Pasionaria, el sueño más dulce
Ayer fue enterrada una madre ibérica, Dolores Ibárruri, diosa de luto, un gran cadáver de noviembre, y en Madrid no había milicianos ni barricadas sino una batalla de nubes aunque la tarde se puso muy dulce en su honor después del aguacero. Fue acompañada a la tumba por gente muy curtida, campesinos cuyo rostro ha labrado la vida, obreros de antigua crin que lloraban y otros hijos de la escarcha. El féretro tan austero como la verdad iba cubierto con la bandera roja, atravesando una plantación de flores y puños por la bajada de Génova hacia la plaza de Colón y desde los balcones de algunos bancos acorazados muchos financieros, habiendo interrumpido por un momento el consejo de administración, lo contemplaron con cierta curiosidad no exenta de respeto, con una copa en la mano y el pensamiento en Brunete. Lejos del cortejo se oía un clamor de bocinas airadas que estaban fuera de la Historia. Hoy en la ciudad el cadáver de los héroes sólo produce atascos pero a Pasionaria la llevaba el río hasta más allá del sueño que es la inmortalidad.Esta vez no había travestis tirados en las aceras con el rimmel corrido por el llanto, ni plañideras de clase media con el carrito del supermercado ni carrozas de oro con guarnicíón de ediles y maceros vestidos de sota. El duelo de Dolores Ibárruri lo formaba el macizo central de la maza con zamarras de oveja, cazadoras de plásticos y paños rudimentarios que albergan corazones sencillos. Con lágrimas en los ojos la multitud gritaba: "¡No pasarán!", aquel alarido de resistencia que ya se ha hecho romántico, el cual ahora subía hacia los altos despachos y se perdía por el horizonte de los automóviles atascados y mientras cada día un pedazo de la Historia se derrumba, el cadáver de Dolores Ibárruri esta tarde pasaba entre tanto escombros corno una sombra de nostalgia.
En Madrid ya no hay tranvías ni adoquines ni moros en la vaguada, pero ella aún era aquel grito en la trinchera que nutrió a media España. Ahora esta ciudad se ha convertido en una estratosfera de asfalto, donde los cuatreros azotan a los caballos, con un látigo de billetes. Tampoco hay gasógenos, colas del aceite y sopa de pobres en el Auxilio Social, pero Dolores todavía representaba aquella voz rebelde que en las noches desoladas de la posguerra, bajo unas estrellas de hambre, escuchaban los vencidos con la cabeza sobre una almohada de piedra a través de las onelas. No había jóvenes en el entierro, Pasionaria murió hace 15 años y, sólo era la esfinge de cera alimeritada por un fuego interior que no la consumía. Mientras los búfalos tomabarcervezas en un corro de motocicietas se oía el canto de Rafael Alberti sobre el féretro de Pasionaria. Después el cadáver de esta madre ibérica, Dolores Ibárruri, diosa de luto, se ha ido a la eternidad en un furgón austero atravesarido una tarde de otoño que era el corazón de todos los comunistas. Fue un tótem femenino. Dolores ha muerto y ha sido enterrada en el cementerio civil, bajo laureles de granito. En la Histoiria quedará como un sueño de la raza.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.