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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¡Somos la pera, Titanic!

Lleva razón Félix de Azúa cuando dice que su Historia de un idiota contada por él mismo suena mejor en francés que en castellano. No es una cuestión de idioma: sobre un escenario y en francés, uno se percata de que, pese a la inconfundible denominación de origen de los huevos, esa Historia... no podría ser otra cosa que una omelette. Una tortilla a la francesa, poco hecha, cocinada por un khâgneux. Una tortilla en la que la Barcelona de Gonzalo Comella, del Titanic y del editor Pepe Barras no son mas que exotismo, a la francesa.¿Es teatral la Historia... de Azúa? Teatral, lo que se dice teatral, puede serlo todo. Yo recuerdo a un pobre desgraciado recitando, teatralizando, en la estación de metro parisiense de las Abadesas, nada menos que Mon corps et moi, de Crevel, por unas monedas. Y lo hacía muy bien.

Histoire d'un idiot

Autor: Félix de Azúa. Traducción francesa de Eric Beaumartin. Adaptación teatral: Micheline Bourgoin. Escenografía e iluminación: Gérald Lafosse. Interpretación y dirección: Christian Plézent.Teatre Romea, Festival de Tardor. 24 de noviembre.

Pues sí, el texto de Azúa es teatral; pasa, como suele decirse, la rampa, las candilejas, gracias al arte de Christian Plézent, del que podría decirse, ya que acabamos de mencionar a Crevel, lo que Éluard decía de aquel pobre muchacho: "René Crevel n'avait pas touts les défauts, mais avait toutes les qualités. Même la beauté". Más que beauté, lo de Plézent es ángel. Defiende durante dos horas, de reloj, su texto, su idiotez, pero yo diría que no los defiende con la voz, sino con sus ojos, con su sonrisa. Plézent es un rostro que habla. Es un tipo con mucha autoridad escénica y que deja al descubierto, a manera de carnaza, una inseguridad muy estudiada, como si se tratase de un Jean-Pierre Léaud al que, de madrugada, le despierta la voz cazallosa de Jean Eustache para invitarle a una última travesura. En cualquier caso, lo dicho: Plézent logra teatralizar el texto de Azúa, hacerlo suyo, devolverle su origen khâgneux, cuajar la omelette. Hay que ser ciego, o una nulidad teatral, para darse cuenta de que Plézent es algo más que un actor en agraz. Plézent es un profesional de pies a cabeza, y muy bueno.

Dos horas de texto

Dos horas de texto, a pecho descubierto, a sonrisa descubierta son, con todo, muchas horas. Para mi gusto, a esa Historia... le sobra media hora, como mínimo, tal vez tres cuartos. Y lo digo pensando en un público francés para el que ese exotismo a lo Pepe Barras (Carlos Barral) de la Editorial Barras y Estrellas, con galopine incorporada, puede llegar a fatigarle. Bueno sería, pues, que ese exotismo barcelonés fuese suprimido en la versión francesa, o debidamente adaptado para el vecino país.Por último, junto a esa media hora / tres cuartos qué le sobra al invento, habría que buscar un espacio escénico alejado de las azoteas de la plaza del Padrá (Plézent trabaja sobre la escenografía de El viatge, el espectáculo de Vázquez Montalbán / García Valdés que diariamente se ofrece en el Romeay, un espacio donde llegase, sí, el olor de los pucheros de Casa Leopoldo, pero no el gorigori de todos los héroes positivos enterrados en un piano. Ese espectáculo pide un terreno propio, unos silencios compartidos, una sonrisa cómplice.

Total, que lo hemos pasado muy bien con esa historia de Azúa contada por Plézent. La historia del khâgneux Azúa, alias Titanic, que un día, bañándose en el Sena a la altura del Pont Neuf, vio acercarse una isla flotante y la confundió con un iceberg. El primer Festival de Tardor de Barcelona termina -¡ya era hora!- con el estreno mundial de un texto de Azúa traducido, adaptado e interpretado por tres franceses. ¡Somos la pera, Titanic!

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