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Julio Iglesias, el 'niño'

El cantante recauda 12 millones de pesetas para la Unicef en su concierto de Nueva York

Julio Iglesias, el mito, el cantante que más discos ha vendido en toda la historia de la música, actuó el pasado miércoles en el Carnegie Hall de Nueva York. El primero de los tres conciertos benéficos a favor de la Unicef en los que el cantante español intervendrá a lo largo de este mes en EE UU no pudo terminar mejor: 12 millones de pesetas de recaudación y el artista arrodillado y besando el suelo del escenario mientras 2.800 personas aplaudían a rabiar. Iglesias justificó su presencia allí explicando que ha visto a muchos niños pasando hambre en Asia y Latinoamérica y que hará lo imposible para intentar mejorar sus vidas.

Este nuevo reencuentro de Julio Iglesias con el público neoyorquino fue muy distinto a los conciertos del cantante en el Madison Square Garden o el Radio City Music Hall. El público que llenó el Carnegie era en su mayoría anglosajón y a pesar de la pre sencia de las fieles y ya cuarentonas Julio ladies, el teatro estaba lleno de hombres."No he encontrado diferencia entre este y el otro público, aunque sé que eran muy distintos", declaró el cantante español poco después de haber actuado durante casi dos horas y haber interpretado un repertorio ininterrumpido de sus mayores éxitos Julio cantó en castellano, inglés, idioma en el que ya se expresa con absoluta correción y fluidez y francés.

Julio interpretó versiones muy actualizadas de Ni te tengo, All of you, Natalie, When I fall in love, Bamboleo, Never, Never, Me va, me va y varios popurrí de música mexicana, latina, brasileña y francesa, entre las que destacó el Ne me quittez pas de Jacques Brel,"una de mis canciones preferidas", según explicó desde el escenario. El momento álgido del concierto fue la comunión entre el público e Iglesias durante su interpretación de La Paloma, cuyas estrofas finales fueron coreadas por los asistentes, dirigidos por las inquietas manos del artista.

Este fue un concierto distinto a todos, no hubo empujones, gritos histéricos, ni tampoco aglomeraciones, a pesar del sold out -lleno-. El público del Carnegie, muy correcto y quizá alejado del Julio Iglesias mito, dejó muy claro que el cantante se ha consolidado en el país más exigente del mundo como uno de los más grandes artistas de la historia del espectáculo.

Pero el retorno de Iglesias a Nueva York se produjo horas antes del concierto. Es curioso que después de su primera y exitosa gira por la Unión Soviética, fuera el The Russian Tea Room, el famoso restaurante de la calle 57, donde Iglesias se reencontrara con su gente, sus admiradoras y la Prensa occidental. Rodeado de balalaikas, caviar y una ambientación digna de la Rusia zarista, Iglesias explicó que su gira por la URSS fue "inolvidable", y argumentó sus razones para ayudar a la Unicef.

"Es la única organización mundial que cuenta con el apoyo de todos los gobiernos y debo ayudarla porque hay muchos niños en Asia, Latinoamérica, que nos necesitan; conciertos como éste pueden salvar vidas", declaró mientras se abrazaba a cinco niños de las escuela de las Naciones Unidas en Nueva York.

Larry Bruce, el presidente del comité estadounidense de la Unicef, comentó que el dinero que gane Julio en sus recitales benéficos se enviará a Latinoamerica.

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