Cortesía

Algunos norteamericanos, los más oficialistas y reaccionarios, parecen tener un curioso sentido de la proporción y de las prioridades. A North, por ejemplo, un rufián, redomado, lo trataron con mimo exquisito; pero ya se sabe que basta con que un político se haya frotado adúlteramente la punta de su nariz con la de una chica para que se le desplomen los palos del sombrajo. Y sospecho que la fuerte condena que le ha caído a ese lamentable predicador televisivo no ha sido por robar desfachatadamente a miles de creyentes, sino por los 15 minutos íntimos que confiesa haber pasado con una hembra. El minuto de arrejunte le ha salido a tres años de cárcel: las sociedades puritanas cobran caro.Todo esto viene a cuento de esa noticia sobre los servicios secretos estadounidenses, que, por lo visto, deben avisar al dictador de turno de que le van a dar un golpe de Estado. Qué educados, qué finos, qué señores. Que se note que los jefes de los espías han ido a Harvard.
En 1976, cuando se hizo público el informe de la Comisión Church, los americanos se cayeron del guindo y se quedaron tiritando. El informe probó que la CIA había por lo menos considerado la posibilidad de asesinar a Lumumba y de echar a Diem de Vietnam. Que, además, había asistido al grupo que mató a Trujillo en la República Dominicana y que durante el mandato de Kennedy había intentado asesinar a Fidel Castro seis veces con ayuda de la mafia. Fue ese informe, y el sobrecogimiento que provocó en la opinión pública americana, lo que llevó a aumentar el control sobre esos oscuros topos de la vida política. Pues bien, ahora esos funcionarios de alcantarilla se quejan de falta de libertad y quieren tener una vez más las manos sueltas. Y frente a esta gravísima demanda, lo único que parece importar es que avisen antes. Se pueden atropellar los derechos internacionales, pero, por favor, de buenos modos.
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