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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La obstinación de Margaret Thatcher

LO QUE no pudieron las fragatas argentinas ni las huelgas mineras del carbón lo está consiguiendo el imparable proceso hacia la unión europea: colocar a la primera ministra Margaret Thatcher frente a la crisis más importante de sus 10 años de mandato. La salida del Gabinete del canciller del Exchequer (ministro de Hacienda), Nigel Lawson, es por ahora la última de las batallas perdidas por la terca gobernanta británica en su guerra particular contra una política defendida por el resto de miembros de la Comunidad Europea y que cada vez gana más adeptos dentro de las propias filas del propio Partido Conservador del Reino Unido.En el curso de muy poco tiempo, el Gobierno de Margaret Thatcher ha ido perdiendo a algunos de sus mejores hombres, y siempre por la misma causa: la obstinación de la jefa del Gobierno en ponerle puertas a la marea comunitaria. Primero se fueron Michel Heseltine -hoy, uno de los jefes de filas de las oposición conservadora- y Leon Brittan, actualmente comisario de la CE en Bruselas.

En la última crisis, poco antes del verano, abandonó su puesto al frente del Foreign Office Geoffrey Howe, un fiel entre los fieles a la dama de hierro. Y ahora deja el barco tory el último de los prestigiosos varones del partido, Nigel Lawson, en desacuerdo con los intentos de Margaret Thatcher de frenar los pasos dados -a los cuales la propia primera ministra se comprometió en la cumbre europea de Madrid de junio pasado- para la unión monetaria dentro de la Comunidad Europea.

La salida del último europeísta del Gabinete de Margaret Thatcher era inevitable desde hace muchos meses. En realidad, debió producirse con ocasión de la amplia reorganización ministerial a la que recurrió la primera ministra el verano pasado con objeto de restañar las heridas producidas por la derrota de las elecciones europeas. Desde hace más de un año era notoria la difícil coexistencia de dos políticas económicas contrapuestas: una, la del ministro de Hacienda, partidario de integrar la libra esterlina en el Sistema Monetaria Europeo (SME) y avanzar más decididamente en el proceso de unión monetaria; y otra, la de la primera ministra, apoyada en su consejero privado Alan Walters, opuesta a seguir ese camino.

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Genio y figura hasta el final, la inquilina del número 10 de Downing Street ha anunciado ya que no piensa dimitir y asegura que va a ganar las próximas elecciones. Lo primero es seguro, si se tiene en cuenta la política se sostenella y no enmendalla, de la que Margaret Thatcher es particularmente devota; lo segundo ya no lo es tanto. En la última confrontación electoral, precisamente para el Parlamento Europeo, los conservadores se apuntaron una sonora derrota, por más de 15 puntos de diferencia, frente a los laboristas. Los avances laboristas se han confirmado más tarde tras los importantes cambios introducidos en mayor medida en su plataforma partidaria, ratificados en la conferencia anual laborista por una amplia mayoría.

Sea como fuere, el prestigio de la primera ministra británica aparece seriamente dañado. Dos elementos desempeñarán un importante papel en un futuro no muy lejano: la ruptura del consenso interno en el Partido Conservador y la existencia, por primera vez en estos 10 años, de una alternativa de Gobierno creíble.

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