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Modificar un cuadro

Eduardo Arroyo habla en el Museo del Prado de sus interpretaciones de los clásicos

Todo el mundo ha sentido la tentación de modificar un cuadro, según reconocía el pintor Eduardo Arroyo -y él mismo hizo, con éxito y controversia- en el transcurso de la conferencia que dictó anoche en el Museo del Prado. Las tentaciones más comunes, en tal sentido, son dos, por este orden: pintarle un bigote a la Gioconda ponerle unos cuernos al Melchor de La adoración de los Reyes Magos, de Van der Weyden.

Cuanto más famosa y solemne es la obra de arte, más se siente la tentación. Pero las modificaciones interpretativas de Arroyo a los clásicos están lejos de constituir una simple travesura. Ponía el ejemplo de Vanitates, donde aparecen una calavera sobre un libro, y al lado un clavel. Explicó Arroyo que el clavel le sobraba, y veía el cuadro no horizontal sino vertical, y sobre el cráneo mondo, un cirio encendido. Y el David, de Caravaggio, dándole un cuarto de vuelta al cuadro, de manera que la cabeza de Goliat no quedara en alto, según compuso la escena el autor, sino abajo, derrotada y rodante.En efecto, el cuadro con un cuarto de vuelta quedaba bastante expresivo, en el sentido que decía Arroyo, según pudo apreciarse en la correspondiente diapositiva que proyectó. Siguieron otras. La conferencia estuvo ilustrada con diapositivas y pudo verse el sorprendente autorretrato de Velázquez, que tituló Velázquez, mi padre, donde el inmortal pintor aparecía en su actitud conocida, con paleta, y en la menos conocida de sostener en brazos un bebé, cuya cara era el autorretrato del modificador -Arroyo, en efecto- a la edad de 27 años.

Contó que, en Positano, el año 1964 -aún no estaba de moda hablar de las bases", apostilló- pintó La maja de Torrejón, una interpretación de la Maja, de Goya, en forma de estandarte con el fondo de las barras y estrellas de la bandera Norteamericana. Esa maja era la rebeldía del pintor contra una dictadura y un sistema con los que no podía estar de acuerdo, y que le tuvieron exiliado en Francia.

Uno de los enanos de Velázquez, tenía la cara de Dalí (otro, su propio autorretrato). Cuando le preguntaron por su intención al modificar ese cuadro, respondió que siempre había sido muy crítico con parte de la obra y con todo el personaje de Dalí.

Francisco Calvo Serraller, catedrático de Historia del Arte y crítico de arte de EL PAIS, que dirige el ciclo "El Museo del Prado visto por los artistas contemporáneos", indicó entonces que los bigotes de Dalí eran velazqueños, con lo cual quedó muy ingeniosamente rematada la cuestión.

En Ronda de Noche, de Rembrandt, trabajó a fondo Arroyo cuatro meses, intentando ser fiel a las pinceladas del autor e introduciendo unas modificaciones que apenas eran perceptibles -armas nobles por barras de hierro- pues respetaba la estricta composición de la obra. El anciano y la criada, de Teniers, dio pie a unos sugestivos comentarios sobre la integración en la pintura de quien la contempla. "La celestina que aparece al fondo observando al anciano y a la muchacha, es tan espectadora de la escena como quienes miramos el cuadro".

Defraudó que la conferencia fuera leída. Las conferencias deben dictarse a las bravas para que haya comunicación entre el conferenciante y su auditorio. Una conferencia es un acto de buena voluntad, donde el conferenciante hace esfuerzos ímprobos para que el auditorio no se le duerma y el auditorio los hace para no dormirse. En este caso no hubo mayores problemas pues, aparte el interés del tema, Arroyo no tardó en leer su conferencia ni 15 minutos, que es tiempo prudencial, muy de gradecer. El salón de actos del Museo del Prado se llenó hasta la última butaca, con mayoría absoluta de mujeres. Por cada 20, había un hombre. Entre los hombres se encontraba Jorge Semprún, Ministro de Cultura, que escuchó muy atentamente conferencia y posterior coloquio desde las filas laterales, no fue presentado a la concurrencia y no intervino.

Modificar "Las meninas'

Eduardo Arroyo, pintor de predicamento y fama, escenógrafo de muchos créditos, escritor, ciudadano vitalista y crítico corrosivo, al preguntarle por la moderna pintura española se preguntó si la pintura moderna española existe; hizo una referencia suave a su polémico libro Sardinas en aceite, aceptó y celebró que hubiera pintura de contenido literario y aun mas amplios recursos, habló para expertos de la dimensión, el boceto y la composición, dijo que en la contemplación de un cuadro la mirada no es inocente sino activa, y al preguntarle si modificaría Las meninas respondió: "¡Ni se me ocurriría.!". El coloquio fue lo mejor. Aunque Arroyo estuvo atemperado y prudente, fue lo mejor. Quizá porque no lo leyó.

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