueo de racimos: se llamaba Miguel de Cervantes Saavedra.

Prosiguiendo nuestro paseo, llegamos a Puerta Cerrada, cuya historia se remonta a cuando era nombrada Puerta del Dragón o de la Culebra. Por las noches, entraban y salían por ella malhechores que robaban a las gentes que pasaban por allí, y el Ayuntamiento mandó cerrarla. Pero el barrio continuó poblándose y fue necesario abrirla de nuevo, conservando, pese a todo, el nombre de Puerta Cerrada, y motivó estos versos de Tirso de Molina: "Como Madrid está sin cerca / a todos gustos da entrada, / nombre hay de Puerta Cerrada, / mas pásala quien se acerca". Hoy es un centro típico del Madrid popular y festivo.

Desde el antiguo barrio morisco llegamos en nuestro oficio de paseantes a las calles Tintoreros, Latoneros, Cuchilleros, nombres todos de gremios medievales. Esta evocación del Madrid originario nos sumerge en la infinitud del tiempo, que es la esencia oculta del proceso histórico.

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