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La gran oportunidad

Al parecer, ciertos expertos y políticos de Occidente se inquietan por las actuales conmociones en el Este, y en particular por una posible reunificación alemana, que desequilibraría y tal vez haría estallar la Comunidad Europea. Esperemos que esta información sea falsa. Pues ¿cómo puede uno plantearse tales temas en momentos en que se producen transformaciones realmente revolucionarias y tan extraordinarias que van a cambiar no sólo la vida de los pueblos prisioneros de regímenes comunistas en Europa central y oriental, sino toda nuestra concepción del mundo? El derrumbe de los regímenes comunistas es el acontecimiento mundial más importante desde la destrucción de los imperios coloniales después de la II Guerra Mundial, y tal vez sus efectos serán aún más profundos y duraderos. Incluso para nosotros. Y medir su influencia sobre los países occidentales no significa disminuir la importancia de lo que está pasando en Praga y en Berlín. Por el contrario, significa destacar la importancia de estos movimientos de liberación democrática. Ante todo porque de muestran el triunfo del modelo occidental. Cierto día de 1981, en Katowice, pregunté a un grupo de mineros polacos qué significaba esa palabra, Occidente, que empleaban con tanta frecuencia. Uno de ellos me respondió con cierta irritación: "Está claro para todos. Occidente es la única parte del mundo donde la sociedad es independiente del Estado". Lo que definía al mismo tiempo la naturaleza de Solidaridad, del que era miembro activo: representar y reanimar a la sociedad frente al Estado y liberarla de su tutela. Significaría ser infiel a la alegría y a la esperanza que sublevan Praga, Varsovia, Budapest y Berlín; el no compartir su inmensa confianza en la libertad y la democracia y no reconocer que esas palabras están vacías de sentido si no son usadas con confianza en las fuerzas de la sociedad misma y con desconfianza respecto a todas las formas de despotismo ilustrado. Para nosotros, la primera consecuencia de las conmociones que se producen en el Este es que debemos creer en la democracia con mayor fuerza que antes, y, por tanto, en los protagonistas sociales más que en el Estado. No hablemos aquí de victoria de un liberalismo identificado con la derecha. Aquel liberalismo no es de derecha ni de izquierda, es el tronco común de la democracia. A la izquierda le toca definir para qué y cómo puede ser orientado este espíritu democrático en un sentido diferente de aquel hacia el cual lo empujan quienes sólo conciben la sociedad como un mercado. Pero nuestras sociedades libres son también silenciosas e incluso pasivas. Sería ser demasiado pesimista creer que sólo grandes desgracias provocan fuertes convicciones y movilizaciones colectivas. Nuestros países no tienen una Bastilla que tomar, pero les resta mucho que hacer para que disminuyan la desigualdad y la marginación tanto dentro de sus fronteras como en el mundo.Volvamos ahora a la política internacional. ¿Es favorable a la construcción europea la nueva situación que se ha creado? Evidentemente sí, por una razón inherente a la debilidad política de Europa. En una situación de gran tensión entre los dos bloques Europa se halla disminuida, reducida al silencio y sobre todo dividida. Si se admite que un elemento central de la construcción europea es la buena comprensión entre Alemania y Francia, ¿cómo no reconocer que se ha abierto estos últimos años una creciente brecha entre las opiniones públicas de los dos países, uno de los cuales era muy neutralista y pacifista mientras que el otro permanecía absolutamente impermeable a estos temas? En una situación de muy fuerte tensión podría existir el riesgo de una Alemania, antes que occidental, neutralistay Mitteleuropaïsche. Por el contrarío, esta Europa que no puede intervenir decididamente, puede aumentar su capacidad de decisión en una situación enfriada y marcada por un neto debilitamiento de la capacidad de expansión de una Unión Soviética flanqueada por el Oeste, de ahora en más, por países que derivan rápidamente hacia un modelo occidental. Prueba de esto es que, por primera vez, frente a la situación de Polonia y de Hungría, es a la Comunidad Europea a la que se le confió un programa de ayuda que, por otra parte, debería obtener resultados más notorios y más rápidos. Mientras que el encuentro de Gorbachov y Bush se va a desarrollar en un clima de tensión disminuida, ¿no tenemos nosotros un vasto espacio para organizar iniciativas destinadas a restablecer las relaciones entre países del Oeste y del Este, ahora que ya no se trata de dos bloques, sino de dos conjuntos de pueblos que manifiestan su adhesión a los mismos principios y a las mismas formas de organización política y social?

El porvenir es lo suficientemente incierto como para que británicos y franceses no se apresuren a abandonar sus fuerzas nucleares nacionales ¿pero quien puede negar que la credibilidad de las estrategias de disuasión se debilita mucho en una situación fluida y mal controlada? Los juegos de la estrategia, a la vez peligrosos y tranquilizadores, suponen que las relaciones internacionales se parecen al ajedrez, de manera que los mensajes emitidos por un campo sean bien y rápidamente comprendidos por el otro. Pero henos aquí más lejos del siglo XVIII y de la guerra galana que del siglo XIX y de la efervescencia democrática. Los pueblos vuelven a aparecer en la escena internacional junto a los príncipes, mientras que éstos siguen dirigiendo los ballets de la guerra fría o de la paz tibia; hay que restablecer urgentemente los contactos entre lo pueblos y ayudar así a la construcción de las nuevas democracias, evitándoles el peligro que podrían correr con un derrumbamiento económico. Es en el interior de esta nueva situación donde hay que reemplazar la existencia de una indiscutible voluntad de unidad de la nación alemana, que adquirir formas políticas más limitadas y cambiantes, pero que debe ser acogida muy positivamente porque corresponde a una profunda convicción del pueblo alemán y porque se ha expresado hasta ahora de manera notoriamente no nacionalista.

Lo que me retrotrae a nuestro punto de partida, es decir, a la inmensa alegría que nos proporciona la liberación de nuestros hermanos y, hermanas polacos, húngaros, alemanes orientales y checos, y que sólo esta empañada por la ausencia de los rumanos, aún prisioneros de un tirano balcánico, y también por la perpetuación de los regímenes autoritarios y represivos de Fidel Castre. y de Kim Il Sung, que también deberían desaparecer al mismo tiempo que las migajas del estalinismo que son Marcháis o Cunhal. En 1848 se hablaba de primavera de los pueblos; el frío y la nieve actuales no impiden que en Praga y en Berlín sea el verano de los pueblos y que Europa comience a curarse de esa pavorosa herida que significó el encierro de tantas naciones del centro y del este de Europa bajo regímenes en contradicción con sus aspiraciones nacionales, democráticas y sociales. Waclav Havel es hoy la más alta expresión del espíritu europeo, de las esperanzas que definen a Europa, como antes que él lo fue Lech Walesa. ¿Cómo el reencuentro de esos miembros divididos puede no reforzar la familia europea y cómo la gran distensión actual no entraña una renovación de las sociedades. de la política y de la cultura europeas? Hemos apoyado con nuestra solidaridad a los húngaros y a los polacos en 1956, a los checos en 1968 y otra vez a los polacos en 1980-1981. En 1989 esas naciones nos devolvieron centuplicada nuestra fraternidad. Ahora nos toca a nosotros. ser dignos de ellos ni sólo ayudándoles, sino trabajando con, ellos para devolver a nuestra. Europa común la creatividad cultural, la imaginación política y el vigor económico de que es capaz. Si la Comunidad Europea no saliera reforzada de esta gran tarea de acercamiento de las dos Europas ya no merecería la confianza y se disolvería rápidamente en un mercado mundial dominado por potencias y empresas no europeas.

Alain Touraine es sociólogo Traducción de Jorge Onetti.

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