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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Amazonas en Bilbao

EL USO por el hombre de la naturaleza sin cálculo ni misericordia tiene un precio cada vez más alto. Ante esta obviedad, en las cercanías de lo irreparable, las administraciones públicas tienden a fabricar un discurso político muy atento a los previsibles cataclismos de los que no se sienten responsables. Así, se exige a los brasileños que paralicen la destrucción del Amazonas, haciéndoles los únicos causantes, por ser casi los últimos, de la masacre forestal que empezó en otros lugares y aprovechó, también, a otros. Así, se atribuye a un maldito gas la perforación del ozono en la atmósfera, se da una alarmante advertencia, pero no se articulan medidas coercitivas o compensatorias para la industria que lo produce.Junto a estos grandes asuntos, fetiches de una escenografía ecologista del poder, hay un interminable listado de agresiones ambientales de alcance local que directa y únicamente padece su vecindario, pero que, sumadas, contribuyen con igual ferocidad a la hecatombe física del planeta. Y es ahí, donde tan fácil resulta encontrar a los culpables, donde se advierte una sospechosa cautela por parte de esas mismas administraciones, tan propensas a la literatura apocalíptica, a diluir su responsabilidad en la malversación universal de los recursos naturales.

Por eso es importante que en Bilbao, cuya comarca es la más contaminada de Europa según la CE, el Gobierno vasco proponga un Plan General de Saneamiento. Es un primer paso, como lo es que la fiscalía insista en la persecución del delito ecológico y se querelle contra seis empresas del Llobregat barcelonés por aliviar todos sus perniciosos sobrantes en estas aguas comunales. La negligencia o tolerancia en este tema no puede sostenerse más. El legislador ha de elaborar una normativa sensata de control y gastigo de los desmanes contra el medio ambiente.

Las administraciones competentes han de cuidar, paralelamente, que una contundente acción de salvaguarda de la naturaleza no tenga a unos solitarios paganos: la población que vive de una industria contaminante obligada a cerrar, de un mar agotado o de un bosque protegido o, en general, el contribuyente inocente. Una intervención de saneamiento tiene unos costes y no es comprensible -como ocurre en Bilbao- que no repercutan en los culpables del desastre que se quiere corregir. Al margen de la polémica sobre los detalles de la intervención, por lo menos el Gobiemo vasco -con ayudas de la Administración central- piensa que aquí también tenemos nuestros amazonas y articula una respuesta, aunque sea tan deferente con los depredadores y lleguelan tarde.

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En algunos países europeos crece una industria ecológica y el PIB nacional no se resiente por una política más rigurosa en este terreno. Al contrario, al final, es una fuente de ahorro (el Gobierno vasco podría dedicar los 41.000 millones de pesetas que le costará lavar la ría bilbaína a otros menesteres) y de crecimiento (el turismo, por ejemplo, puede hartarse de acudir a una España fétida). Nadie es ajeno al problema. Ni el motorista cuyo petardeante trasto poluciona de ruidos, ni la gran fábrica que convierte el cielo en un vertedero. Ni, por supuesto, las administraciones que pueden tener la tentación política de aplazar una acción represiva... hasta que, quizá, ya nada tenga remedio.

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