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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vaciar el mar

EL GOBIERNO de Madrid ha asistido a la reciente cumbre hispano-francesa de Valladolid con la mirada puesta en las elecciones del próximo domingo. Sólo a la hora de ocuparse del análisis del "futuro europeo", y de sus opciones más o menos practicables, tanto Franqois Mitterrand como Felipe González han incidido en los dos temas más candentes del momento: los acontecimientos en la Europa del Este y los problemas planteados por el negocio de la droga. Resulta interesante constatar el realismo con que ambas partes han tratado la primera de las cuestiones y las considerables dosis de estudiada ingenuidad que han dejado para la segunda.Se reclama un fortalecimiento de la CE para hacer frente a la revolución democrática que recorre la Europa socialista. Dicho de otra manera, la Comunidad, que ya tiene dificultades para enfrentarse a los problemas de los candidatos que reclaman su adhesión (Austria y Turquía), resultaría afectada por los vuelcos políticos y económicos en los países europeos orientales -Hungría, Polonia, la RDA- si no se preocupara de fortalecerse previamente o de acelerar su integración. El resto es sencillo: o la CE hace frente con cohesión a estas cuestiones o se va a encontrar con que Alemania Occidental, que ya es su miembro más sólido, se ocupe de ellas en solitario dañando seriamente su estructura. En la próxima cumbre de Estrasburgo, la Europa comunitaria tendrá que responder a la revolución del Este con una agilidad que su autocomplacencia le ha impedido demostrar hasta el momento.

Por lo que respecta a las drogas, la voluntad del presidente Mitterrand de investigar "hasta el final" la cuestión del blanqueo del dinero del narcotráfico llena de asombro por su candidez. A la vista de la estructura financiera del mundo occidental, de lo que significa el secreto bancario, de la facilidad con que se pierden las pistas tras dos o tres ágiles y sofisticadas operaciones de la reinversión de los narcodólares en las economías de las que partieron, su promesa tiene tantas posibilidades de éxito como las de san Agustín vaciando el mar en un agujero hecho en la arena. Es cierto que el primer mandatario francés comprende que los consumidores de drogas son víctimas y no delincuentes, y que no merecen castigo. Se aparta en ello de la opinión del presidente Bush, que quiere penalizar a todo lo que se mueva, y de la del presidente González, cuyos representantes acaban de reunirse en la capital española con la trilateral antidroga, a la que asisten los países más duros: Estados Unidos, Italia y España -que no son necesariamente los de más éxito-, y los más necesitados: Colombia, Perú y Bolivia.

Se elaboran planes, todos basados en la represión y en el empleo de las armas; se formulan proyectos de cultivos sustitutorios (como si al campesino boliviano le importara lo que snifa el ejecutivo europeo), y se omite deliberadamente todo debate sobre la opción -válida o no, pero merecedora de discusión en cualquier caso- de la despenalización, a favor de la que arguyen científicos, sociólogos y gentes de la calle. Se entiende mal tanta rigidez en criterios no formados de forma definitiva en parte alguna.

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